Por Milagros Aguirre.
Ilustración: ADN Montalvo. E.
Edición 454 – marzo 2020.

Entre los incendios en Australia, la desaparición del ornitorrinco y el peligro de extinción del delfín rosado, las 1 800 toneladas de aletas de tiburón exportadas de Latinoamérica al Asia, las altas y bajas temperaturas en Quito —que nos tienen entre el protector solar para esquivar los rayos ultravioletas y la bufanda y mascarilla para evitar la neumonía china de última generación—, las olas de plástico en los mares de Sudáfrica, las treinta toneladas de basura y las aguas residuales de 45 mil habitantes de Leticia que se vierten sobre el río Amazonas, parece que el apocalipsis llega. Las sectas apocalípticas y sus elegidos como que ya pueden meterse en sus búnkeres, porque ya mismo ha de llegar un asteroide de esos que promete estrellarse contra el planeta y ponerle fin a todo esto.
A esos malos presagios se puede sumar la serie de Netflix, donde el guapísimo Mehdi Dehbi interpreta al Mesías que anuncia en varios de sus capítulos que llega la inundación final y que pone de cabeza al mundo porque no se sabe si es un terrorista, un loco alucinado o, en verdad, la encarnación de Jesucristo en el siglo XXI.
Las imágenes aterradoras de incendios, tifones, inundaciones y basura nos alertan sobre el cambio climático, y, aunque ya casi todo el mundo empieza a usar las bolsas de tela en el súper, las empresas de alimentos no dejan de envolver en plástico casi todos sus productos. La tierra grita y nos hacemos los sordos, dice uno de esos memes que circulan por ahí. La niña Greta quiere hacer conciencia a los líderes del mundo mientras sus seguidores hacen campings en los parques europeos, con tiendas de campaña hechas de plástico, enviando selfis y fotos a Instagram, porque son hiperconectados a los teléfonos que funcionan con baterías de litio, mineral que sale de las minas bolivianas.
De entre todo ese abanico de malas noticias que inundan los blogs, periódicos y noticieros —sean falsas o verdaderas— y que van entre las terribles desgracias ambientales, las virulentas protestas sociales anticapitalistas, pasando por los ataques estadounidenses a Irán y el precio que le han puesto a la cabeza de Trump para que pague por sus arrebatos, la noticia que devuelve algo de esperanza en la humanidad es la más trivial de todas: que Harry, Megan y Archie dejan la monarquía, que vivirán de su trabajo, que no quieren vivir de dineros públicos ni huyendo la vida entera de los paparazzi que tanto agobiaron a Diana, la princesa, que quieren ser una familia normal y corriente, y estar lejos de los protocolos de la realeza. ¡Qué alivio! ¡De veras que parece que se fuera a acabar el mundo! ¡Que alguien quiera ser normal, común y corriente, en este mundo de ambiciones, es esperanzador!, ¿no?, ¿o será señal más bien de que, ahora sí en serio, ya se viene el fin del mundo?
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