
En los años ochenta, cuando todavía no nos habíamos ganado el derecho a jugar en un Mundial de Fútbol, el mayor referente que tuvimos los ecuatorianos fue el triunfo de Jesús Fichamba en el festival de la OTI.
No ganó la competencia musical, quedó segundo, pero el cantante indígena de Peguche se ganó el corazón de un país entero y también de la crítica internacional, sorprendida del por qué no le dieron el premio a una canción que recordaba la conquista española.
De la fama a la soledad y a la realidad, Jesús Fichamba vivió y trabajó como lo hace la mayoría de inmigrantes, en condiciones precarias.
Mientras vivió en España sufrió, pero no se quejó, superó conflictos personales hasta que finalmente volvió a su patria para radicarse en Guayaquil, se contagió de covid y murió en abril, en el segundo año de la epidemia mundial, poco después de cumplir 74 años.
La periodista Soraya Constante conversó con Fichamba y presentó esta entrevista en el número 328 de Mundo Diners, de septiembre de 2009.
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Jesús Fichamba antes de actuar pide disculpas por no llevar poncho y alpargatas. “Ando pasando de mestizo”, dice y empieza a seguir la pista de su éxito La Pinta, la Niña y la Santa María. Se escucha su voz grabada, la que sonó en el Festival OTI de la Canción, en 1985. El cantante, que ya tiene 62 años, se limita a hacer fonomímica y reproduce fielmente la coreografía que le llevó a ganar el segundo lugar en aquel festival. Cuando dice la frase “sentí que mi raza indomable no se sometía”, aprieta el puño izquierdo y cierra los ojos, y por segundos parece que está sobre el escenario del Teatro Lope de Vega, en Sevilla, cantando la canción que resumía el descubrimiento de América. Pero, en verdad, está en el subsuelo del restaurante Salón de Otoño, en el centro de Madrid, cantando para Enrique Soledispa, un guayaquileño que se dedica a la venta de camarones, y que ha contratado a Fichamba y a un trío para celebrar los treinta años de su esposa.
Resulta paradójico que Fichamba hiciera el viaje de Colón a la inversa y se confundiera con los inmigrantes ecuatorianos que están asentados en España. El cantante indígena vive ahora en Usera, un distrito del sur de Madrid que tiene un 24 por ciento de población extranjera. Alquila una habitación por 280 euros y comparte la vivienda con dos bolivianos que desconocen que es uno de los personajes más populares del Ecuador. Pero su primera parada en España fue Palma de Mallorca, donde llegó en 2004, siguiendo un amor del que no quiere hablar, porque es una relación que contrarió a su esposa y a sus hijos en el Ecuador. En esa isla del Mediterráneo arregló su situación migratoria, gracias a que consiguió una oferta de trabajo en el servicio doméstico.
El artista asegura que no vive de los recuerdos, pero cada vez que puede habla de su momento de gloria en el Festival OTI. “Este indígena ganó la OTI, fue un 21 de septiembre de 1985”, contó a los comensales para los que cantó en el cumpleaños en el Salón de Otoño. Es presumido por donde se lo vea y mucho de lo que cuenta va precedido por un “yo”. ¿Cómo llegó al restaurante Salón de Otoño?, pregunté en uno de los encuentros que tuvimos para hacer esta historia. “El presidente Correa vino en mayo del año pasado, yo fui a saludarle, y como yo tengo amistades y saludo con ministros, me invitaron a una cena en el restaurante”, explicó. Se volvió desde entonces un asiduo visitante del lugar y lo convirtió en su centro de operaciones. Allí concreta contratos para cantar, mantiene reuniones de trabajo, concede entrevistas y, durante las Eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica 2010, estuvo en primera fila para ver los partidos que se transmitieron en pantalla gigante.
Lo que guarda en su bolso también da cuenta de su carácter presuntuoso: varios CD con sus grabaciones y un pasaporte especial que le dieron en el tiempo de León Febres Cordero y que acaba de ser renovado por el presidente Correa. La justificación para llevar los discos es que únicamente escucha su música y el pasaporte le sirve para demostrar que tiene un estatus similar al de un embajador del Ecuador, y ahora que su tarjeta de residencia caducó el año pasado es una especie de salvoconducto para moverse por las calles de Madrid sin papeles.
—¿No tiene papeles?
—Iba a tener la residencia permanente, pero por descuido no hice el trámite, además, pensaba volver al Ecuador en diciembre.
—¿Qué le retuvo en España?
—Adquirí compromisos y me voy a quedar hasta junio.
—¿Qué compromisos?
—Estoy dando mis primeros pinitos como empresario. Ése es mi sueño.
Para concretar ese sueño necesita traer a Darío García, un joven con discapacidad de El Empalme, que vino a España hace poco con la Orquesta Sinfónica de Guayaquil y que parece resucitar a Julio Jaramillo. Su idea es traerlo para un concierto que se realizará en mayo, en una cancha de fútbol de Madrid y que abrirá el evento anual llamado Mundialito de la Inmigración. Pero no es su único sueño, el cantante tiene un anhelo postergado: la grabación de su noveno disco. Las canciones reposan desde el año 2006 en un estudio de grabación de Sabadell, en Barcelona. La lista incluye temas como “Una canción para dos mundos”, con la que participó en el Festival OTI en 1992 y quedó en cuarto lugar, y “Como tú”, una canción inédita escrita por el compositor español Alejandro Jaén. Pero la melodía que más emociona a Fichamba es “A mis amigos” de Alberto Cortez.
