El Chimborazo: de cómo, cuándo y porqué salió del armario

Fernando Hidalgo Nistri ///

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El Chimborazo inicialmente fue ignorado olímpicamente por la población blanco mestiza. Humboldt fue el gran “descubridor” científico del Chimborazo y el que le dio fama en Europa.

 

Es indudable que el Chimborazo se ha convertido en un símbolo identitario nacional del cual presumimos y hasta experimentamos un cierto sentimiento de orgullo patrio. Todos los atributos que con el tiempo se han venido añadiendo a esta montaña han hecho de ella un referente para los ecuatorianos.Está muy lejos de ser una casualidad el que su figura ocupe un destacado lugar en el escudo del Ecuador y eso por no hablar de su presencia en sellos postales, folletos turísticos y otros soportes. Incluso para remarcar los sentimientos patrios hubo una época no muy lejanaen laque en escuelas y colegios se confería al Chimborazo el título de montaña más alta del mundo. No hace falta decir que el batacazo fuemayúsculo cuando, ya más leídos y maduritos, averiguamos la verdad y supimos que el coloso era en realidad un enano con relación a las más altas cimas del planeta. Pero decepciones aparte, los apegos y las simpatías que los ecuatorianos hemos desarrollado hacia el Rey de los Andes, han seguido intactas y dehecho para nosotros sigue siendo unícono de culto; un auténtico patrimonio nacional.Convengamos, si mañana desapareciera, ello nos produciríaun shock afectivo y nos daría la impresión de un Ecuador incompleto, de un Ecuador manco o falto de un órgano vital.

Por curioso que pueda parecer, el protagonismo del Chimborazo como un sentimiento en la vida delos ecuatorianoses algo relativamente nuevo y en buena medida tiene que ver con el proceso de construcción de la nacionalidad y de la identidad de nuestro país. Lo cierto es que durante por lo menos260 años la poblaciónblanco mestiza permaneció totalmente ajena ante el espectáculo que mostraban los colosos volcánicos. Incluso los pocos viajeros que tuvieron la oportunidad de atravesar por sus páramos permanecieron apáticos ante el espectáculo.Como decía H. Taine: “cada siglo tiene su sentido de la belleza y la valoración del paisaje ha ido cambiando tanto como los gustos literarios”. Durante mucho tiempo, por lo tanto, nuestros volcanes fueron vistos mas no contemplados. Resulta sumamente curioso ver cómo el Chimborazo no destacó en absoluto y apenas si fue señalado como una mera localización topográfica; como un ítem más de un frío inventario de accidentes geográficos. Cuando Jorge Juan y Antonio de Ulloa pasaron por sus faldas en su viaje a Quito a duras penas silo mencionaron. Con la expedición de Malaspina ocurrió otro tanto. Pese a que los artistas que acompañaban a los científicos pintaron una preciosa imagen de Guayaquil con el Chimborazo al fondo, lo cierto es que los diarios de los expedicionariosmuestran que tampoco mereció mucha atención. Para colmo, ni siquiera Juan de Velasco se fijó mucho en el volcán de manera que las referencias que hizo deélpecan de minimalistas. Esta actitud se explica en buena medida por el hecho de que, a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, el gusto no estaba programado para admirar lo salvaje. Lo que en ese momento fascinaba y emocionaba a los hombres cultos eran los paisajes cultivados. Las alegres huertas y los campos donde pacían bueyes y vacas imprimían un sentimiento de optimismo y de tranquilidad.Si el paraíso efectivamente existía, este debía ser un gran valle colmado de haciendas repletas de espigas doradas. Las montañas, por el contrario, les resultaban completamente feas, horrendas e inhabitables. Incluso les sugerían ser un lugar caótico y perfectamente prescindible.

Para los únicos que el Chimborazo tuvo relevancia fue para el mundo indígena: ellos sí que lo vieron como un lugar fantástico, teológicamente central y pleno de significados. El volcán, junto con otras prominencias, fue tenido como una divinidad, como un tótem e incluso como una gran personalidad capaz de intervenir en la vida de los pueblos y de los individuos en concreto. Un viejo y curioso documento del Archivo General de Indias da cuenta del relieve que tuvieron las montañas en la religión y su papel en los sincretismos delos pueblos indígenas.Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, los brujos, hechiceros y curanderos de Colonche y Chanduy explican cómo se encomendaban y hacían de las suyas en las cimas de los cerros de Samborondón y Chimborazo. Uno y otro eran sitios mágicos, llenos de significados y que,como tales, ordenaban el cosmos, proporcionaban saberes yen definitiva daban sentido a sus vidas.

