Por Patricia Villarruel G.
Fotografía – Cortesía del Guggenheim.
Edición 441 – febrero 2019.

Abajo: MAMÁ, 1999, Louise Bourgeois, bronce, mármol y acero inoxidable.
El museo, que diseñó el norteamericano Frank O. Gehry hace más de dos décadas, está hoy ligado a los nombres más prestigiosos del arte contemporáneo y provocó uno de los cambios más profundos experimentados por una ciudad europea.
Aquí no se trata solo de lo que es posible ver, también de lo que es posible sentir cuando uno recorre uno de los íconos de la arquitectura contemporánea. Este extraordinario viaje sensorial empieza desde el momento en que se avista esta proeza tecnológica y de gran valor simbólico para la ciudad española. Y continúa al acercarse a su entrada principal donde luce imponente Puppy, el terrier de doce metros de altura cubierto por más de 40 mil pensamientos en tonos azules, rojos, rosas, naranjas y blancos, obra del controvertido Jeff Koons, cuya puesta en escena suscita optimismo.
Difícil no quedar maravillado, antes incluso de flanquear los tornos de la pinacoteca, al entrar en Zero, la sala del vestíbulo recubierta por espejos, donde se proyecta sobre una pantalla curva un documental de seis minutos. La configuración dinámica del espacio convierte al público en el centro de la experiencia visual, haciéndole partícipe de la génesis y el proceso de creación de la obra cumbre de Gehry e invitándole a asistir a un diálogo entre los detalles y texturas arquitectónicas con algunas de las obras más emblemáticas de su Colección Permanente.
A contraluz, se puede apreciar el perfil de este edificio singular como si fuese un enorme barco en plena construcción, emplazado junto a la ría del Nervión. Todo el entorno con un pasado industrial ocupa una superficie de 46 mil metros cuadrados (veinticuatro mil corresponden al espacio útil del museo). En uno de sus extremos se levanta el puente de La Salve que sirve de soporte a Arcos rojos, la intervención escultórica encargada a Daniel Buren y que puede considerarse como el gran pórtico de entrada a la capital vizcaína.
Las formas navales que se aprecian son un homenaje a los astilleros que en su día dieron fama a Bilbao. Gracias a esos dieciséis metros de desnivel de terreno que hay entre la ría y la ciudad, una de sus fachadas respeta las proporciones de los edificios aledaños mientras otra se levanta como una escultura arquitectónica colosal, repleta de curvas, cubierta con placas de piedra caliza y titanio, a modo de escamas de pez.
Fue la extrema complejidad de la estructura proyectada la que obligó a Gehry a dejar de lado sus bocetos y maquetas, y utilizar la Aplicación Informática Interactiva Tridimensional (Catia, por su sigla en inglés), un programa concebido para construir aviones militares que hizo posible que las obras reprodujeran fielmente sus exigentes diseños. Algo que ocurre también en su interior, al dejar atrás el planteamiento tradicional de los museos —la sucesión de salas— y dar paso a una mayor versatilidad de los ámbitos.

La Colección Permanente
El Guggenheim cuenta con tres niveles y una estructura radial alrededor del atrio, su centro neurálgico desde el que se despliega una veintena de galerías, algunas octogonales con muros rectos y otras irregulares, de formas sinuosas y curvas, seña de identidad del estilo arquitectónico deconstructivista del norteamericano.
La sala 104, la más grande del edificio, alberga La materia del tiempo, de Richard Serra. La monumental instalación de ocho piezas de acero es una reflexión en torno al espacio y la naturaleza de la escultura. Y aunque estas evocan formas geométricas convencionales como la elipse, el cono y la esfera, a medida que uno las recorre, mutan en formas más complejas como torsiones elípticas o espirales, generando experiencias únicas, individuales e ilimitadas (pero a veces también desorientadoras y vertiginosas) del tiempo, el movimiento y el espacio.
Desde sus inicios, en 1997, el museo se propuso sumar a sus fondos obras de los artistas más destacados de las tendencias y corrientes del arte contemporáneo desde 1945 “en un intento por reflejar el diálogo existente entre el arte europeo y norteamericano tras la Segunda Guerra Mundial”, nos explica su curadora Lucía Aguirre. Esa colección permanente, que hoy suma 134 piezas, empezó con el óleo Sin título, de Mark Rothko, máximo exponente del expresionismo abstracto, movimiento ampliamente representado aquí con trabajos de Willem Kooning, Clyfford Still y Robert Motherwell.
Un apartado propio merecen Marina, la fotopintura de Gerhard Richter, y el autorretrato de Anselm Kiefer sobre el suelo resquebrajado en Las célebres órdenes de la noche.
El recorrido continúa con las provocadoras propuestas artísticas del arte pop de Andy Warhol y su panel Ciento cincuenta Marilyns multicolores, la expresividad de las pinturas serigrafiadas de Robert Rauschenberg, el conmovedor caos que transmiten los Nueve discursos sobre Cómodo de Cy Twombly y la profusión de garabatos, números, palabras, símbolos y colores que pueblan de humor e ironía los cuadros de Jean-Michel Basquiat.
Ambrosía de Antoni Tàpies es más que un lienzo con una superficie blanquecina, áspera y agrietada: es un ejercicio de introspección del pintor español en el que se mezclan temas tan trascendentales como la vida, la muerte, la soledad o el aislamiento.


