Texto y fotos: Miguel Ángel Vicente de Vera.
Edición 431- abril 2018.
Fray Alberto Lizano tiene una ocupación muy especial: se dedica a liberar las almas de las garras de Lucifer. Este hermano franciscano guayaquileño es uno de los cinco exorcistas oficiales del Ecuador y el único de Quito.
Existen contadas personas en el mundo que consagran su vida a la lucha contra el mismísimo Satanás, pero ya se sabe que los caminos del Señor son inescrutables. A simple vista Alberto Lizano Acosta es un cura con una apariencia y trato normales. De complexión escueta, estatura media y unos grandes ojos negros parapetados tras unos lentes. Destaca su juventud —tiene 42 años— y una refinada formación intelectual. Desde hace dos años es uno más en el convento de San Francisco, un hermano conocido y querido por sus compañeros. Sin embargo, el destino le tenía preparado un insólito escenario.
Con apenas siete años ya tenía claro que iba a entregar su vida a Dios. Creció en Urdesa Norte, una parroquia de Guayaquil profundamente católica y dedicada a san Antonio de Padua. Figuras como el padre Sainz o el padre Mateo Benavides fueron esculpiendo su temprana vocación. Realizó sus estudios eclesiásticos en Loja, primero en la universidad y luego en el seminario, donde estudió cuatro años Teología y tres Filosofía. Fue en esa ciudad donde conoció a Salvatore di Modica Justo, un sacerdote siciliano que fue el exorcista de la Diócesis de Loja por 40 años, su gran iniciador en los misterios de las tinieblas.
Luego vendrían unos años en los que viajó por todo el país, primero al Oriente, luego a La Libertad; estuvo también destinado en Azogues, donde custodió a la Virgen de la Nube. En esa vida trashumante sufrió una crisis espiritual que lo llevó a tomarse un año sabático, lo que en el ámbito católico se denomina una exclaustración. “Necesitaba descansar, en la vida de un sacerdote siempre hay altos y bajos, sobre todo los primeros cinco años, que son los más duros”. Tras vencer a sus propias tinieblas, volvió al ejercicio eclesiástico con más fuerza y empeño que nunca.
En toda su carrera ha realizado más de 300 exorcismos. Desde 2016, luego del fallecimiento de Gustavo Riofrío, el anterior exorcista, el obispo de Quito, monseñor Fausto Trávez, lo designó personalmente para administrar este ministerio. Un mandato que asume como una misión encomendada por la mismísima divinidad.
—¿Cómo se designa a un exorcista?
—Según el derecho canónico todos los sacerdotes ordenados pueden ejercer. Eso sí, es absolutamente necesario tener la potestad presbiteral. No olvidemos que el papa es el primer exorcista. Los diáconos también pueden realizar oraciones, estar presentes en un exorcismo, pero no realizarlos. Normalmente es el obispo, o las cabezas de las arquidiócesis, quienes lo designan.
—¿Qué valores debe tener un sacerdote para ser designado exorcista?
—Los sacerdotes que realizan exorcismos deben ser doctos, hombres de oración, buena reputación y experiencia. En mi caso llevo en esto más de veinte años, he realizado numerosos cursos y seminarios, he leído mucho y me he formado con importantes exorcistas. Con Salvatore di Modica, el exorcista siciliano de la Diócesis de Loja por 40 años, realicé una tesis doctoral. Es una vida muy rigurosa y penitente, se necesita una verdadera vocación, no morbo o curiosidad.
—¿Cuántos exorcistas existen en el Ecuador?
—Unos cinco, tal vez. En Quito solo estoy yo. Es un tema serio y delicado. Cuando llegué a Quito, hace unos dos años, fui nombrado por monseñor Trávez, que es la persona que da la facultad, tanto para los mayores como los menores. Los menores son los bautismos, esto quiere decir que a los catecúmenos o neófitos se les hace un rezo de exorcismo, para que el mal no predomine.
—¿Cómo es el cuadro de una persona que está poseída?
—Tienen un verdadero pavor a la cruz, por cualquier signo sagrado; blasfeman continuamente, manifiestan una fuerza sobrehumana, los ojos se les desorbita, se ponen normalmente blancos, pero a veces también negros. En ocasiones preconizan el futuro, cuando llegas te sienten. Otro rasgo característico es que se expresan en lenguas muertas, pueden llegar a levitar, y en algunos casos a caminar por las paredes, parece irreal, pero es así, yo lo he visto con mis propios ojos.
—¿Cuál es la naturaleza de estos espíritus?
—En el mundo hay legiones de demonios, son miles, millones. Son espíritus, energías malignas, emisarios de Satanás. Hay jerarquías, como ocurre con los ángeles. Se introducen en los cuerpos por pecados de impureza, pereza, soberbia, pero sobre todo por lujuria, por la vida libertina, ese es el pecado por el que los espíritus atacan a las personas.
—¿Me puede describir el proceso de un ritual de exorcismo?
—Para hacer un exorcismo siempre hay que estar en ayuno, en oración, confesado y sin ninguna falta moral o espiritual. Primero se hace una invocación, se pide en latín para que el alma sea liberada, porque esa es la lengua oficial de la Iglesia, tiene más eficacia. Luego hay que persignarse varias veces y bendecir el agua y la sal, porque el profeta Eliseo la usaba para curar a los enfermos.
