En la 6 de Julio la vida gira alrededor del cangrejo. Enfrentan una posible veda de tres años, pero igual se preparan para las competencias de la feria anual, es parte su lucha.
Por Rafael Méndez Meneses
Los cogedores tragan polvo durante media hora para llegar en moto desde la Cooperativa 6 de Julio hasta el manglar. La vestimenta de campaña consiste en dos pantalones, doble guante, tres camisetas y un buzo para soportar las nubes de mosquitos, además de cuatro piolas y un gancho metálico para atrapar a su presa. Un bote los adentra por tres dólares a sectores previamente consensuados, donde examinan escondrijos y buscan las huellas más grandes y profundas. Una vez identificado el cangrejo, lo rodean con el brazo y lo jalan con el gancho. Si les va bien, cada recolector sacará unos cuatro atados de doce cangrejos y los comerciantes se los llevarán al mercado de Naranjal (a una hora del manglar) o a provincias. Algunos ya rondan los 40 años y no aguantan como antes. Son más lentos pero tienen que seguir, porque el que no saca cangrejos no come. Así de simple.
Víctor Hugo Barrera nunca se imaginó que iba a ser cangrejero. “Desde los trece años era chichobello y parrandero, hacía strip tease y me iba de tour a otras ciudades, donde vivía de las clientes”, asegura. “Me burlaba de mis amigos porque llegaban a la discoteca oliendo a manglar y con lodo en las orejas. Cuando decían que yo terminaría haciendo lo mismo que ellos, me moría de la risa”. Ni en su peor chuchaqui pensó que iba a terminar igual. En esa época le decían La Plaga, porque se metía en los gallineros y no dejaba ni las plumas, y al pasar por los patios arrancaba la ropa con todo y cordel. Cuando ya le tocó, trabajaba por poco dinero en las bananeras de la zona, dos o tres días por semana. “Eso sí que es explotación”, recuerda. Sin embargo, se gastaba la plata desenfrenadamente en la bebida, “cachina” y mujeres.
Ahora es “cangrejo de un solo hueco”, sereno, optimista y convencido de su fe. Se acercó a Dios y sentó cabeza a los 32 años con una lojana que lo sacó de las discotecas y lo puso a trabajar. “La vida era dura al principio, madrugaba al manglar a pie. Un amigo cogedor me dio chance para que le ayude a capturar cangrejos. Mi compa los agarraba y yo los ensaquillaba, lavaba y ataba. Después cocinaba los que se desmembraban en el camino para venderlos en tarrina”. Con el tiempo aprendió a capturarlos y prosperaron: “Tengo moto, cocina, televisor y lavadora. Todo gracias al cangrejo”, dice. Se levanta a las seis de la mañana, cuando ya algunos están en carrera al manglar y pasan haciendo bulla en las motos. Él llega sin prisa como a las ocho porque solo quiere los tres atados que le permiten la subsistencia. Capturar muchos contribuiría a acabar con la especie y Víctor Hugo prefiere el uso sustentable de este recurso para que la saciedad de hoy no sea el hambre de mañana, incluso ahorra unos $ 40 mensuales para cuando llegue la veda.
La veda
La Asociación de Cangrejeros 6 de Julio, presidida por Milton Olivo, tiene 150 socios. “Somos 122 cogedores, ocho comerciantes y 20 pescadores. Además, hay un grupo de 23 mujeres que sacan el cangrejo y lo venden en tarrina”, explica. Los cangrejeros son de varios poblados de los alrededores: 6 de Julio, Nueva Unión Campesina, Las Mercedes, Jaime Roldós y La Rubira. Hugo Barrera, el vicepresidente de la asociación, cuenta que gracias a la Fundación Jambelí y al Ministerio del Ambiente, consiguieron en el año 2000 la concesión de 1.366 ha de manglar, que luego ampliaron a 2 000 ha. “El Ministerio del Ambiente nos dio un bote de motor, GPS, equipo de vigilancia y herramientas para proteger el ecosistema. Queremos renovar la concesión, pero están haciendo unos estudios para ver si es necesario mantener la veda durante tres años. A cambio, se habla de un bono de $ 200 mensuales. Actualmente ganamos unos $ 50 por semana”. Están dispuestos a dejar de capturar cangrejo para dedicarse a limpiar, reforestar y custodiar el manglar, a cambio de una compensación que les permita subsistir, pero además de los $ 200, esperan que Municipio, Prefectura y Gobierno central cumplan con el mantenimiento de las calles y vías de acceso, dotación de un subcentro de salud, vivienda, alcantarillado y apoyo microempresarial.
