El Imperio Otomano ha vuelto

Fotografía: Shutterstock.

Edición 461 – octubre 2020.

La reconversión de Santa Sofía en mezquita fue más que un desafío: fue el heraldo de una nueva era.

Solemne, devoto y ensimismado, haciendo gala de un recogimiento y una piedad sin fisuras, el presidente Recep Tayyip Erdogan avanzó por la nave central y, cuando llegó al sitio de privilegio donde había sido desplegada su alfombra ceremonial, se prosternó con toda la sumisión ante Alá que el islam enseña a sus creyentes. Y allí, como en trance, permaneció un rato largo. Era el día de la oración, el viernes. Pero no era un viernes más. Era el viernes 24 de julio de 2020, cuando Santa Sofía, en Estambul, volvía a ser una mezquita majestuosa y espléndida, la de mayor simbolismo del mundo musulmán y el emblema del más luminoso triunfo islámico sobre la cristiandad: la toma de Constantinopla, en 1453. El paréntesis de la Turquía laica se había cerrado.

Sí, la república fundada en 1923 por Mustafá Kemal ‘Atatürk’ había empezado, ese día y con ese gesto, a ser una vez más el Imperio Otomano, fundado por Osmán I en 1299 y que en sus épocas de expansión máxima, en los siglos XVI y XVII, iba del sureste de Europa, el norte de África y la Arabia profunda hasta las fronteras de Persia y Rusia y los dominios del Sacro Imperio Romano Germánico y de la Mancomunidad Polaco-Lituana. Tres continentes. Ese regreso a los tiempos imperiales era, al fin y al cabo, el anhelo eterno del nacionalismo turco y del islamismo radical, encarnado por Erdogan y, de manera más amplia, por el Partido de la Justicia y el Desarrollo, el AKP, que está en el poder desde 2002.

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