El caso Wagner: su antijudaísmo y odio a la modernidad

Para figuras controvertidas, sin lugar a dudas, la de Richard Wagner, el famoso músico y dramaturgo alemán. Hasta el día de hoy las opiniones que se han vertido sobre el compositor tienden al blanco y al negro.

Durante la mayor parte de su vida, Wagner estuvo acosado por la deudas que contraía continuamente. Pero cuando Luis II de Baviera ascendió al trono con 18 años su carrera entró en un periodo prolífico. El monarca sentía una profunda admiración por el compositor desde muy joven, y decidió pagar sus deudas y financiar sus composiciones y estrenos, entre ellos Tristán e Isolda y El anillo de los Nibelungos. Sin embargo, las tensiones en la corte forzaron su alejamiento y Wagner, que se había trasladado a Münich, se instaló en Lucerna, donde fue retratado en la imagen de la derecha. De todas formas, el apoyo más fiel que recibió Wagner a lo largo de toda su carrera fue la del compositor austro-húngaro Franz Liszt, con cuya hija Cósima se casó y permanecieron juntos hasta su muerte. Fuente: www.historia.nationalgeographic.com.es

Tanto por el contenido de sus óperas como por las posturas políticas que adoptó, fue objeto de odios viscerales o de amores hasta el delirio. El entusiasmo que generó fue tal que Ludwig II de Baviera, un príncipe alemán un tanto chiflado, instituyó un festival wagneriano y hasta le construyó un teatro para representar sus óperas en la pequeña ciudad de Bayreuth. Sobre todo, entre el bien pensante mundo de la izquierda, el personaje goza de mala reputación debido a sus vinculaciones con esa derecha europea más reaccionaria de la época. Años más tarde, la mala fama se incrementó exponencialmente debido a la apología que hizo de su figura el régimen nazi.

En lo personal su vida estuvo envuelta en una multitud de escándalos y extravagancias. Durante años vivió en calidad de amante con Cosima, la esposa del célebre músico Hans von Bülow, un gran admirador de Wagner, una admiración que le permitió soportar con resignación la infidelidad. Cosima por su parte había sido fruto de una de esas historias de amor un tanto turbias que fueron muy comunes en la época. Ella era hija ilegítima de Franz Liszt y de la condesa Marie d’Agout.

A lo largo de su vida, Wagner se mostró visionario, arrogante y con el derecho a dominar a los demás, gracias a su poder de convicción y a su avasalladora personalidad. Del mismo modo su evidente megalomanía le hizo sentirse como un profeta anunciador de la buena nueva de la restauración de los valores del mundo germánico y por extensión del pueblo indoeuropeo.

Richard y Cosima Wagner.

Wagner antisistema

A primera vista, el pensamiento y las posturas políticas de Wagner aparecen como contradictorias y hasta incongruentes. Para entender sus ideas es preciso situar al personaje dentro del contexto de la época y del hecho que, tanto la izquierda europea como los conservadores y nacionalistas a ultranza, compartían valores comunes. Durante toda su vida se manifestó como un feroz crítico de la “codiciosa” clase media y de la industrialización que avanzaba triunfante sobre las otrora bucólicas comarcas del Rhin y de la Renania-Westfalia. Para él, la enfermedad de Europa era la mecanización, la fragmentación social, el individualismo y el sometimiento al mundo del dinero y de los negocios. Tanto el materialismo como el espíritu comercial eran dos virus letales que estaban corrompiendo a pasos acelerados al volk alemán.

Al igual que los ultraconservadores de la época, consideró que el progreso era el Caballo de Troya que amenazaba con un futuro burgués, anodino y carente de alma. El rechazo que sentía hacia el mundo capitalista de la época lo llevó a trabar amistad con personajes con un indudable perfil de eso que hoy llamaríamos antisistema. No fue en absoluto una casualidad la estrecha relación que mantuvo con Bakunin, hoy considerado como el padre del anarquismo.

Este revolucionario le inculcó el gusto por lo épico, por las grandes transformaciones sociales, por soñar con un futuro glorioso y ver a la política en términos utópicos y apocalípticos. Del profeta ruso, Wagner aprendió que la pasión destructora también era una pasión creadora. Según uno de sus biógrafos, la admiración que llegó a tener hacia este curioso personaje le inspiró la figura de Sigfrido, ese héroe temerario y liberador que desafiaba a los dioses.

Como bien era de esperarse, sus posturas políticas lo llevaron a las calles y a convertirse en un avezado agitador de masas. Participó de manera directa en la revolución de Dresde de 1849, la última de toda una serie de revueltas de inspiración anarquista y socialista que estallaron en la Europa de la época. Incluso fue acusado de haber proporcionado granadas a los insurrectos y, para colmo, de haber alentado la quema del teatro Real de la ciudad. El fracaso del levantamiento le obligó a exiliarse en Zúrich, una ciudad que lo acogió a lo largo de doce años.

Los hijos de Cosima Wagner: Isolde (apellido Bulow, hija de Wagner); Eva (apellido Bulow, hija de Wagner); Siegfried (apellido Wagner, hijo de Wagner); Blandine (hija de Bulow) y Daniela (hija de Bulow).

