Por Milagros Aguirre.
Ilustración ADN Montalvo E.
Edición 430 – marzo.
La gente camina hablando sola por la ciudad. Los autos se parquean solos gracias a un comando. Los chicos tienen la nariz pegada a su teléfono celular. No se llega a ninguna parte sin el Waze o el Google Maps. En el Museo del Prado, la gente se toma fotos con la Mona Lisa sin ver la obra sino en la pantalla del teléfono, pues le dan la espalda porque lo que importa es la selfi. Los recorridos a los museos se hacen con realidad aumentada y mirando a través de la tableta cada una de las obras. El teatro, la danza o un concierto se ven en los teléfonos porque importa más el video para YouTube que el instante vivido. Amazon inaugura una tienda, Amazon GO, en la que ya no se requieren dependientes ni cajeros: el usuario toma todo lo que necesita, cada cosa tiene un código y, gracias a ese código, debita directamente de la cuenta bancaria que está en el teléfono celular. En algunas tiendas del Japón ni siquiera hay que pulsar tecla alguna. Basta con el rostro que, al pasar por un sensor, reconoce al cliente y con el parpadeo, acepta el pago y debita directamente de su cuenta bancaria. La gente invierte y se endeuda en critpomonedas que recuerdan a la criptonita de Superman y que son monedas invisibles. Ya mismo vuelan carros como en los dibujos animados de Los Sónicos, que algunos tuvimos la suerte de ver.
La verdad es que la gente de mi generación tuvo la suerte de salir de paseo sin que sonara el celular; almorzar sin tener que atender una llamada de trabajo mientras se lleva la comida a la boca; visitar a la abuela y poner atención a sus historias; hablar con la pareja en vivo y en directo y no por chat, incluso para cortar con ella, y leer libros impresos en papel. Nuestra generación tuvo la suerte de ser parte de esa transición y también la desdicha de ver cómo todo se volvía obsoleto en un abrir y cerrar de ojos. La refrigeradora que duraba treinta años ahora es un artefacto que se daña a los dos o tres; los teléfonos hay que cambiarlos al año por eso de la obsolescencia programada. Todo envejece y deja de servir en muy poco tiempo: ¿recuerdan los iPod?, ¡ya no se usan!, los nuevos computadores vienen ya no solo sin espacio para CD, tampoco tienen un espacio donde insertar el flash-USB, pues ya hay una nube para guardar archivos.
El futuro es hoy y la sensación de ser cada vez más robots y menos humanos, más dependientes de la tecnología, asusta. Si estuviéramos más pendientes de las cosas simples, de una flor, un suspiro, un abrazo, una palabra de aliento o una mano extendida, que del último modelo de teléfono, el mundo sería algo mejor.