El juicio completo a Miguel de Santiago

Por Rafael Lugo

Fotografía: Juan Diego Pérez
Edición 462-Noviembre 2020

A nuestra infancia llegó la leyenda del Cristo de la agonía, que nos contaron —con espanto de por medio— sobre un cuadro del famoso pintor de la Escuela Quiteña, Miguel de Santiago.

Miguel de Santiago quiso pintar a Cristo en su agonía. Así, un día hizo posar a uno de sus estudiantes y lo crucificó para que sirviera como modelo. Mientras el artista retrataba la escena, le preguntó si es que estaba sufriendo y el joven le respondió que no. Miguel de Santiago, loco de ira, atravesó al alumno con una lanza y continuó retratándolo. Cuando terminó el cuadro, liberó al muchacho, pero este cayó muerto a sus pies. El artista huyó y abandonó en su taller un espléndido cuadro de un Cristo en agonía.

Decían que por el remordimiento nunca más volvió a pintar. Que el juicio fue muy largo, y que la belleza de su obra le ganó la libertad. Decían que el cuadro hacía llorar a quienes lo miraban, por su realismo y hermosura.

Dijeron muchas cosas, pero hasta ahora nadie contó los pormenores del proceso por el crimen cometido.

Miguel de Santiago consiguió al mejor abogado que el poder podía comprar. Y el doctor Pérez fue realmente un gran defensor ante ese tribunal del siglo XVII. Expuso su obra y talentos. Su colección de retratos de san Agustín y una carta de recomendación de Nicolás de Goríbar. El letrado expuso cuánto había ayudado a sus alumnos, sin importar su origen. Que varias generaciones de artistas le debían por sus enseñanzas. También sostuvo que pintar es un arte y es parte de la cultura centenaria a la que pertenecemos. La belleza exige sacrificios, concluyó golpeándose el pecho y luego la mesa con el puño derecho.

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