Los estudiosos de la ópera wagneriana han relievado cómo el ciclo del Anillo de los Nibelungos envuelve una dura crítica a la sociedad y al emergente fenómeno de la economía capitalista. Los nibelungos, enanos siniestros y malignos que extrajo de la mitología germana, plasmaban el espíritu demoníaco de la época industrial. Si algo lo inspiró componer el drama fue la impresión que le causaron las instalaciones del puerto de Londres. Como le confesó en una carta a su esposa Cosima, ahí creyó ver personificado el diabólico sueño materialista del fiero Alberico. En El oro del Rhin, se distinguen tres niveles del mundo mítico. En el inferior estaba la belleza y el amor que encarnaban las hijas del Rhin y Edra, la madre terrestre. Por encima de este primer plano se hallaba el siniestro reino de los nibelungos, donde todo giraba en torno al poder, la posesión y la esclavitud. En la cúspide se hallaba el reino de los dioses que habían olvidado sus orígenes telúricos y a los que los materialistas nibelungos habían corrompido.

Pero el talante provocador y antisistema de Wagner también se manifestó en otros campos. En su calidad de forjador de la Joven Alemania, predicó el humanismo, el amor libre y la fraternidad universal. Estas nuevas sensibilidades las plasmó en su ópera Amor prohibido, un trabajo ahora desconocido para el gran público. La revisión que efectuó de la moral de la época estuvo muy próxima a la que reivindicaban los anarquistas.

Como buen romántico apeló al despertar de los instintos y de esa sensualidad primitiva y acaso diabólica que yacía en estado de latencia. Estas nuevas sensibilidades fueron las que popularizaron en Europa central la cultura del desnudo y del naturalismo. La nueva visión de las cosas fue valorada por los intelectuales del nacionalsocialismo porque, en concreto, proporcionaba una buena ocasión para exponer los cuerpos esbeltos y perfectos de la raza aria.

Wagner antijudío

El odio visceral que Wagner manifestó hacia el mundo del dinero y hacia el capitalismo lo impulsaron a adoptar posturas radicalmente antisemitas. Con una intolerancia que rayaba en el fanatismo abogó por la urgencia de expulsar a los judíos. Su radicalismo y sus evidentes paranoias lo llevaron incluso a levantar una enérgica protesta contra los intentos que habían surgido en Alemania de fomentar los matrimonios mixtos a efectos de integrarlos en la sociedad. En un escrito suyo se puede apreciar un anticipo de la “solución final”. En Conócete a ti mismo vaticinaba que la conciencia y los valores del pueblo alemán aflorarían en el momento en el que “ya no hubiera ningún judío”.

El virulento antisemitismo de la época fue una enfermedad que causó estragos tanto en ámbitos de izquierda como de derecha. Wagner, al igual que Marx y los revolucionarios socialistas, comunistas y anarquistas que fundaron el movimiento de la Joven Alemania, los depreciaban y los veían como un elemento corruptor de la sociedad. Además de considerarlos degenerados, sobre los judíos recayó la culpa de ser los creadores de una sociedad superficial, frívola y sometida al demonio del materialismo. El profundo desprecio que Wagner sentía hacia ellos lo plasmó en el infame Alberico, uno de los “malos malísimos” de la tribu de los Nibelungos. En este enano de nariz ganchuda, Wagner caracterizó al judío y por extensión al hombre moderno que, por codiciar el oro, había optado por renunciar a la belleza y al amor.

Para rematar su hija Eva se casó con Steward Chamberlain, uno de los principales teóricos del antijudaísmo y buen amigo de los círculos nacionalsocialistas. En los años veinte y treinta, el clan Wagner estuvo estrechamente comprometido con el régimen nazi. Caprichos de la historia: los cincuenta años de la muerte del músico coincidieron con el ascenso al poder de Hitler.

Wagner ultranacionalista

Siegfriedo descubre a Brünnhilde dormida.

Siguiendo la estela de una tradición que habían iniciado los románticos, Wagner consideró que era de vital importancia recuperar las autenticidades de la cultura europea y, más específicamente, los valores de los pueblos nórdico-teutones. Para él, el advenimiento de la Joven Alemania solo era posible con el soporte de un nuevo ciclo mitológico. Los mitos proporcionaban identidad, consistencia, unidad y dotaban de sentido a la vida de los pueblos.

Su mensaje caló muy profundo, al punto de que toda una generación de jóvenes nacionalistas y antisemitas alemanes lo tuvieron como su hijo mimado. Tanto Hitler como su círculo más íntimo vieron en el compositor a uno de los héroes y redentores mitológicos de la cultura europea y más específicamente de la germánica. Wagner, que tenía plenamente asumida su condición de profeta, proponía una nueva era para la humanidad, la que sería instituida por los rubios teutones y por sus parientes, los hijos de los vikingos.

Un requisito previo para la instauración de este nuevo orden era la demolición del viejo cristianismo y la fundación de una nueva mitología con evidentes rasgos neopaganos. Muy influido por el nietzscheano “Dios ha muerto” y por los sansimonianos, proclamó la fundación de una nueva religión humanizada, que se sustentaba en los ejes del amor fraterno y de la rehabilitación de la carne.

En este entramado el héroe salvador e instaurador del nuevo orden era Sigfrido, una especie de Dionisos nórdico y, cómo no, rubio. En este personaje mitológico Wagner vio al hombre libre, aquel que había logrado salir del círculo fatal del mundo del dinero, de los contratos, de la posesión y del poder. Nada que ver con el legalismo judío ni con las rigideces y con el despotismo de los católicos. A Sigfrido bien podía tenérsele como contraimagen de san Ignacio de Loyola.

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