El genocidio olvidado

Eran vísperas de la Navidad cuando se supo de las primeras detenciones: un puñado de intelectuales, descritos por el gobierno como “el núcleo de la conspiración”, habían sido arrestados por la policía en operaciones fulminantes y sigilosas, efectuadas durante tres noches consecutivas. Nadie supo dónde se los llevaron, porque incluso las autoridades negaron las capturas y dijeron que las denunciaseran nada más que “parte de la conjura”.Nadie le dio mucha importancia al asunto, que fue olvidado con rapidez. Eran, al fin y al cabo, tiempos revueltos, en que lo que lesocurriera a unos pocos armenios no era un tema de importancia en la Turquía de finales de 1914.

Y es que ocho semanas antes Turquía había entrado en la Primera Guerra Mundial. Fue el 29 de octubre, cuando el gobierno de los Jóvenes Turcos (un partido revolucionario que había tomado el poder en 1908) decidió unirse a las Potencias Centrales en contra de la Triple Entente.Y así, siguiendo a Alemania y Austria-Hungría, Turquía estaba en guerra contra Inglaterra, Francia y Rusia. Nada menos. Le esperaban años duros, que requerían un frente interno compacto, sin fisuras, para poder ir a la batalla sin tener que preocuparse porla retaguardia. La “conspiración armenia” tenía, claro, que ser cortada de raíz.

Por entonces, en el Imperio Otomano (que hasta 1923 sería el nombre oficial de la Turquía actual) vivían unos dos millones de armenios, muchos de ellos pertenecientes a familias que llevaban siglos radicadas allí. Su condición marginal había fomentado que a lo largo del siglo XIX surgieran grupos nacionalistas radicales, dispuestos a la rebeldía y a la violencia. Tras la guerra ruso-turca de 1877, esos grupos violentos recibieron armas rusas, con las que intentaron una serie de rebeliones que fueron sofocadas sin piedad. Pero la semilla de la sospecha había quedado sembrada, y en 1914, con el estallido de la Gran Guerra, el gobierno turco resolvió que debía librarse de la “amenaza armenia”.

Tras esas primeras detenciones de las vísperas de la Navidad, la campaña contra los armenios se endureció al empezar 1915. No hubo semana en que no se supiera de la detención de algún sospechoso. Como todo régimen autoritario, el gobierno turco se encarnizó con los periodistas.Al llegar abril, las autoridades habían decidido escalar la represión. Y, así, la noche del 23 al 24 unos seiscientos dirigentes armenios fueron apresados. Muchos fueron fusilados esa madrugada. Otros fueron deportados. De la mayoría nunca volvió a saberse nada. Pero lo peor recién estaba por venir.

Turquía jamás reconoció que hubiera habido una orden expresa de exterminio. Lo cierto, sin embargo, es que a partir del 24 de abril decenas y hasta cientos de miles de armenios fueron deportados hacia el suroriente de Anatolia y hacia Siria. En el cruce del desierto, sin agua, provisiones ni medicinas, el hambre y las epidemias causaron una mortandad de espanto. Los pocos que sobrevivieron fueron asaltados, muchos asesinados, por bandas de delincuentes que operaban con impunidad. El mundo, mientras tanto, pendiente de las atroces batallas de trincheras que caracterizaron a la Primera Guerra Mundial, sabía muy poco, casi nada, del genocidio que estaban sufriendo los armenios. Un genocidio que duró, sin pausas, hasta 1918.

El mundo ni siquiera se enteró de lo que sucedió en Van: allí, en una pequeña ciudad del oriente turco, a orillas de un lago, las autoridades locales se dedicaron, con premeditación fría, a cometer abusos y atropellos para forzar una rebelión de la población armenia, que era mayoritaria. Cuando la rebelión ocurrió, el ejército fue lanzado a una masacre sistemática y brutal, que convirtió a Van en una ciudad de mayoría kurda, sin armenios, y en un símbolo del genocidio. En el resto de Turquía, después de una pausa efímera al final de la Gran Guerra, la matanza se reanudó hasta 1923, cuando desapareció el califato islámico, reemplazado por una república laica.

Nunca se supo con precisión cuántos armenios murieron: con el mundo en el caos y la hambruna que dejó la guerra y con las potencias vencedoras disputándose a dentelladas los restos de los grandes imperios abatidos, los tiempos no daban para que alguien se dedicara a contar las víctimas de un drama periférico. Además, Armenia había ingresado a la Unión Soviética en 1920,y su gobierno, empeñado en implantar el socialismo, no se detuvo a llorar sus muertos en Turquía.Y, así, un millón y medio de personas (o una cifra muy cercana y, en todo caso, atroz) fueron masacradas sin que nadie lo supiera y sin que a casi nadie le importara. Un genocidio que cumple un siglo, sin homenajes ni recuerdos.(Jorge Ortiz)

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