Por Anamaría Correa Crespo
Ilustración: María José Mesías
Edición 458-Julio 2020
Horas larguísimas de lectura durante la pandemia, tratando de darle a la época aciaga el toque de productividad. Por doquier repiten el mantra, que si no aprendes algo (un cursillo online de filosofía por ejemplo), lees muchos libros, escribes novelas o descubres el hobby que nunca antes te importó, la pandemia no habrá servido para nada. ¿Es que en verdad creen que la pandemia servirá para algo aparte de enseñarnos que nunca más podremos andar por la vida sin habernos lavado las manos por al menos veinte segundos unas quince veces al día? Bien por usted, amable lector, si armó cinco rompecabezas, aprendió la manualidad olvidada, la receta refundida, el tejido de la abuela o el bordado a punto de cruz de la tía, pero como colectividad estamos en soletas. ¡Sí, en soletas!
Basta mirar por un segundo las noticias. A veces me desconecto de la realidad por momentos, quizá horas, y ¡boom! No hacen falta más de veinte minutos de desconexión para que un nuevo escándalo de podredumbre a nivel cósmico haya salido a la luz y, tal como culebrón de narcos, uno no entienda ni por dónde empezar a desmadejar el nuevo atraco. Lo único que se esparce más rápido que la covid-19 en estos tiempos turbulentos, son los sobreprecios, los proveedores truchos, los pedidos de coima, los prófugos, los atracos cibernéticos, las pruebas expiradas, los funcionarios con grillete. La corrupción endémica nos ha mostrado su rostro más despiadado y corrosivo.
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