La amistad es un tema tabú para Fichamba. Todo tiene que ver con su historia pasada, con su vida en el Ecuador, sobre todo a partir de 1995, cuando sufrió la humillación pública al equivocarse cantando el himno nacional en el Campeonato Mundial de Boxeo, en el Coliseo Rumiñahui. Alguna crónica radial de la época afirmaba que el cantante había fallado, porque había estado bebiendo licor y a partir de eso la carrera del artista se ensombreció por el alcoholismo.
—¿A quién va a dedicar la canción de Alberto Cortez?
—Cuando uno está mal, solamente tu mujer, tus hijos, tu madre, tu padre te respaldan. Cuando me pasó lo del himno me di cuenta lo que pasa con la fama: todo el mundo me decía Don Jesús, primo, compadre; pero cuando decliné todos me dieron la espalda. Por eso me vine y aquí, aprendí muchas cosas lindas, en la parte espiritual, aprendí a hacer cosas, aprendí a cocinar, quise trabajar, pero me he mantenido cantando.
—¿Desde el principio le fue bien con la música?
—Aquí es difícil. Darwin, un cantante maduro, con más experiencia que yo, me dijo en el Ecuador: “Fichamba, no te vayas a España, vas a pelotearte. Allá tienen más salida los cantantes rocoleros como Rosero, Ángel Guaraca, Byron Caicedo. No te vayas”. Pero yo me vine, y en verdad que ha sido duro, he capeado mucho, he buscado, he pasado por la sombra, pero tengo mucha fe en mí mismo.
—¿Qué significa esto de pasar por la sombra?
—Sombra digo porque hay ecuatorianos excelentes y hay ecuatorianos malos. Hay nombres que tengo en la mente y aparecerán en el libro que estoy escribiendo.
Ese libro se llamará Mi paso por la vida y un amigo lo está escribiendo, un escritor sin nombre, porque Fichamba no recuerda el nombre de aquellos “ecuatorianos excelentes” —según su calificación personal—. Tampoco puede precisar el nombre de los altos cargos del Ejército que le solía contratar en el Ecuador, ni se acuerda cómo se llamaba el amigo que hacía mudanzas en Mallorca y que le dio trabajo cuando apenas llegó, ni siquiera se acuerda del nombre de la persona que le facilitó el contrato de trabajo para regularizar su situación migratoria. Pero tiene muy presente los nombres y apellidos de los que le han ofendido, como Pedro Peralta, el editor del diario Extra, que llegó a caricaturizarlo cuando Fichamba figuraba en la lista de los beneficiados de los Fondos de Reserva, que manejaba el tristemente vicepresidente Alberto Dahik. Todo porque el cantante había hecho una presentación especial para el vicepresidente y recibió un pago de tres millones de sucres.
Jesús Fichamba quiere volver al Ecuador para demostrar que logró ponerse de pie y habla en tercera persona para explicar su situación actual: “Fichamba con un poquito lleno de canas está cantando mejor que antes, no tengo ningún perjuicio, y no tomo licor”. Reconoce que su vicio era el whisky, pero que lo dejó cuando llegó a España y que nunca necesitó terapia. La última vez que tuvo una mala experiencia con la bebida fue en Barcelona, en un partido de las Eliminatorias para el Mundial de Alemania: “Ecuador jugaba con Polonia y yo estaba apostando un dinero, estaba nervioso y me fui a la barra a pedir una copa de whisky. Al coger el vaso, mi mano temblaba, pero igual me tomé el trago de un golpe y a los cinco o diez segundos estaba muriéndome. Con un solo trago estaba sumamente borracho y no podía pararme. Demoré unos quince minutos en recuperarme y luego dije Fichamba ya no está para tragos”.
El recuerdo del artista es de 2005, justamente el año en el que su nombre saltó a los periódicos españoles porque cantó a capella el himno nacional en el partido Ecuador-Polonia. Para él fue muy simbólico porque arrastraba el estigma de que no sabía la letra del himno, pero el presidente del Federación Ecuatoriana de Fútbol, Luis Chiriboga, confió en él y le pidió que diera la bienvenida a la selección.
—En el Ecuador decían que no sabía la letra del himno, ¿qué explicación tiene ahora?
—Subí al ring y en la introducción del himno 12 mil personas entraron a cantar. Yo estaba esperando la introducción y me quedé frío. Entré atrasado, siguiendo al público. Pero ni un solo periodista fue a hacerme una entrevista, solamente me dijeron que no sabía cantar el himno.
—¿Y el calificativo de alcohólico cómo se hizo público?
—Todo estaba para suceder ese día. Recuerdo que yo tenía una botella de agua debajo de las piernas, y eso sirvió para que Radio Sucre dijera que Fichamba estaba con una botella de puro.
Pero el cantante sigue usando pistas en sus presentaciones. No solo en las exiguas actuaciones que realiza de vez en cuando en el restaurante Salón de Otoño, sino en cualquier presentación. La más reciente fue en un acto de campaña de la candidata a asambleísta del partido de Rafael Correa. ¿Por qué usa pista? “Porque las circunstancias obligan, porque para cantar necesito más músicos”, dice en el último encuentro que tenemos. No quiere responder más de su vida privada y es como si volviera a subirse al escenario de Sevilla donde triunfó hace veinticuatro años. Se despoja rápidamente de la piel del hombre humilde que alquila un piso en el barrio de Usera, que tiene sueños de grabar un disco y que reconoce su debilidad con el alcohol. Se ve todavía como un artista internacional, aquel indígena de poncho y alpargatas que un día llevó el nombre del Ecuador por los cinco continentes.