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Si hay que señalar un nombre propio que hizo el milagro de convertir al Chimborazo en todo un símbolo, este no es otro que Alexander von Humboldt. Entre otras cosas, la importancia que tuvo su viaje al Ecuador reside en el hecho de que fundó un nuevo patrón cultural andino. Su ascensión al Rey de los Andes supuso un antes y un después en su historia. De ser un auténtico desconocido pasó a ser un lugar de fama mundial. Tanta publicidad y tanto relieve científico se le dio que a la larga llegó a adquirir significados claramente míticos y, de hecho, se convirtió en el sucesor de una saga de montañas que históricamente habían acaparado estos atributos. El testigo que inicialmente había estado en manos del Etna siciliano pasó al Mont Blanc, de ahí fue al Teide canario para finalmente terminar en la testa del Rey de los Andes. Gran parte de su fama se debió a que a lo largo de las primeras décadas del siglo XIX el Chimborazo ostentó el título de la montaña más alta del planeta. Si bien Humboldt no llegó a coronarlo, debe haber sido el “primer mortal” que más alto había subido en el mundo. Y no hay que ser adivino para saber la profunda decepción que sintió al conocer, casi al final de sus días, que en la cadena del Himalaya y en el Karakorum había montañas que sobrepasaban con creces la altura de cualquiera de los colosos andinos.

Aquí es importante destacar que gran parte del prestigio que adquirió el Chimborazo provino del ámbito científico. En esto hay puntos en común con las islas Galápagos. Gracias a las observaciones efectuadas por Humboldt, el volcán pasó a los anales de la ciencia y a sonar en las academias científicas europeas. De hecho un personaje de la talla de Goethe llegó a interesarse por él, al punto que pintó una acuarela. No podemos ser exhaustivos, pero sí conviene decir que ahí el sabio prusiano desarrolló conceptos clave para entender la física y la ecología de los Andes. En el Chimborazo encontró todos los argumentos que definitivamente avalaban su revolucionaria propuesta de mirar el funcionamiento de la naturaleza como un sistema interrelacionado. La experiencia con el coloso volcánico le sirvió para desarrollar conceptos como los de microclima y el tan valorado de ecología. Humboldt rehabilitó una vieja idea de la cosmología estoica y logró incorporar el concepto de un mundo construido por un conjunto de piezas con encaje perfecto y mutuamente dependientes entre sí. El perfil del Chimborazo donde aparecen todos los pisos ecológico-climáticos, desde las selvas tropicales al pie de la cordillera hasta la región de las nieves perpetuas, es un cuadro que patentizaba muy bien la idea de una naturaleza entendida como un todo armónico e interrelacionado. Resumiendo, el Chimborazo se convirtió en un monumento geográfico que incitaba a las miradas contemplativas de científicos y viajeros.

Cuando el Chimborazo empezó a ser objeto de consideración y a ser relevante para el conjunto de los ecuatorianos fue a raíz del advenimiento del Romanticismo. Sin las reflexiones de Humboldt nuestro volcán habría tardado mucho más tiempo en aparecer en los libros de texto y en la órbita académica. Si algo hicieron los más afectos a estas sensibilidades fue valorar lo salvaje, lo inmenso, lo incomprensible; todo aquello que en definitiva suponía un reto al pensamiento. Con el Romanticismo el gusto dio un vuelco completo.Los que antiguamente eran considerados como sitios horridos y feos se convirtieron en lugares objeto de admiración, en lugares bellos y sublimes. Las montañas, en este sentido, pasaron a ser las proveedoras de buenas dosis deemoción,de misterio, de turbación, adrenalina y situaciones al límite. En las alturas, en definitiva, ocurría eso que tanto anhelaban: el extravío del pensamiento y la caída en barrena de la razón.La supervaloración de que fueron objeto permitió sostener que ahí, más que en ningún otro lugar, era donde las ideas se clarificaban. Más aún, los intelectuales de comienzos del siglo XIX quisieron ver en ellas un símbolo y el lugar de residencia de la libertad. No en vano Schiller había proclamado en una de sus obras más emblemáticas: “la libertad estaba en las montañas”.

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Con el Romanticismo los grandes volcanes ecuatorianos pasaron de ser páginas en blanco a páginas sobre las cuales se inscribían sentimientos, afectose incluso teorías científicas. De meros hechos topográficos se convirtieron en relatos, en lugares nutridos de significados y de valores.Resumiendo, el Chimborazo fue una invención de este movimiento. La activación de estos sentimientos está detrás del nacimiento del andinismo. A los primeros montañeros no les movía tanto el hacer deporte tal cual ocurre ahora, sino el placer de experimentar una transformación interior y todas estas sensaciones que estamos viendo.

