El genio del fútbol que lleva una vida gris

Con veintiocho años, Lionel Messi es reconocido por su bajo perfil. Sin embargo, más allá de sus intentos de pasar desapercibido, hay hechos que muestran que su manera de ser no es casual. ///

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En la cancha depreda metros, rivales y porterías pero en la vida real, privada y hogareña, puertas adentro, por lo menos en apariencia, Lionel Messi es un ser rutinario, hasta gris, sobre quien no hay mucho qué decir o criticar. Algo que para millones de admiradores del jugador es una suerte de atributo: el perfil bajo y la humildad que el jugador nacido en Rosario exhibe fuera de los estadios y de los camerinos. En pocas palabras, se trata de un tipo a quien parece no importarle la fama, los pantallazos de tevé o las portadas de los diarios, más allá de que reflejen su talento deportivo.

El crack sufre de una timidez casi patológica, que él mismo ha reconocido. Ha sido desde niño muy reservado, tanto que en la escuela, según recordó una de sus maestras, tenía una compañerita que hablaba por él con la docente, a manera de vocera. Ella le transmitía las demandas del pequeño Leo.

No suele responder con la velocidad de su exuberante juego en los hechos cotidianos. Incluso si puede quedarse callado lo hace, ya que siempre ha existido alguien que diga las cosas por él. A los seis años fue su abuela materna Celia, quien habló en las inferiores de un equipo de Rosario para que fuera aceptado y pudiera jugar, debido a que el entrenador no quería darle el sí por lo pequeño que era con respecto a los niños de su edad. Ahora, de adulto, Messi le dedica a ella cada gol que hace: las dos manos con las que parece agradecer al cielo, las estira para honrar a la madre de su madre.

Más tarde, ya como un talento infantil, fue su padre Jorge quien manejó al jugador y, después, a la máquina de dinero en la que se convirtió hasta llegar a ser el número uno y mejor pagado del balompié mundial (veinticinco millones de euros al año, solo en salarios). Esa tarea, la de ser el representante y el administrador de los recursos de su hijo, se le acabó a Jorge Messi el pasado 6 de octubre, una vez que la justicia española lo sentenció a año y medio de prisión por evadir impuestos, los impuestos que su hijo debió pagar al fisco. Leo fue absuelto al considerarse que quien manejaba todo el dinero era su papá.

En la cancha, más allá de su liderazgo deportivo, no ha sido nunca el que ha llevado la llamada voz cantante. Ha optado brillar con el balón encajado en el botín de su pie izquierdo, convertido en un estilete que corta en pedazos a las defensas contrarias. Por ello cuando Diego Maradona, entonces entrenador de la Selección argentina, lo nombró capitán en el Mundial de 2010, en Sudáfrica, Lionel se sintió asfixiado. “El pibe no sabía qué hacer”, recuerda su excompañero Juan Sebastián La Bruja Verón en la biografía de jugador, escrita por el argentino Leonardo Faccio. Se puso mal y apenas pudo dormir la víspera de su primer discurso como abanderado del equipo. No se conoció qué les dijo a sus compañeros; Verón se negó a revelarle detalles a Faccio por solidaridad con Messi. Lo que sí es un hecho público es que no le han vuelto a encargar el brazalete.

¿Es genuina aquella actitud? ¿Es Messi realmente tan invisible una vez que el árbitro ordena el final del partido? Existen hechos registrados, sobre todo por la prensa española, que develan al mito como un ser humano, no exento de errores, aunque, eso sí, cauteloso y hasta cínico si llega a cometerlos. Tan detallista en ocultarlos como cuando hace una gambeta y no se deja arrebatar el balón hasta fusilar, o burlar, al arquero contrario.

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La historia del jugador rosarino de veintiocho años va de la mano del bajo perfil, a partir del momento que se reveló como talento mundial hace más de una década. Este cronista supo de él, y tuvo la posibilidad de mirarlo en una cancha, por primera vez en el Sudamericano Juvenil de 2005 que se jugó en distintas ciudades de Colombia, por advertencias de cazatalentos españoles que se cumplieron días después con la consecución del título albiceleste, con la Pulga como héroe. En Argentina apenas sabían de él los expertos, tomando en cuenta que Leo había salido a los doce años de su ciudad, una vez que el Barcelona catalán firmó un contrato con su padre, Jorge, en la servilleta de un restaurante de Buenos Aires. Era un desconocido.

Después no pasó mucho tiempo para que pulverizara todos los récords posibles en el cuadro blaugrana, algo que no ha podido repetir en la selección de su país. Entonces ya se conocía que, fuera de la cancha, básicamente dormía, se dedicaba a los juegos de video, comía y volvía a dormir. Una máquina de carne y hueso que recargaba energías cuando volvía a casa. “No sé cómo hace para dormir nuevamente por la noche, pero él es capaz”, revelaba la hermana del crack, María Sol, al biógrafo Faccio.

