En Argentina la industria del libro lucha por mantenerse a flote en medio de la segunda ola de la pandemia. 2020 implicó una caída del 30 % en el sector, que ya venía golpeado. Pero también la explosión del comercio electrónico y el crecimiento del libro digital.
Fotografías Pía Olaciregui
Primero, contexto. En Argentina, desde 2001, existe una ley de fomento del libro y la lectura que, entre otros puntos, exime del pago del IVA a la producción y comercialización de obras. Hay organismos, fondos, premios para apoyar a la escritura, la lectura y la edición de libros. Hay estadísticas. También librerías, muchas, todavía. Buenos Aires, donde históricamente se ha concentrado el sector, es la ciudad del mundo con más librerías por habitante, un promedio de veinticinco por cada cien mil, según el Foro Mundial de Ciudades Culturales.
Además hay lectores. Aunque de acuerdo con los datos oficiales la cantidad anual de libros leídos per cápita pasó de tres en 2013 a 1,5 en 2017, hay encuestas internacionales que aseguran que en Argentina se leen más libros que en Alemania y Francia. Y los referentes del sector lo siguen percibiendo así a un año de la pandemia de la covid, que en 2020 representó una caída del 30 % en la producción y ventas con relación a 2019, acumulando un descenso de sesenta puntos porcentuales respecto a 2016.
La producción editorial de novedades pasó de 12,4 millones de ejemplares a ocho millones, según dio a conocer la Cámara Argentina del Libro (CAL) en su informe anual presentado en abril pasado. Por su parte, la Cámara de Libreros y Editores Independientes (Caledin) informó en diciembre que en 2020 la facturación alcanzó apenas entre 10 % y 20 % en comparación con las ventas del año previo. Pero el mercado del libro ya estaba debilitado por la caída del consumo ante la reducción del salario real y el aumento de los costos fijos durante el Gobierno de Mauricio Macri (2015-2019). “La situación de las librerías ya era bastante crítica. Antes de esta pandemia veníamos con varios años de recesión, en una economía con alta inflación”, sostiene José Roza, propietario de la Librería de las Luces, que pronto bajará definitivamente la persiana.

La noticia del apagón de este espacio cultural con sesenta años de historia se hizo pública en diciembre. Inicialmente la despedida estaba prevista para junio, pero Roza firmó un convenio de desalojo con el dueño del local que extendió el plazo a septiembre. Quedan muchos libros por vender. En el frontispicio de la librería destaca un gran cartel que en fondo rojo dice: “Liquidación total por cierre hasta el último libro”. Pese al remate y a que la gente camina y se detiene a hojear en la mesa de saldos que han colocado en la vereda de la avenida de Mayo, en el microcentro porteño, hay poco movimiento en el interior del local.
Presionados por el cese de la actividad comercial el año pasado, 30 % de las empresas del sector editorial accedió a créditos del Estado y 65 % al Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP), mediante el cual el Gobierno pagó la mitad de los salarios a los trabajadores privados. Un plan de auxilio que no fue suficiente. “Tuvimos el ATP prácticamente tres meses nada más de todo el tiempo de pandemia y no tuvimos otra ayuda. Realmente fue muy difícil, sobre todo la primera etapa”, relata Roza desde Villa Gesell, donde tiene otra librería.
A un par de cuadras se encuentra la Librería de Ávila que es la más antigua de la ciudad y, dicen muchos, la más antigua del mundo. “Yo tuve mucha ayuda del Arzobispado de Buenos Aires, a quien le pertenece el edificio. Si esto fuese de un dueño particular, no creo que hubiese podido resistir”, asegura Miguel Ávila, su propietario. Pero solo hace eso, resistir. Las ventas de su librería, afirma, se mantienen en porcentajes similares a los que registró en 2020 Caledin, que preside. “Ahora hemos aumentado un chiquitín porque abrió el Colegio Nacional Buenos Aires (que queda enfrente y por el cual antes se llamaba Librería del Colegio). Ha sido un pequeñísimo impulso”, señala. Tan pequeño que por eso sigue mirando al actual como un escenario “tremendamente angustiante para las librerías”.
La Librería de Ávila es Sitio de Interés Cultural de la Ciudad y Lugar Histórico Nacional. En la esquina de Bolívar y Alsina, donde permanece desde fines del siglo XVIII, aparecieron los primeros libros que llegaron al país, según los historiadores. Hace treinta años quebró, pero como ave fénix renació. La Librería de Las Luces pasó por similares estragos. Sin embargo, la resiliencia adquirida en crisis previas no ha sido tan buen escudo para sobrellevar esta.
