Por Gonzalo Maldonado Albán.
Edición 429 – Febrero 2018.
Un rebelde aceptado con las justas. La Habana, 1955.
Estudió Letras en la Universidad de La Habana, donde ha vivido siempre, a pesar de los roces con el poder castrista.
Escribió una exitosa serie de novelas policiales y Adiós, Hemingway, donde se inmiscuye en la finca cubana del famoso autor de El viejo y el mar, situada en esa costa. Herejes, novela ambientada entre Ámsterdam y La Habana, no tuvo el éxito arrollador de El hombre que amaba a los perros.
Cuenta de Twitter: @padulaleonardo. Más en leonardopadura.com
Comportarse humanamente con los animales y brutalmente con los seres humanos. Esta es una paradoja inquietante que plantea la historia de Ramón Mercader, el joven idealista de origen catalán reclutado por su propia madre y por el amante de ella para que se convirtiera en agente del Kremlin y asesinara a León Trotsky.
Padura narra, por separado, las vidas de Mercader y de Trotsky hasta que ambos se encuentran en México. Cuenta cómo el impulsor de “la revolución permanente” huye de la Unión Soviética acompañado de su esposa, su nieto y sus dos galgos, tras romper con Stalin, quien había ordenado fusilar a sus antiguos camaradas bolcheviques, luego de someterles a juicios sumarios en los que se les forzaba a delatar y reconocer crímenes que no habían cometido. Ahora, Trotsky era víctima de una purga igual a la que él mismo auspició en 1921, cuando este ratón de biblioteca seducido por el poder y creador del Ejército Rojo aplaudió la represión de la policía política creada para defender los sagrados valores de su revolución…
Así que Trotsky viaja primero a Turquía, luego a Noruega y a Francia, pero en ninguno de aquellos países obtiene protección. Siempre está a punto de ser deportado y en todos esos lugares hay agentes estalinistas fraguando su muerte. Su situación parece perdida hasta que el Gobierno de Lázaro Cárdenas, el líder de otra revolución fallida —la mexicana—, se atreve a otorgarle el asilo político, sobre todo gracias a la intervención del muralista Diego Rivera, simpatizante de la causa trostkista, en cuya casa de Coyoacán se hospeda inicialmente y donde pasa momentos apacibles e íntimos con Frida Kahlo, compañera de Rivera. Allí aparece por primera vez Ramón Mercader, bajo el nombre de Jacques Mornard, un supuesto comerciante francés interesado por las grandes causas de la humanidad.
Mornard llegó hasta Trotsky gracias a la relación sentimental que había establecido —por órdenes del servicio secreto soviético— con Sylvia Ageloff, en París. Este hombre apuesto que hablaba perfectamente el francés sedujo fácilmente a Sylvia, una norteamericana más bien desangelada que trabajaba de copista de la obra troskiana.
El momento cumbre de la novela es la escena del asesinato, donde Padura explica que Mercader quería asestar un golpe de piolet en la coronilla porque esa es la parte más vulnerable del cráneo. Pero justo cuando lanzaba el golpe, la víctima giró su cabeza y la pica terminó enterrada en la parte frontal del cráneo, donde el hueso es más grueso. Por eso Trotsky no murió de contado, sino que gritó desesperadamente que estaba siendo asesinado.
¿Cómo pudo un muchacho idealista matar a sangre fría? Padura lo atribuye al lavado de cerebro que se hacía con los reclutas del servicio secreto. La violencia de la Guerra Civil y la vida familiar desastrada que tuvo Ramón hicieron de él presa fácil de ese sistema que construía autómatas que cumplían instrucciones sin experimentar culpa o remordimiento.
El único espacio para el amor está en la relación de Mercader con los animales. Y el narrador es un escritor cubano proscrito por el régimen castrista que borronea informes para una revista veterinaria. En ese trajín conoce, en La Habana, a un español misterioso, muy enfermo, cuya única compañía son los perros, dos galgos iguales a los de Trostky. El personaje guarda muchas similitudes con Mercader, aunque nunca se nos dice que es él en esta gran novela del cubano.