¿Es Messi tan cándido? La mayoría de testimonios públicos sobre el jugador a lo largo de una década asiente al responder, pero hay hechos que pudieran revelar que se trata, más bien, de una suerte de caparazón.

Faccio, biógrafo del jugador, a quien Messi le dio quince minutos de su tiempo para el libro —el resto de información la obtuvo el escritor a través de fuentes confiables en Argentina y en Europa—, cuenta la anécdota de una periodista que fue exclusivamente a entrevistar al futbolista en un entrenamiento. Al día siguiente, Messi apareció muy sonriente en la práctica de fútbol y hasta le dijo a un allegado, con quien tenía entera confianza, que había pasado la noche con ella. Casi imperceptible, como cuando se cola entre los defensores, sin que ellos apenas lo sientan, para recibir el balón y meterla en el arco opuesto.

Sin embargo, por más precauciones que haya tomado, un personaje tan mediático y público como Messi tarde o temprano puede ser descubierto: cae en posición adelantada y los flashes lo pillan. No se han tratado de eventos dramáticos como los que rodearon, por ejemplo, a la vida de Maradona. Existen algunas perlas que, más allá del morbo, retratan a un ser que tiene debilidades como los mortales comunes. En todas las ocasiones, el jugador o su entorno trataron de desmentir los hechos reflejados especialmente en revistas de farándula.

Messi fue retratado por la revista Muy, que publicó fotografías del jugador en la ciudad estadounidense de Las Vegas, aparentemente acompañado por una mujer que no era su esposa. Otra publicación, Affonblader, mostró instantáneas de La Pulga saliendo de un bar y ayudado por Xavi Hernández; la publicación afirmó que Messi fue ayudado porque no podía permanecer en pie.

La famosa modelo y vedete paraguaya Larissa Riquelme dijo en un programa de tevé chileno que el jugador le había ofrecido dinero a cambio de tener relaciones sexuales. Messi no respondió y el tema quedó en chisme. En Brasil 2014 fue criticado luego de que se difundiera un video en el que aparentemente ignoraba el saludo de un niño; el argentino se justificó y dijo que no se había percatado e invitó al menor a manera de disculpa.

La rivalidad con el portugués Cristiano Ronaldo por ser el mejor jugador del mundo no suele verse reflejada únicamente en la cancha. No se saludan cuando suelen encontrarse en entregas de premios a los que los dos suelen acudir. Tampoco se mencionan cuando dan comentarios a medios de comunicación; para Messi Cristiano no existe cuando habla públicamente.

No son temas de otro mundo, más allá de lo que las revistas faranduleras suelen ofrecer, tomando en cuenta la fama del jugador. Messi no ha cedido frente a esas provocaciones. Prefiere responder con el balón y no enredarse en telenovelas. Es fiel a su historia de timidez o, como dicen los colombianos, si ha dado “papaya” prefiere mantenerse en silencio.

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A pesar de toda la cautela, Messi y su entorno ceden a veces, como sucedió con una extraña entrevista en los momentos previos a la Copa del Mundo de 2010. Uno de los corresponsales del periódico Olé, un rotativo argentino futbolero, había mandado a uno de los fotógrafos a espiar la casa que había alquilado Messi y su familia en Pretoria. El cronista gráfico hizo el intento de burlar la privacidad del mejor jugador del mundo sin mucho estilo, tanto que el padre del “diez”, Jorge, lo notó, y lo invitó a pasar. Ahí el colega entrevistó a Messi en exclusiva.

¿Qué es lo que necesitas para llegar bien al Mundial? “Que me dejen…”, dijo sin más, con la frontalidad con la que suele empezar su carrera en la cancha, hasta anotar o hasta que los rivales lo empujen, traben o jalen. A su estilo, Messi pedía que cesara la presión a las puertas de un torneo tan estresante como una Copa del Mundo. Lo cierto es que, luego de fracaso tras fracaso con el equipo nacional argentino, y después de cansarse de ser el mejor del mundo puesto la blusa del Barcelona catalán, Messi, por fin, pudo destaparse con su selección en el mundial del año pasado, en Brasil. Su equipo, con goles y asistencias de él, llegó a la final, que finalmente perdió con la máquina alemana con un agónico gol de Mario Götze en la prórroga. El logro de ser finalista, aunque con Messi en un nivel inferior, se repitió este año en la Copa América, pero la derrota fue más dolorosa; el victimario fue, en la tanda de penales, el local Chile, un equipo que históricamente ha sido derrotado por los albicelestes.