Pese a la apertura comercial, los números no repuntan porque ellos dependen en 80 % de los turistas. “Nosotros trabajamos muchísimo con el turismo y con los empleados públicos y los dos están eliminados”, dice refiriéndose a que la actividad turística sigue en gran medida paralizada y parte del sector estatal en teletrabajo. “Se nos ha hecho y se nos hace muy cuesta arriba. En el microcentro hay poca gente estable, acá se viene solo por trámites, entonces el padecimiento es muy grande”, asegura Ávila.

De ahí que desde el rubro pidan “una mayor participación del Estado en ayudas”. “Hemos tenido y seguimos teniendo gobiernos que no valoran la cultura como un generador de riqueza. En América Latina es un aspecto que descuidamos, un aspecto secundario y es un elemento que debería ser cuidado”, observa.
Digitalizarse o… digitalizarse
Durante la cuarentena, el entorno digital fue la única vía que se mantuvo abierta y habilitó el acceso al mundo del libro. De ahí que el comercio electrónico en 2020 pasó a representar casi el 40 % de la facturación de las librerías, una subida del 144 % respecto al año anterior, reportó la CAL. “En la etapa de cierre empezó a instalarse como una modalidad habitual. Los que ya estaban desarrollando estos sistemas pudieron salir adelante. La gente se ha acostumbrado muy fácil. Esto es lo que se viene y yo creo que para quedarse”, dice Roza, también presidente de la Federación de Librerías, Papelerías y Afines.
Esta sigue siendo una vía importante para difundir y consumir literatura, pese a que en Buenos Aires ya todo está abierto y solo los barbijos y el alcohol en gel recuerdan que la vida ya no es la que fue. Es abril y uno de los trabajadores de la Librería de las Luces cuenta que continúa vendiendo más por Mercado Libre, la plataforma de comercio electrónico más grande de la región, que durante la pandemia casi duplicó sus usuarios y que hoy en día es la empresa argentina con más valor en la bolsa de Wall Street.
En las editoriales pasó igual con los procesos de aceleración digital. “No fue el mismo escenario para la editorial que al llegar la pandemia tenía todo su catálogo digitalizado que para la que en medio de la pandemia salió a digitalizar sus contenidos. Creo que con la comunicación en redes sociales sucedió lo mismo, no fue la misma experiencia para las editoriales que dialogaban activamente con su comunidad digital que para aquellas que no invertían tiempo en las redes”, dice Víctor Malumián de Ediciones Godot.

Aunque en términos generales todos sus eslabones (incluidos los talleres gráficos) se han visto afectados, las librerías han sido las más golpeadas. “Al no ser formadoras de precios y al aumentar los gastos fijos y al reducirse el poder adquisitivo de la gente es como que tenemos un techo y un piso que se nos va elevando cada vez más y, por supuesto, somos el sector más afectado”, considera Roza, que de todas formas refiere que las editoriales también se han visto perjudicadas frente el poder económico de los grandes sellos.
Pero no todo puede medirse por el tamaño de los competidores. “Si miramos en detalle al canal librero ves pequeñas librerías que han prosperado mucho, ventas dispares entre las cadenas de librerías, librerías tradicionales que fueron muy golpeadas, etc. Creo que el golpe se dividió más por formas de ver el problema, capacidad de reacción y capacidad económica en muchos casos”, opina Malumián, cofundador de la Feria de Editores (FED), un encuentro independiente que realizado en agosto pasado contó con más de veintiocho mil visitas, que significaron ocho mil ventas a través de pequeñas librerías.
La FED viene desarrollándose desde 2013 y el año pasado tuvo su primera edición virtual, aunque ese no fue el único cambio. Usualmente es un encuentro entre editores y lectores, pero al ser las que difunden las novedades editoriales, se decidió invitar a participar a doscientas librerías de la ciudad y de otras provincias. El del libro es un ecosistema interdependiente y sus actores saben que la salida de las crisis no es individual, sino colectiva.
La que no tuvo edición virtual fue la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (FIL Buenos Aires), uno de los eventos literarios anuales más importantes del país y la región. Este año tampoco se sabe si se llevará a cabo y el impacto es grande, ya que representa, entre otras cosas, la principal vidriera para los distintos tipos de editoriales y una vía de acceso a la producción editorial contemporánea para las ciudades más pequeñas donde hay muy pocas o ninguna librería, como destaca el informe El libro argentino frente a la cuarentena, presentado en abril de 2020.
