Por Mónica Espinel de Reich.
Fotografía: archivo de Roberto Noboa.
Edición 451 – diciembre 2019.
Las obras del artista contemporáneo Roberto Noboa tienen un rasgo esencial: crear desconcierto e intriga, dificultando la posibilidad de poner lógica completa a lo que se ve. Esto ha ocurrido desde sus trabajos iniciales. Noboa nació en Guayaquil en 1970. Hizo su carrera universitaria de Arte entre 1989 y 1993 en Clark University, Massachusetts, y luego una maestría de Artes Visuales en la Universidad de Nueva York (NYU) de 1996 a 1998. Una vez graduado, Nueva York siguió siendo una ciudad importante para él, regresó varias veces, expuso en su universidad, creó vínculos.
Cuando regresó a radicarse en su ciudad natal, a fines de los noventa, no le fue fácil introducir su propuesta plástica que no se conectaba con temas político-sociales como ocurría con muchos artistas de su generación. Él más bien se inclinó hacia una exploración psicológica y autorreferencial. Acogió diferentes influencias: en algunos casos, la corriente figurativa del bad painting. También el expresionismo abstracto norteamericano, el expresionismo alemán y corrientes informalistas tanto europeas como las que se dieron en Estados Unidos. Desde sus trabajos iniciales hasta los actuales, se evidencia en él una investigación con capas de óleo: a veces trabaja con el pigmento pastoso que permite ver las señas del material que están debajo. En otros momentos experimenta con veladuras mediante brochazos sueltos y fluidos, permitiendo que capas finas de óleo asomen desde la superficie del lienzo hacia afuera. Siempre ha sido importante la exploración de distintas técnicas en su trabajo, y que sus cuadros cuenten una historia: que transmitan un mensaje. Pero, sobre todo, una cualidad presente desde su temprana obra hasta la actual es que demanda una compleja interacción con el espectador.
Con el paso del tiempo y los avances en el mundo del arte contemporáneo, Noboa ha logrado en su país lecturas sintonizadas con sus búsquedas. Galerías y museos en Guayaquil y en otras ciudades ecuatorianas han abierto espacio para sus trabajos. Críticos y coleccionistas tienen ya tiempo considerable haciendo seguimiento a su trayectoria. Sus cuadros forman parte de museos y colecciones privadas, y han participado en bienales, salones de arte y exposiciones itinerantes nacionales e internacionales. En 2015 el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Quito hizo una retrospectiva suya, que puso en valor su propuesta plástica, motivando al espectador a enfrentar nuevos retos frente a la interpretación del arte. Esa exposición enseñó cuadros con niños-monstruos, animales “malditos” y otras figuras deformadas, y obras en las que se encuentran canchas de tenis, sillas elegantes, candelabros clásicos o escaleras: figuras recurrentes en su obra. Hay que entender el porqué de estos elementos. A veces contienen referencias personales del artista, otras le permiten lograr uno de sus objetivos esenciales: involucrar al espectador en el juego de descifrar lo que ve y leer entre líneas. Encontrar significados ocultos en sus cuadros.
No todos los artistas pueden alterar los sentidos al punto que una figura animalesca sea tan humana como nosotros. Noboa lo logra. Esa es la libertad expresiva que ha adoptado y a la que nos invita al momento de visualizar sus obras. Nos introduce en mundos donde lo ilógico e inesperado termina siendo posible. Una vez que nos enganchamos en ese reto, la obra nos adentra al profundo repertorio de sus intereses plásticos, tal como ocurrió en una de sus últimas exposiciones que tuvo lugar también en Quito, en el Centro Ecuatoriano Norteamericano (CEN) el pasado mes de septiembre.
Así se llamó la muestra en el CEN. Esto alude a una preocupación del artista acerca de la infancia y su drama, al miedo a crecer. En el discurso de inauguración dijo: “Busco que exista confusión en las obras y que sea el espectador quien las termine. Uno pinta y dibuja en el estudio, pero el cuadro no se completa hasta estar expuesto, revisado, reinterpretado”.
