Por Ángela Meléndez.
Fotografías: Shutterstock.
Edición 460 – septiembre 2020.

La covid-19 abrió una oportunidad para repensar el modelo educativo y para formar estudiantes y profesionales que estén preparados para responder ante cualquier circunstancia, con mayor pensamiento crítico y autonomía. En este camino no hay marcha atrás.
Las universidades van entendiendo que lo único permanente es el cambio y que solo una predisposición integral para aprender les ayudará a transitar hacia una educación que en adelante privilegiará los entornos virtuales. Es decir, no hay marcha atrás, y si bien muchos centros de estudios se estaban adecuando a este camino, la emergencia sanitaria los obligó a apresurar sus procesos. La apuesta parecía demasiado arriesgada, pero los resultados revelan que en el país existen buenas posibilidades de rediseñar con éxito el modelo educativo.
María Isabel Peñaherrera, gerente de Proyectos Educativos de Microsoft Ecuador, explica que, aunque hubo una adopción forzosa de la tecnología por parte de las universidades y de los estudiantes debido a la pandemia, la buena noticia es que con esto se ganaron “al menos cinco años en términos de adopción tecnológica y pedagógica”.
Lo primero fue la “virtualización del aprendizaje”, es decir, trasladar la enseñanza presencial a la virtual con los recursos y herramientas que se disponían y con la presión que significaba tener a miles de estudiantes confinados a la espera de continuar con sus estudios. Eso ocurrió en la mayoría de universidades, a excepción de aquellas cuyo modelo ya estaba vinculado al virtual. Los encuentros por Zoom o por aplicaciones similares fueron la tónica, pero había que ir más allá.
Esta es una apuesta más profunda, pues el aprendizaje remoto es un modelo que cambia de manera sustancial el plan de estudios, las evaluaciones, las experiencias y la forma de crear comunidad. “Una cosa es tener un dispositivo, Internet y una plataforma de comunicación, y otra cosa es que exista una plataforma completa de aprendizaje que permita vincular las materias con el docente y a cada uno de estos armar su grupo de estudiantes”, dice Peñaherrera a Mundo Diners.
Por ello las universidades deben contemplar, al menos, dos puntos básicos: un proyecto tecnológico sólido, con un departamento de tecnología que maneje la data de tal forma que los contenidos no sean invadidos o inseguros; y una visión para mantener los estándares de calidad con tecnología adecuada, docentes preparados y un entorno de enseñanza dispuesto para el efecto.
Esto porque la adopción tecnológica vincula a todos los actores del ecosistema educativo, desde directores y rectores hasta personal administrativo, pero sobre todo a docentes y alumnos. Sin embargo, el rol del maestro es particularmente importante, pues es él quien debe crear espacios y entornos inteligentes de aprendizaje con un objetivo definido y buscando conectar con el alumnado de tal forma que la calidad de la enseñanza se mantenga o, incluso, mejore.
Esa es quizá la primera lección aprendida en la transición y el mayor desafío que han enfrentado las universidades. “El primer reto fue adoptar la tecnología para preparar mi clase y luego ver cómo trasladar el conocimiento”, comenta la experta.
Eje del cambio
“El cerebro aprende durante toda su vida y más cuando lo necesita”. Esa premisa ha acompañado a Nancy Crespo, pero ha estado más vigente que nunca en las últimas semanas. Como directora del Centro de Educación Virtual de la Pontifica Universidad Católica del Ecuador (PUCE), ha tenido que llevar adelante el cambio súbito que significó pasar, de un día para el otro y sin previo aviso, la vida universitaria a la virtualidad.
Si bien la PUCE, que cobija a alrededor de veinticuatro mil alumnos en su matriz y sedes, tenía una plataforma virtual que servía como aula de apoyo, desde marzo inició un proceso intenso de reformulación, especialmente con los docentes. “Los profesores han estado en capacitación porque el elemento de cambio y de efectividad en el aula es el docente. La tecnología es el complemento de la enseñanza, pero quien debe saber cómo se dan clases en un ambiente virtual es el profesor”. Por ello al menos setecientos maestros se han capacitado por más de 120 horas en uso de tecnologías pero, sobre todo, en docencia en ambientes virtuales, es decir, en formas de acompañar y evaluar al estudiante bajo esta nueva realidad.
Lo que más ha sorprendido es la respuesta favorable que han dado los docentes y su voluntad para aprender, sin importar su edad, pues el tema tecnológico podría pensarse más complejo para las personas que no han sido nativos digitales, sin embargo, aquello no ha sido un obstáculo.
Hoy la PUCE tiene una plataforma nueva pero, además, una concepción distinta del modelo de enseñanza, que entiende que “los procesos de aprendizaje son también procesos de emociones” y que la educación no se trata “de subir documentos y desaparecer”, sino de transmitir al alumnado —a pesar de la distancia— un sentimiento de comunidad.
Para el semestre que acaba de iniciar, se crearon más recursos, se modificaron materias “y la universidad ha hecho un esfuerzo gigantesco por generar sitios de apoyo para profesores y estudiantes”, añade la experta, para quien está claro que solo un aula virtual bien estructurada, con buena planificación, permite evaluar de manera continua, mantener la calidad y mejorar los resultados del aprendizaje. Es decir, la estrategia va más allá de las implementaciones tecnológicas: reformula la manera de enseñar.
Sin embargo, también apunta a un nuevo perfil de estudiante, que evidentemente cambiará en medio de la transición, pues “si volvemos a la normalidad, los estudiantes ya vendrán con hábitos de estudio y esto nos va a ayudar a que sean más autónomos y responsables de su proceso”.