Una vuelta por fuera
El estanque de 3 700 metros cuadrados que rodea una parte del edificio se erige también como espacio artístico para albergar obras como Fuentes de fuego del francés Yves Klein, que lanza grandes llamaradas al cielo cuando llega el ocaso, y Escultura de niebla número 08025 (F.O.G.) de la japonesa Fujiko Nakaya, que se pone en movimiento cada hora y adquiere la forma de su entorno más inmediato.
Asombra y hasta produce miedo la extraña escultura de nueve metros que la artista franco-americana Louise Bourgeois creó en honor a su madre. Mamá se puede interpretar como un alegato a la maternidad: sus enormes patas de acero son como una jaula y al mismo tiempo una guarida protectora de los huevos adheridos a su abdomen.
No es casualidad que parezca que Los tulipanes de Jeff Koons pueden desinflarse o romperse en cualquier momento. Al autor estadounidense le interesa que su ramo de flores, concebido a modo de globos de colores de proporciones gigantescas, resulte cercano, desprovisto de cualquier halo de dificultad, como una oda a los sencillos placeres de la vida.
Y sí, es un placer recorrer este museo y la pasarela peatonal que sigue el trazado de la ría y desdibuja los límites entre el edificio y el agua, y antes de abandonar el lugar, reencontrarse con Puppy y su piel vegetal, porque no se trata solo de lo que es posible ver, sino también de lo que es posible sentir.


Gentes y exposiciones
El Museo Guggenheim Bilbao cerró 2018 con un total de 1 265 756 visitantes, 70% de extranjeros. Si empezó como símbolo paradigmático de la transformación de una ciudad tras el hundimiento de su industria en los años ochenta, su trayectoria lo ha consolidado como uno de los motores de la economía de su entorno pues da trabajo a 10 089 personas.
La pinacoteca, que está en manos de un patronato conformado por sus socios fundadores, The Solomon R. Guggenheim Foundation, el Gobierno Vasco y la Diputación Foral de Bizkaia, ha conseguido aglutinar, además, a 45 392 personas que integran Community, una nueva comunidad en torno al arte y la cultura creada en 2017, y que puede acceder a contenido y actividades exclusivas.
La programación de este año 2019 dará cabida a una muestra antológica de Jenny Holzer, considerada una de las artistas conceptuales más relevantes de la actualidad. Estarán presentes también los bodegones de Giorgio Morandi, bajo el prisma de la influencia de los maestros clásicos de los siglos XVI, XVII y XVIII.
El público podrá acercarse a la obra de Lucio Fontana, referente del arte europeo de posguerra, contemplar una selección de las emblemáticas Marinas del artista alemán Gerhard Richter, recorrer las más de cuatro décadas de trabajo del fotógrafo Thomas Struth o maravillarse con la ambigüedad y suspense de las imágenes de Jesper Just.
Para cerrar el año se expondrán Penetrables, unas enormes estructuras cromáticas hechas de hebras de Jesús Rafael Soto. Además, será posible ver La farmacia tropical del dúo formado por Jennifer Allora y Guillermo Calzadilla y una instalación de Jesse Jones dedicada a analizar, con el concepto del embrujo, las formas de resistencia de las mujeres a la opresión religiosa del siglo XVII.