Que esta agua bendita sea para ti salud y vida (declama con voz alta y solemne, con la mano abierta extendida hacia delante). En ese momento el poseído siente que el agua bendita le arde. Se hace la súplica para que libere a la persona y el demonio comienza a gritar. Luego leemos versos del Ritual del Exorcismo, se le invoca en latín y en español, se nombra a los santos y el endemoniado emana un alarido. También les decimos en voz alta: “Va de retro Satán”, les invitamos a que salgan del cuerpo. Con la cruz empuñada en la mano mirando fijamente al embrujado, le decimos su nombre en voz alta repetidamente, para que recuerde su naturaleza humana y cristiana. En ocasiones con una sesión es suficiente, en otras ocasiones los exorcismos pueden durar años.
No debemos olvidar que en el evangelio de Marcos, y sobre todo el de Mateo, está escrito que Jesús comenzó su vida pública realizando dos tareas principales: sanar enfermos y expulsar demonios y poseídos.
—¿La cruz que utiliza tiene características especiales?
—Se trata de la cruz de san Benito, compuesta por un material de hierro y níquel. Tiene pedazos de madera de olivo del monte benedictino de Suvaquio. También usamos los santos óleos; en unos frascos de vidrio guardamos aceite catecumenal, consagrado en Jueves Santo, que se coloca en la frente de los poseídos.
El crucifijo de la Buena Muerte y la medalla de san Benito han sido reconocidos por la Iglesia como una ayuda para el cristiano en la hora de tentación, peligro, mal, principalmente en la hora de la muerte.
—¿De qué manera puede llegar a ser poseída una persona?
—Hay elementos que tienen la facilidad de transmitirlo. La tierra de los cementerios, los huesos, sobre todo los humanos, los búhos y las serpientes. A través de la Ouija, también pueden apoderarse de un cristiano.
—¿Cómo se detectan las personas poseídas?
—Normalmente vienen a vernos, ellos perciben que algo está mal en lo más hondo de su ser. Los miércoles tarde en la sacristía de la iglesia del Sagrario atiendo consultas. Este primer encuentro sirve para evitar confusiones. Trabajo con un equipo, entre ellos un psicólogo. Abordamos a las personas desde tres perspectivas: eclesiástica, científica y psicológica. Cuando detectamos una patología mental los enviamos al psiquiatra o al doctor correspondiente, tan solo actuamos cuando vemos rasgos demoníacos.
—¿En cuántos exorcismos ha participado?
—En unos 300, solo en Quito llevo 120. A veces se confunden con ataques de epilepsia o histeria. Gracias a Dios, con el tiempo se han ido seleccionando las experiencias para evitar confusiones, tal y como se expuso en el encuentro mundial donde participó el papa Francisco. De los 120 unos veinte fueron exorcismos por acciones sobrenaturales. En general son mujeres, debido a que son muy curiosas y frágiles, pero también hay hombres.
—¿Recuerda su primera experiencia?
—Fue en 2001, en la parroquia de Cristo Rey, en la provincia de Loja. Se trataba de un exorcismo de brujería. La mujer que encontramos tenía la barriga muy hinchada. Le realizamos el rito romano e iniciamos la oración. Le acercamos el rosario, pero lo despreciaba; gritaba blasfemias, intentamos sujetarla, pero no era posible, tenía una fuerza sobrehumana. Cuando le acercábamos el crucifico nos insultaba. Estuvimos durante tres horas luchando contra el maleficio. Finalmente liberamos a la mujer, al terminar comenzó a vomitar un líquido verde fétido, y por debajo (lo expresa con cierta cautela y confidencialidad) expulsó un enorme gusano muerto. Habíamos vencido.
—¿Nos puede contar otra experiencia radical?
—Asistí a otro exorcismo en Riobamba. Una mujer había jugado con la Ouija y desde entonces estaba poseída. Tenía una voz muy ronca, escupía y daba alaridos, cuando traté de poner la cruz sobre su piel ella se retorcía, era como si le quemara, le quedó la marca en la piel, tal y como cuando tomamos el sol en la playa. Al intentar sujetarla comenzó a caminar por la pared, llegó al techo y bajó por el otro lado.
En otra ocasión estaba en Cuenca, y conocí el caso de una joven que había estado metida en cuestiones esotéricas; estaba poseída, su mirada perdida, nos pedía ayuda, luego blasfemaba, botaba saliva… En un momento del ritual le coloqué mis manos sobre su frente y levitó, elevándose unos diez centímetros. No pude sanarla solo, tuvimos que llevarla a Loja, para tener la ayuda de otros sacerdotes.
Yo no lo he visto personalmente, pero existen testimonios de personas endemoniadas que botan clavos por la boca, pedazos de madera con pelos, arañas, una cadena larga. También hay mujeres que expulsan semen por sus partes íntimas.
—¿Ha temido por su vida en algún momento?
—Sí. En una ocasión, aquí en el convento de San Francisco, se rompió una puerta de vidrio sin ninguna razón aparente. Me dejó varias cicatrices en el brazo (muestra unas profundas cicatrices): fue un espíritu maligno. Otras veces mueven mi cama y se meten en mis sueños, donde aparecen bestias que quieren devorarme. Al amanecer del día siguiente, tengo arañazos de los espíritus que vienen a molestarme.
GABRIELE AMORTH (1925-2016)
Dedicó su vida a luchar contra el demonio. A lo largo de un período de treinta años realizó unos 7 000 exorcismos. Esa cifra no quiere decir que hubiera atendido a 7 000 personas, pues según decía Amorth una misma persona podía necesitar decenas de sesiones para ser liberada de sus demonios. Fue fundador en 1990 de la Asociación Internacional de Exorcistas, organización que presidió hasta su retiro en el año 2000. En una entrevista en 2006 con la radio del Vaticano, Amorth causó gran controversia en todo el mundo al decir que creía que Adolfo Hitler y Josef Stalin estuvieron poseídos por el demonio.
Fuente: www.bbc.com