Por Rafael Lugo
Ilustración: Shutterstock
Edición 460-Septiembre 2020
De entre los cientos de arupos que se plantaron hace algunos meses en un terreno abandonado, un par —aún pequeños— lanzaron sus flores rosadas casi un año antes de lo previsto. Uno de ellos fue fotografiado, apareció en redes y su colorido exabrupto empezó a ser interpretado como una señal de esperanza. Como cuando aparece la cara de Jesús en una tostada.
El verano no termina de llegar. Parece la vacuna de la covid-19. Yo miro por mi ventana el lento crecimiento de lo que ojalá llegue a convertirse en un bosque. Tengo una vista privilegiada. En este encierro me aburro y a veces me instalo en el balcón de mi casa simplemente a observar. He presenciado accidentes de tránsito, perros apareándose, ladrones correr, parejas besándose y agarrándose de las respectivas nalgas.
Y así fue como un día vi a un hombre de camiseta blanca entrar en el bosque cargando un balde de plástico, y caminar hacia el arupo florido. A su alrededor trotaba juguetón un perro mestizo que llevaba puesta una camiseta anaranjada.
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