El científico que ayuda a encontrar vida extraterrestre.

Por Jaime Porras Ferreyra.

Foto: © Adrián Sánchez-González.

Edición 446 – julio 2019.

Extraterrestres--1

Luke Mckay, profesor de la Universidad Estatal de Montana, estudia microorganismos presentes en ambientes extremos de nuestro planeta, un trabajo que puede facilitar el descubrimiento de vida en otros puntos del cosmos. Mundo Diners habló con este investigador visionario.

 

La mexicana Julieta Fierro, el estadounidense Neil deGrasse y el portugués António Damásio forman parte de una categoría de científicos con un don especial: una sorprendente capacidad para explicar y difundir conocimientos entre públicos variopintos. Luke McKay también integra este club de expertos con facilidad para mostrar que la ciencia es más divertida y apasionante de lo que pensamos.

Son las dos de la tarde en C2 Montreal, una de las conferencias sobre creatividad, márquetin y nuevas tecnologías más originales del orbe; “el Davos de la innovación”, la catalogan algunos medios europeos. Luke McKay, profesor de la Universidad Estatal de Montana, experto en astrobiología y ecología microbiana, sube al escenario e inicia su ponencia lanzando una pregunta al público: “¿Cuántos de ustedes creen que existe vida extraterrestre?”. Pocos segundos después, gracias a una aplicación en los teléfonos, la respuesta se proyecta en una pantalla: 86 % vota por el sí y 14 % por el no. Enseguida, McKay explica durante diez minutos —con encomiable capacidad de síntesis— en qué consiste su trabajo: estudia microorganismos presentes en ambientes sumamente extremos de nuestro planeta para ayudar a encontrar vida en otros puntos del universo. “Podemos obtener más respuestas analizando lo que ocurre en la Tierra. No solo cómo surge la vida sino también cómo se desarrolla”, dice en una parte de la presentación.

Al término de su ponencia, Luke McKay charló con Mundo Diners en la sala de prensa del evento. El cine y la literatura han fijado durante décadas una curiosa imagen de los extraterrestres: seres verdes —a veces con casco— y con el mismo número de extremidades que nosotros. “Creo que la gente y la cultura popular ya no se dejan guiar tanto por estas figuras. Están más enteradas de lo que indagan los científicos. Incluso lo vemos en producciones recientes. Por ejemplo, en la película Arrival, donde las formas humanas no son la referencia”, señala. “Cualquier posibilidad está ahí, pero debemos prepararnos para indagar en los sitios donde podemos llegar próximamente. Y justamente en varios de esos lugares existen condiciones como las que investigo. Se trata de dar un primer paso: saber dónde y cómo buscar”, añade.

Luke McKay nació en un “planeta” muy especial: Alabama (Estados Unidos), considerado un estado sumamente conservador —incluso respecto a la enseñanza de la ciencia—, lejos de los laboratorios de Silicon Valley o del ambiente multicultural de Nueva York. “Crecí en una familia muy religiosa. Mis padres son bautistas. Nos queremos mucho y respetan lo que hago, pero tratamos de evitar ciertos temas”, explica el científico, quien confiesa que se convenció de la teoría de la evolución pasada la adolescencia. En una entrevista en 2018 al portal DCO, señaló que su interés por la naturaleza le debe mucho a programas de televisión, como el de Steve Irwin (el finado “cazador de cocodrilos”) y el de Jeff Corwin (estrella de Animal Planet), aunque McKay se decantó por una licenciatura en Biología Molecular en la Universidad de Alabama en Birmingham. Posteriormente, obtuvo una maestría y un doctorado en Ciencias Marinas, ambos en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill.

Extremófilos

Desde hace varios años, McKay se ha dedicado a explorar colonias de extremófilos microscópicos en varios puntos del orbe. Los extremófilos son organismos que viven en condiciones muy “rudas”; seres que asombran a los científicos al desarrollarse en aguas de alta acidez, lugares sin oxígeno, bajo bloques de hielo, entre temperaturas infernales o resistiendo presiones descomunales. Por ello, McKay ha investigado en la Antártida, entre las grietas volcánicas de Hawái, a más de dos mil kilómetros de profundidad en el litoral mexicano (en la cuenca de Guaymas) y en las pozas del Parque Nacional de Yellowstone. Este último estudio formó parte de un programa de la NASA.

El estadounidense es uno de los protagonistas de The Most Unknown, documental disponible en Netflix que muestra las pesquisas de nueve científicos en diversas áreas del conocimiento. Ahí se observa su trabajo buscando vida en las fuentes termales del estado de Nevada. “La Tierra no tenía oxígeno hace 4 000 millones de años, cuando la vida se desarrolló. Ahora hay oxígeno en la superficie, pero no en la subsuperficie. Por lo tanto, es un buen sitio para buscar”, cuenta en una parte del documental. Después viaja con las muestras obtenidas a un laboratorio para efectuar exámenes de ADN y así saber con qué novedades se ha topado.