Campeones cangrejeros
La Cooperativa Coopera organiza la Feria Gastronómica del Cangrejo Naranjaleño desde 2005. El año pasado participaron seis asociaciones de cangrejeros, 63 expositores y 20 mil turistas que movieron unos 80 mil dólares. Los concursos más populares son: carrera de cangrejos, baile folclórico, amorfinos, amarre más rápido, cangrejo más grande y plato original. Leonardo Morán Fariño ha ganado varios premios por su sazón. Tiene un comedor donde la mitad de la carta lleva cangrejo: criollo, ensalada, uñas apanadas, encocado, lasaña, sango, caldo de bolas de cangrejo, cangreburguer y otras recetas que estrenará el 6 de noviembre, durante la feria. Para los otros concursos, algunos participantes cuidan a sus cangrejos durante meses y atienden con esmero a los más grandes y rápidos o las rarezas como los cangrejos con patas gordas, que hasta pena da comérselos. Luis López tuvo incluso su propio manglar en el patio de la casa. Recuerda que la gente iba a ver cómo estaban sus cangrejos y dejar agua u hojas de mangle a los más engreídos.
Para esta crónica organizaron un minicampeonato cangrejístico en la sede de la asociación. Poco a poco llegaron cangrejeros adultos y niños con sus campeones envueltos en camisetas húmedas. Ahora que la especie ha mermado, conseguir un cangrejo digno de competencia es cuestión de suerte. Jacinto Méndez llevó el cangrejo más grande, un ejemplar azul de tres libras que obligó a los demás candidatos a retirarse antes de empezar. Víctor Hugo capturó al más largo, uno flaco de 58 cm que ganó por una uña (aunque estuvo lejos de la marca oficial: 64,12 cm).
El cangrejódromo es una pista hecha con cartón para banano y alambre, por donde los cangrejos huyen sin ver a sus contrincantes mientras el público los arenga para que lleguen al final. Es una cuestión de actitud. Algunos cangrejos se quedan impávidos hasta que los empujan y otros se regresan a mitad de camino. Los pequeños y ariscos suelen ser los más rápidos, como Speedy, el cangrejito de Marlon Ureña que ganó cuatro carreras sin despeinarse, pero no participará en la Feria porque para entonces ya estará en edad de jubilación, es decir, en edad de ir a la olla.
Para los cangrejeros, preservar su modo de vida no es una carrera de velocidad sino de resistencia, y aunque están dispuestos a sacrificarse, la incertidumbre por la veda los tiene en ascuas. Unos buscan el diálogo para compensar el sacrificio que les tocaría realizar. Otros piensan dedicarse a algo más y tratan de capturar el máximo reglamentario de seis atados sin pensar en la inmortalidad del cangrejo, o mejor dicho, en la preservación de la especie. Algunos no opinan al respecto, esperan que las cosas se solucionen y siguen en lo suyo. Por su parte, Víctor Hugo está afiliado al Seguro Campesino y ahorra para sembrar cacao CNN-51 en su propio terreno. Al igual que los demás cogedores, espera que alguno de sus cangrejos gane en la Feria para tener sus 15 minutos de fama en los diarios y que, para entonces, el Gobierno haya dado a su comunidad una solución que les permita mantenerse. Esta carrera no es de velocidad sino de resistencia.