La dificultad de crecer, un hecho universal, crea ansiedad en los seres humanos. Una serie de cuadros de Noboa transmiten esa angustia, pero los recursos que usa no son los que nuestra lógica esperaría. Sin embargo, los cuadros lo emiten poderosamente. En La habitación, un niño-lobo o lobo-niño, ubicado casi en nuestro espacio, nos transmite nerviosismo. Nos mira desde un lugar casi vacío y nos pide que veamos lo que ocurre dentro de una puerta abierta al fondo de la habitación: otro niño está ahí, patas arriba sobre una silla. El cuadro tiene pistas: nos expresa sensaciones con las que podemos familiarizarnos. Pero, además, nos recuerda que estamos frente al arte de Noboa, donde elementos del pasado se resignifican. Lobos y niños han aparecido antes en sus cuadros. También se han visto conejos, venados, perros, o canchas de tenis, candelabros y sillas.
Las canchas de tenis son probablemente las piezas más exploradas por el artista. Las pintó por primera vez en los primeros años de la década del año 2000. Y se volvieron una especie de obsesión, un tema que hasta ahora no deja de pintar, y del que han resultado óleos, papeles e instalaciones. Por un lado, sí tienen una conexión emocional con él, pero, además, pintarlas más allá de causarle un encanto particular le permiten explorar con los espacios dentro del cuadro: espacios vacíos o llenos, exploración con canchas de tenis en lugares abiertos, o también la aparición surrealista de canchas de tenis en espacios cerrados, como dentro de un salón con tumbado, paredes, puertas, escaleras y ventanas. Hasta se ha visto la coexistencia de canchas de tenis con animales dentro de diferentes contextos.
Las canchas de tenis, así como todos los personajes y objetos que pinta son herramientas que le permiten interminables exploraciones. Por ejemplo, las usa para contrarrestar la presencia de figuras completas e incompletas. Así, investiga lo inacabado e irresuelto: insiste que hay partes que deben ser explicadas por el espectador. Y ese impulso se transmite en su arte.



Los espacios con arquitectura alimentan su imaginación plástica cuando busca representar sitios cuyo principio y fin es impreciso. En un cuadro llamado Llegaron los perros lo vemos. Nos enfrenta a lo incompleto. Una ventana, una silla o un perro pueden verse en partes, como si el resto de las figuras estuviese saliéndose del lienzo. Cuando los elementos aparecen fragmentados indica que la escena continúa hacia afuera. Hacia nuestro espacio.
Su obra está llena de significados ocultos y debemos saber descubrirlos. Los títulos de sus cuadros ayudan: avisan que hay signos que tenemos al frente y no debemos dejar de ver. Por ejemplo, la noción del tiempo. Llegaron los perros nos comunica que estos personajes han ingresado a un lugar donde seguramente estuvieron también personas. Vemos rincones que aún persisten. La ventana ha quedado abierta y no solo los animales han tenido la posibilidad de entrar, plantas también. La convivencia de animales y árboles, común en varios de sus trabajos, insiste en que la naturaleza es capaz de invadir el tiempo y el espacio. La ventana abierta ha permitido esta irrupción.
Hay otros cuadros en los que el artista pinta sitios cerrados sin ventanas o puertas. Pero de igual manera, permite que en esos espacios desocupados, en medio del suelo o entre la arquitectura (paredes o recovecos), se metan las raíces, crezcan los árboles, se sequen, queden plasmados en el tiempo.
En sus cuadros busca representar el paso del tiempo y de la vida. Él dice: “Me ha interesado pintar espacios donde podría haber vivido gente, donde estuvieron personas”. Enfrentamos una sensación de estar frente a seres reales y a la vez fantasmagóricos, acentuada por la transparencia de imágenes que parecen flotar, y que se funden con otras figuras que también están en esos cuadros. Esto se siente, por ejemplo, en La niña de los perros.