La atención que los románticos prestaron a las montañas es lo que permitió también apreciar las altas cimas del planeta desde el punto de vista estético. Gracias a ello, los glaciares y los riscos pasaron a ser objetos de interés artístico. Moritz Wagner, un explorador alemán, que visitó el país, reconoció la superioridad de las “vistas panorámicas” de los Andes respecto de los Alpes y Pirineos. Al romanticismo se debe principalmente el auge del género paisajista que en el Ecuador logróvictorias contundentes.A medida en que el Romanticismo empezó a ganar cuotas de prestigio los paisajes montañeros empezaron a ser profusamente dibujados y pintados. Con la eclosión de este movimiento los pintores ecuatorianos fueron dejando paulatinamente de encontrar sus motivos de inspiración en Cristos sanguinolentos o en las usuales escenas que proporcionaba la Biblia. Ahí están todas esas magníficas vistas pintadas por Troya, Church, Martínez, Reschreiter, Mera, etc.

Si el viajero prusiano confirió prestigio científico al Chimborazo, Bolívar en cambiohizo lo propio pero en el campode los significados políticos. Su famoso Delirio tuvo el efecto de hacer de él un auténtico altar de la patria y un centro devocional de una nación recién liberada de las garras del pérfido león ibérico. La composición poética inauguró una geografía mítica que a su vez creó la ficción de un país mítico. Bolívar fundió lo sublime natural con lo sublime histórico de sus proezas guerreras. El Rey de los Andes se convirtió para los ecuatorianos e incluso para los exsocios de la Gran Colombia en una especie de monte Sinaí, símbolo por antonomasia de la Independencia recién hecha realidad. Las experiencias del Libertador en el macizo andinoestán repletas de resabios religiosos.Por un lado, y conforme el texto delDelirio, la fatigosa ascensión a la cumbre es una metáfora de sus campañas victoriosas, pero por otro, lo que ocurre en la cumbre nos remite a un escenario semejante al de la entrega de las tablas de la ley a Moisés. En efecto, en los hielos de la cima se produce el encuentro con una deidad laica que muestra a un Bolívar recibiendo los códigos a partir de los cuales debe organizarse y regirse la nueva nación.Si bien su experiencia es una experiencia individual que consagra el ideal romántico del héroe, también lo es la de todo un pueblo que inicia una nueva singladura.La escena, cuyos contenidos dramáticos y retóricos son inconfundibles, marca la hora cero, esto es el punto de arranque de la historia de la nación grancolombiana. Gracias a este juego de ficciones fue en definitivacómo el Chimborazo se convirtió en una fuente de sentimientos patrios y de afirmación cultural. Sus glaciares pasaron a ser el lugar por antonomasia del acto fundacional de una entidad histórica que coincide con el Ecuador. Bolívar, en este sentido, fundó una geografía de tinteseminentemente patrios y heroicos.

El Chimborazo pasó de la marginalidad más absoluta a convertirse en un monumento con significados cósmicos y en un auténtico tótem tribal para los ecuatorianos.En torno a él se reunía, se identificaba y se organizaba el pueblo de la recién constituida nación.Tanto estas propiedades que se le atribuyeron como las nuevas sensibilidades hacia la naturaleza explican cómo nuestro volcán fue profusamente fotografiado, impreso en estampas, sellos postales y grabados.

Finalmente una tercera personalidad que también dio fama y voz al Chimborazo fue Edward Whymper. Este alpinista inglés es oficialmente tenido como el primer mortal que puso sus pies sobre la cima del volcán. Su hazaña fue muy publicitada y su conocido libro Entre los altos Andes del Ecuador fue un éxito editorial. Whymper, sin embargo, no fue un científico propiamente dicho sino más bien un especialista en aventuras y en afrontar los grandes retos que suponía el incursionar por lugares salvajes y hostiles. Su conquista del Chimborazo no tuvo sino el propósito de romper un récord.Este tipo de personalidades abundaban en el siglo XIX. La lectura de sus escritos estaba destinada a satisfacer ese deseo de la burguesía europea de viajar, de ampliar horizontes, de hacer volar la fantasía y de huir de la estrechez de un medio urbano que en lugar de ser estimulante, agobiaba. Con Whymper y con los geólogos que trabajaron en el país hacia la segunda mitad del siglo XIX es cómo empezó a despuntar el amor por la montaña y el andinismo ecuatoriano.

En este año el Chimborazo ha visto reivindicado uno de sus grandes valores: el de ser la montaña más alta del mundo, pero claro que contando la distancia desde el centro de la Tierra. Las mediciones con sofisticados instrumentos científicos así lo han confirmado y la noticiaha tenido cierta repercusión a nivel mundial. Esta novedad nos ha hecho repensar al Chimborazo pero sobre todo nos ha dado un nuevo motivo para fortalecer nuestro alicaído orgullo nacional. El batir récords siempre ha sido para nosotros una forma de fortalecer la textura de lo patrio, de autoafirmarnos y sobre todo una forma devisibilizar al país en el contexto internacional. Para completar la mitología criolla ahora solo falta que se comprueben con hechos ciertos y fehacientes esa otra gran e indiscutible “verdad” ecuatoriana sobre que nuestro himno nacional es el segundo mejor del mundo después de la Marsellesa. Las verdades, aunque a veces tardan, a la larga llegan.

 

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