¿Acaso sos sueco Leo?, le preguntó Maradona, días después de que terminara la Copa América. La pregunta reflejó, en buena medida, la reacción de los argentinos. El aludido no se ha dado el trabajo de responderle a quienes muchos consideran el parámetro para que el rosarino se adueñe definitivamente del cinturón del balompié.

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El blindaje alrededor del ídolo cayó, por lo menos parcialmente, una vez que cedió a la convención social de formar una familia. “Mi vida cambió con Thiago”, le dijo a la página web del Barcelona el año pasado. Messi se refería a la llegada de su primer hijo, el producto de su unión con su amiga de la infancia y novia de toda la vida, Antonella Rocuzzo, vecina de barrio en Rosario y prima de uno de sus compañeros en las formativas del Newell’s Old Boys. La pareja tuvo en agosto de este año a Mateo, su segundo niño. Con sus herederos el jugador ha reconocido que su motivación personal, más allá del fútbol, ha cambiado. “Cuando pierdo un partido llego con bronca, pero los miro a ellos y se me olvida todo”.

El Messi de 2015, a los veintiocho años de edad, es tan o más exitoso de lo que ya ha sido en los últimos años. Además de haber conformado una familia, ha logrado establecer una especie de clan, tanto dentro como fuera del F. C. Barcelona. Se trata del brasileño Neymar y del uruguayo Luis Suárez, sus socios de gol actuales. Con ellos prepara asados, salen en familia, se visitan, se han vuelto íntimos. Prácticamente han cobijado a Leo, quien con sus compinches de la actualidad experimenta un nuevo ciclo futbolístico. Ya no es el delantero neto que solía ser, sino que se ha retrasado unos metros, en una estrategia ideada por el entrenador Luis Enrique, que permite al crack apoyar con pases gol a sus compañeros de ataque y también anotar a placer.

Por logros, ya aseguró su presencia en el Olimpo del balón. Ha roto todas las marcas imaginables en su club, con más de 450 goles en una década de profesional, mucho más que los 311 acumulados por Maradona, su gran y temible referente, en toda una carrera. Sin embargo, entre la siempre hambrienta fanaticada del balompié, sobre todo en la argentina, no hay acuerdo que valga.

El exitoso jugador, que ha tenido que madurar a la fuerza, se mantiene en lo suyo. Se trata de un personaje que, más allá de lo que diga el resto, impone sus condiciones, aunque en silencio o silbando bajo. El hecho de que su aparente timidez lo haya blindado del acoso exterior puede revelar que, más allá del césped, Messi es quien decide sobre su propia vida.

No polemiza, no confronta, no emite juicios de valor. Es conservador en su juego y solo se va al ataque, en materia de vida personal, si se ve acorralado, colgado del travesaño. Y, aun si fuera vulnerado, si recibiera un tanto en contra, lo relativiza. Vuelve al centro del campo y nuevamente pide el balón, pero con mucha discreción, casi susurrándole al oído a su compañero de turno. Topa el esférico sutilmente y lo devuelve rapidito, no arriesga, no se compromete; prefiere esperar al rival… Así es el genio del fútbol tras bastidores: ultradefensivo.

Lo quieren o lo odian

Desde un territorio en teoría neutral como Colombia, Ernesto Rodríguez, argentino de nacimiento, en las páginas de la revista Semana, se compadecía de Messi, una vez que los albicelestes perdieron la final de la Copa del Mundo de 2014. Decía haber conocido en persona al jugador y se había sorprendido de su fragilidad y, a la vez, comprendido su historia. “De cómo un niñito de diez años que se inyectaba hormonas en las piernas para poder jugar al fútbol ha llegado a ser lo que es ahora en el siglo XXI: una industria de hacer euros”.

Daniel Riera, articulista argentino de la fraterna SoHo, decía en este 2015 que Messi ha confirmado ser mejor que Maradona al haber jugado en la misma posición que el Pelusa, es decir, hacerlo como un tradicional número diez, con gol y llenando de pases a sus compañeros. Además, que ha brillado en un club lleno de historia y exigencia como el Barcelona, en el cual Maradona apenas pudo hacerlo, a criterio del columnista, en los años ochenta.

Desde España, donde se ve brillar a Messi cada semana, E. J. Rodríguez, en las columnas del magacín Jot Down, señalaba que, trayectoria por trayectoria, Maradona es más. Desde haber salido del desconocido Argentinos Juniors, comparado con el famoso Barcelona, hasta haber ganado un mundial prácticamente solo y sacado del olvido al Nápoles italiano. Que Maradona hacía, al mismo tiempo, las labores de los mejores colaboradores de Messi, como fue Xavi y aún lo es Andrés Iniesta. Y que Diego hacía… de Messi también. Además que es un mito la irregularidad del Pelusa, porque Maradona, mientras estuvo bien, no falló…

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