“No paro de sorprenderme al mirar en el microscopio y al comparar genomas, aunque también mis investigaciones tienen que ver con la composición química donde se desarrollan estos microorganismos y en cómo la modifican”, comenta a Mundo Diners. El científico, que trabaja frecuentemente con otros colegas y estudiantes de posgrado, recoge muestras con distintos instrumentos (incluso se sirve de un vehículo robótico). Contempla bacterias, arqueas, entre otros microorganismos, y revisa con sigilo las fuentes de energía que emplean. Un punto fundamental es conocer qué alimento consumen y qué desechos producen. Todo esto acompañado de paciencia y largas dosis de curiosidad (esa gasolina que tanto ha impulsado a la humanidad).

Durante la filmación, The most unknown, Hawái, 2017.
Durante la filmación, The most unknown,
Hawái, 2017.
Lago Yellowstone, 2017.
Lago Yellowstone,
2017.

El metano atmosférico

En su ponencia, McKay habla de la diversidad (y también de la cercanía genética) entre las distintas especies de nuestro planeta. A su vez, se enfoca en electrones, protones y neutrones, y cita varias veces el metano. No es una casualidad: tanto McKay como otros científicos se interesan especialmente por este compuesto químico, ya que gran parte de este proviene de fuentes biológicas —particularmente de microbios—, por lo que su presencia en otros cuerpos del cosmos podría ser un signo de vida. Desde hace varios años, grupos de expertos han informado sobre la presencia de metano atmosférico en Marte. Asimismo, un equipo de investigadores europeos publicó un estudio hace unas semanas, en las páginas de Scientific Reports, sobre el hallazgo de bacterias y arqueas en la depresión del Danakil (Etiopía), sitio especialmente caluroso y de elevada acidez, condiciones muy parecidas a las del planeta rojo hace millones de años.

McKay comulga con la idea de profundizar las investigaciones en Marte. No obstante, también cita dos satélites —ambos de Saturno— donde cree que la posibilidad de encontrar vida no es menor: Titán y Encélado. Dice que son dos lugares “del vecindario” con combinaciones químicas interesantes para llevarnos una sorpresa: uno con abundante metano y otro con reservas de agua en estado líquido bajo su superficie. “Debemos ampliar nuestros conocimientos, crear mejores herramientas para investigar”, apunta.

Luke analiza algunas muestras junto con su colega, el investigador William Inskeep.
Luke analiza algunas muestras junto con su colega, el investigador William Inskeep.
Cuenca del Géiser Norris, 2017.
Cuenca del Géiser Norris, 2017.

No somos los únicos

“¿Qué es la vida?”, lanza al aire Luke McKay en una parte de su ponencia en C2 Montreal, como si de pronto estuviésemos en un seminario de filosofía. La pregunta no es baladí en sus investigaciones. De hecho, representa uno de los pilares en el trabajo de todos los astrobiólogos. McKay dice que uno no puede ser avaro, dada la talla del universo, respecto a que solo encontremos patrones idénticos a los terrestres. “Podemos especular. Sin embargo, hay que partir de algo. Después de todo, solo tenemos evidencia de la forma en que la vida se desarrolló en nuestro planeta”, comenta. Es por ello que subraya la importancia de tomar en cuenta la definición empleada por la NASA: “Vida es un sistema químico autosustentable capaz de experimentar una evolución darwiniana”. Otros investigadores se inclinan más por el acrónimo en inglés MRS GREN, cuyas letras representan los siguientes términos: movimiento, respiración, sensibilidad, crecimiento, reproducción, excreción y nutrición.

En los últimos minutos de su ponencia, Luke McKay recurre a predicciones realizadas por astrónomos de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda): unos 100 mil millones de planetas en la Vía Láctea serían habitables. Tomando en cuenta que hay unos 500 mil millones de galaxias, la cifra en todo el universo sería de 50 mil trillones. “Creo que hallaremos vida extraterrestre en menos de 50 años. Hablo de microorganismos. Otra cosa es la vida inteligente, pero todo puede pasar. Por todo esto, hay que proseguir con las investigaciones para desarrollar instrumentos más confiables. No podemos conformarnos con imágenes o con análisis superficiales”, comenta el experto a esta revista. Si bien los trabajos de McKay buscan ayudar a que este hallazgo se dé, también aportan información trascendental sobre las primeras manifestaciones de la vida en nuestro planeta. Después de todo, la Tierra fue un ambiente sumamente hostil durante millones de años para la aparición y el desarrollo de los microorganismos que después dieron lugar a toda la riqueza viva que conocemos.

¿Ha pensado Luke McKay qué sucederá el día en que encontremos vida extraterrestre? “No estoy al tanto de los protocolos que seguramente ya tienen los Gobiernos para transmitir una noticia de ese calibre. Sin embargo, desde un punto de vista sociológico, pienso que serviría para relajarnos, al constatar que no somos tan importantes como creíamos. Es muy ególatra considerar que somos los únicos en todo el universo”, responde el profesor de la Universidad Estatal de Montana. No descartemos que, cuando llegue ese día, los cables de las agencias de medio mundo citen el nombre de Luke McKay como uno de los responsables de que finalmente hayamos dado con alguna forma de vida fuera de la Tierra.

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