De repente nos encontramos compartiendo el espacio de esos personajes. Nos introducimos de una manera parecida a cuando entramos en los cuadros de interiores de Jan Vermeer (siglo XVII), en los que terminamos siendo testigos de lo que vemos. Nos adueñamos del mobiliario, sentimos que esas lámparas nos alumbran a nosotros también. En otros cuadros, como Las meninas de Diego Velázquez (siglo XVII), la profundidad del espacio del fondo donde se abre una puerta nos permite sentir que ocupamos ese mismo espacio. Noboa, artista contemporáneo, no busca darnos el realismo detallado de Vermeer o Velázquez. Más bien omite detalles, solo los sugiere. Pero con gran carga simbólica nos ingresan a otro tipo de lugares interiores por donde también podemos transitar, podemos tocar y cuestionar.



Lo patas arriba de la historia…
La idea de lo inacabado e inconcluso ha sido revisada varias veces por quienes analizan e interpretan la obra de Noboa. Es un recurso contemporáneo que le permite tomar elementos, descomponerlos y crear reflexiones a partir de ellos. La silla, otro objeto recurrente en su trabajo, a veces luce vacía. Otras veces sirve para sostener a los niños volteados de arriba a abajo, patas arriba, de cabeza. Los infantes aparecen repetidamente en su obra. Al estar en esas poses, se relacionan con un aspecto específico de la niñez. En el CEN complementaron con agudeza y picardía el sentido de esa reciente exposición, en la que el miedo de los niños era central. Acerca de los pequeñuelos ubicados de cabeza en las sillas, el artista dijo: “Este tipo de imagen me ha interesado desde mis inicios… un día vi a mi hijo hacerlo y me pareció que se debía pintar”.
Al niño invertido en La habitación se lo encuentra en obras como Los niños de los perros e Iban llegando. Son múltiples las sensaciones que despiertan. En un caso se ve al niño solo, sin elementos que distraigan la inquietud de descubrir por qué está así. Pero hay otros momentos en los que la figura infantil se entrelaza con animales que cruzan por detrás: un venado, un perro. Estamos ahora en un mundo como el de los sueños, donde podemos distinguir alguna preocupación, angustia o sentimiento. Pero también asoman en nuestras fantasías contradicciones sin lógica.
Noboa nos inserta en un universo complejo que interpela nuestra infancia y nuestra relación con la niñez. Sus diferentes recursos estéticos permiten interminables interpretaciones. Un cuadro de gran formato, cuyo título es Colgaba de las ramas, crea una tensión poderosa. El cuadro presenta un lugar al aire libre donde predomina el blanco. Si lo fragmentáramos, podríamos recordar al cuadro suprematista de Kazimir Malevich (1918). Ahí el blanco emerge del blanco, profundizando las posibilidades de su total pureza. Noboa valora ese aspecto monocromático del blanco. Pero sobre todo aprovecha para indagar con el material (acrílico), capas y veladuras. Utiliza capas níveas que dejan que árboles con ramas sin hojas broten desde adentro hacia afuera. Estamos entre el invierno y la nieve. Sentimos el movimiento del viento y también la angustia del niño, otra vez de cabeza, ahora colgado de la rama. La tensión de la figura en el espacio es grande. Más aún cuando vemos que la superficie donde va a caer es una cancha de tenis. La figura cuestiona el sentido de la gravedad de los objetos en el espacio, el sentido del frío, de la vida y de la fragilidad humana.
Noboa nos enseña que podemos entrar dentro de lo inconcluso de sus cuadros. Es un terreno de interminables posibilidades que responden a los caminos más libres de la imaginación. ¿Quién no se identifica con el paso del tiempo y con escenas u objetos que nunca dejan de producir significados en las vidas de quienes las recuerdan? Nunca desaparecen hallazgos del pasado de su trabajo presente, porque como él afirma: “Obras anteriores conversan con las actuales”. Frente a cada cuadro suyo, estamos nosotros, sus historias, las nuestras y más de una lectura que las defina.