Fotografía: El Comercio.
Edición 461 – octubre 2020.

La noche del 15 de julio pasado, en la red social Twitter, se publicó un mensaje de texto en la cuenta de José Antonio Gómez Iturralde, empresario guayaquileño que cuando tenía sesenta años de edad empezó a transitar el oficio de historiar. Lo escribió uno de sus veinticinco nietos. Se trataba de un recado: “Mi abuelo me encomendó la tarea de hacerlo presente en su cuenta de Twitter, les manda a todos un afectuoso saludo y quiere contarles que su libro del bicentenario sigue en buen rumbo y que será publicado en cuanto su salud mejore”. Eran los días en los que Guayaquil —la ciudad que este mes de octubre conmemora doscientos años de su independencia de España—, de alguna manera, se recuperaba de la singular oscuridad que la cubrió durante el primer mes de la cuarentena por la pandemia del nuevo coronavirus.
El historiador se había unido a aquella herramienta tecnológica del tejido social contemporáneo en 2015. Contaba con 10,4 mil seguidores, a los que atrajo por su versión de la historia de la ciudad. Una que contradice el discurso ortodoxo, oficial. Más compleja. También atraían las fotografías que él compartía, las de un Guayaquil de antaño. La nostalgia de una ciudad que fue. Un mes antes, había publicado un mensaje que, aparentemente, se trataba de la información de una foto de décadas atrás que, por alguna razón, no adjuntó. Ese fue su último tuit.
En la madrugada del 21 de julio, aquel porteño que aspiraba vivir, al menos, hasta el 9 de octubre de este acontecido 2020, para presenciar la conmemoración relacionada con el hecho que él investigó durante las últimas tres décadas, murió a los 93 años.
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