En tanto, para apuntalar al sector la Fundación El Libro y el Ministerio de Cultura de la ciudad organizaron la Feria de Editoriales y Librerías de Buenos Aires (Felba), que se desarrolló al aire libre en diciembre y abril. La participación en ferias ha sido, detalla Roza, una de las estrategias de las librerías para subsistir en este duro período. Su librería tuvo un estand en la segunda Felba que recibió más de ocho mil visitantes, dos mil más que la versión de 2020. La cifra, no obstante, dista de la que recibe cada año la FIL Buenos Aires: más de un millón de personas.
En diálogo con Infobae, el ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro, señaló que la iniciativa buscó acompañar al sector en un tiempo que continúa siendo complejo en Buenos Aires, donde no solo se concentra la industria del libro, sino los contagios de coronavirus. Justamente por esto no supo adelantar si habrá otras ediciones este año. La segunda Felba se realizó la primera semana de abril y para mediados del mes los contagios alcanzaron un récord ni siquiera registrado en 2020: un poco más de veintinueve mil en un solo día, el 16. De ahí que el Gobierno suspendiera hasta el 30 las actividades recreativas, sociales, culturales, deportivas y religiosas en lugares cerrados y restringiera desde las 20:00 la circulación en la ciudad.
No todas son malas noticias
Aunque se publicó menos, algunas librerías no sobrevivieron y cambiaron las formas de vender y comprar libros, los argentinos no renunciaron a la lectura. Por un lado, el libro digital tuvo un incremento anual del 36 %, el más alto desde 2016, según informó la CAL. Y por otro, pese a las restricciones no se frenó el acceso al libro análogo que muchos consiguieron por delivery. “Esa es una palabra de aliento, que seguimos teniendo un pueblo muy lector”, destaca Ávila, que tiene clientes que como él piensan que la relación con el libro es fundamentalmente presencial. “Quien nos conoce prefiere venir, internarse en los estands, revisar, encontrar”, afirma y agrega: “Por el nombre de la librería así y todo viene gente, poquita, pero viene”. Y eso, además, se da porque el lector valora la recomendación que los libreros siempre están dispuestos a dar.
En este sentido, Malumián piensa que en la pandemia el rol del librero se resignificó: “Cobró más importancia que nunca en tiempos donde todos parecen rezarle al dios del algoritmo. Quedó claro que el peso de la buena recomendación, la de una persona que puede pensar una constelación de autores/as y temas sigue completamente vigente”. El libro, sin duda, también, pese a que el panorama en el que se desenvuelve a corto y mediano plazos, sigue siendo incierto.
En el informe anual de la CAL, los actores del sector consultados definieron como de “incertidumbre” la situación que aún atraviesan. Usaron esa palabra y no otra más pesimista tal vez porque al igual que Miguel Ávila tienen claro algo que incluso en la adversidad de la pandemia ha quedado confirmado: “Cuando el ser humano descubre el libro tiene la certeza de que nunca más volverá a estar solo”. En Buenos Aires y en tiempos de la covid, el libro se aferra a vivir.
Los más vendidos en Buenos Aires
El abanico de casas editoras es amplio e incluye tanto a los grandes sellos internacionales como a las editoriales independientes locales, que están igual de consolidadas. Una de las más referenciales es Eterna Cadencia, que también tiene su propia librería, y elaboró su ranking de los diez libros más vendidos de 2020.
La literatura femenina sigue expandiéndose. En el ranking de Eterna Cadencia predomina la narrativa (novelas y libros de cuentos) de mujeres. Eduardo Sacheri es el único escritor en la lista. Lo que sí comparten todos es la nacionalidad: los argentinos leen y eligen, sobre todo, su propia literatura.
- Cometierra de Dolores Reyes (Sigilo).
- Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez (Anagrama).
- Las malas de Camila Sosa Villada (Tusquets).
- Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró (Madreselva).
- Lo mucho que te amé de Eduardo Sacheri (Alfaguara).
- Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara (Literatura Random House).
- Estás muy callada hoy de Ana Navajas (Rosa Iceberg).
- Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez (Anagrama).
- Catedrales de Claudia Piñeiro (Alfaguara).
- Los árboles caídos también son el bosque de Alejandra Kamiya (Bajo la Luna).