Cerrar brechas
En la Escuela Politécnica del Litoral (Espol) el trabajo de adaptación ha sido un poco distinto, sobre todo porque antes de lo tecnológico analizaron la realidad socioeconómica de sus alumnos. Su rectora, Cecilia Paredes, cuenta a Mundo Diners que la prioridad del centro de estudios fue identificar a los estudiantes más vulnerables para definir qué posibilidades tenían de continuar con sus estudios una vez que cambiaran a la virtualidad.
Así, se determinó que el 64 % de su población estudiantil, de un total de 10 600 alumnos, pertenecía a los quintiles menos favorecidos y apenas 2 % era parte de la población con mayores ingresos. Con esta realidad lo primero fue resolver el acceso, dotando a más de mil estudiantes de tabletas con Internet para que pudieran acceder a las clases remotas. “Así, el estudiante no dejó de estudiar” e incluso registraron un récord de alumnos que retomaron su formación. Algo similar se aplicó a los docentes, asegurándose de que contaran con las herramientas básicas para dictar sus clases pues no todos tenían computadoras en casa. Lo siguiente fue verificar la capacidad técnica de la universidad, especialmente de los servidores, pues toda la información debía estar almacenada y respaldada con las debidas seguridades.
Con esos temas resueltos, siguió una capacitación masiva. Se apoyaron en universidades con más experiencia, como el Tecnológico de Monterrey y la Universidad de los Andes, que les ofrecieron sus recursos gratuitamente. “Teníamos mucha fortaleza tecnológica, pero en lo que sí buscamos soporte fue en el acompañamiento al profesor para la capacitación”, reconoce Paredes y añade que lo que requirió más esfuerzo fue “un ajuste de actitud ante todo lo que estábamos viviendo”, sobre todo porque Guayaquil, donde funciona la universidad, fue el epicentro de la pandemia en un primer momento, lo que se tradujo en que, además de la adaptación, había que manejar las consecuencias emocionales de la crisis, pues muchos estudiantes y trabajadores perdieron a familiares o vieron incluso comprometida su salud.
Paredes refiere que, si bien se podría pensar que el estudiante de hoy es nativo digital y que conoce todas las herramientas, no es tan así “porque no están acostumbrados a usarlas”, por ello se tuvo que trabajar en la “transformación cultural del pensamiento total de la institución”.
La rectora de la Espol asegura que ya tienen definidos sus objetivos educacionales, y se relacionan con que los estudiantes se comuniquen adecuadamente, tengan pensamiento crítico, hagan aprendizaje a lo largo de su vida, generen propuestas de valor y puedan trabajar en equipos multidisciplinarios. “Un proceso de tres años lo tuvimos que hacer en dos meses; evidentemente va a tener falencias, pero el profesor politécnico ha estado preocupado buscando mantener su calidad y la conexión con el estudiante para que vaya desarrollando estas competencias”, agrega.
Experiencia que se comparte
Para los centros de estudios cuyo método ya era online, la cuestión ha sido distinta y más bien la crisis por la covid-19 ha permitido visibilizar su trabajo, que quizás antes no era tan valorado. Según Daniel Burgos, vicerrector de Proyectos Internacionales de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR), lo que el momento ha demostrado es que la educación online “es como cualquier otra y debe seguir los mismos protocolos de calidad”.
Aunque entiende que esta realidad puede ser nueva para la mayoría de universidades, Burgos recuerda que este tipo de enseñanza se viene practicando desde hace veinticinco años, con una explosión en la última década, pero a pesar de ello, “siempre se ha visto como una opción alternativa al sistema tradicional de educación”, por lo que hoy las universidades “se han visto forzadas a aceptar un entorno que hasta hace seis meses era alternativo y hasta hace diez años era extraño para la mayoría de la población”.
Lo primero que considera necesario es que los centros de estudios que están incursionando en la virtualidad se asesoren de quienes tienen más recorrido, porque aunque esta crisis es grave “no será la única”; es decir, el futuro de la educación universitaria será un reflejo de lo que viva la sociedad en su momento, por lo que habrá que adoptar un protocolo mixto que permita formar profesionales completos. “Es imposible que un médico se forme únicamente vía online; entonces, en la medida en que la seguridad lo permita, habrá que aplicar protocolos para que la educación sea integral”.
El siguiente punto son los hábitos, pues este tipo de aprendizaje exige, ante todo, crear rutinas y manejarlas “porque psicológicamente hay gente a la que le puede afectar vivir confinado y estudiar de la misma manera”. Lo tercero es estudiar las herramientas tecnológicas que se necesitan para el aprendizaje, ya que “todas las partes implicadas tienen que tomar en cuenta que es un medio distinto al que hay que adaptarse”.
Burgos cree que este es el mejor momento para la educación remota, pues es “un recurso fantástico que permite estudiar a las personas de zonas rurales o con menos recursos” pero, además, descubrir que la educación online “no es una educación de segunda”.
Futuro esperanzador
La vocera de Microsoft coincide en que la educación remota es un gran recurso y una forma nueva de mirar la educación porque ante todo se trata de “dar una oportunidad a los estudiantes y una esperanza de que hay futuro”. De allí que hace un llamado, especialmente a los jóvenes, para que no dejen sus estudios y sepan que las universidades en el Ecuador “están trabajando en reinventar la educación y en replantear los perfiles técnicos y de nuevas carreras”.
Pero también es un llamado para las generaciones mayores, para que se involucren en el proceso educativo y den respuesta a las necesidades de los más jóvenes, quienes se enfrentarán en pocos años al desafío ya no de buscar trabajo, sino de crearlo. Habilidades como el pensamiento analítico, la innovación, el análisis de data, la creatividad, la iniciativa, el diseño de tecnología, la inteligencia artificial, son las que más se valorarán en el mediano plazo, por lo que este giro hacia la virtualidad es una oportunidad para potenciarlas, adaptando la educación a lo que requiere el entorno.