El año dos del fin del mundo

Por María Fernanda Ampuero.

Ilustración: Mauricio Maggiorini.
Edición 466-Marzo 2021.

Estamos cumpliendo 365 días de pandemia, esa larga vuelta al sol con mascarilla y aquí, como en todo aniversario, haré un recorrido por este año que, sin duda ni hipérbole, ha sido el peor de la historia moderna.

  1. China queda lejísimos: sí, queda tan lejos que pensamos, como siempre, que las cosas que les pasaban a los asiáticos se quedarían entre los asiáticos. Cero preocupación o no más que cuando se hablaba de las vacas locas, la gripe aviar y todas esas otras plagas con nombre de animal que nos tocaron con la puntita de los dedos. Oye, los chinos se están muriendo de una nueva peste. Qué vaina, pobres chinos.
  2. Todos somos chinos: la globalización es bella hasta que no lo es. De poder recibir en la puerta de tu casa un producto fabricado en Camboya en unos pocos días hasta comer salmón noruego fresco, los burgueses, digitales, todomundistas ciudadanos del siglo XXI pensábamos que en lo global todo era ganancia. Error. Los virus, las plagas, las pestes viajan tan rápido como viajan los paquetes de Amazon. Vienen, además, en empaques de alta resistencia: otros seres humanos. La vaina llegó con una señora.
  3. Quédate en tu (puta) casa: visto lo visto en Italia y en España, cualquiera creería que Latinoamérica se blindaría ante la inminencia de un contagio feroz. Cualquiera que no fuera latinoamericano, claro. Muy a nuestra manera, fuimos cerrando las cosas despacito y haciendo siesta. Hasta que no tuvimos colapsados los hospitales, hasta que no recibimos la primera llamada diciéndonos que alguien cercano había muerto, hasta que no, digo, le vimos la cara al monstruo, seguimos con nuestras vidas pendejas, haciendo nuestras cosas pendejas que implican salivas que viajan de una boca a otra.
  4. Guayaquil: a mí personalmente la pandemia me dio puñetazos en la cara con la muerte de Lucho, el papá de una de mis mejores amigas. Con la mortandad pavorosa de los primeros meses de la crisis, esa que se cebó con los guayaquileños y dejó imágenes inolvidables como aquel cadáver en la calle cubierto con un parasol, se fue uno de los mejores hombres que he conocido en mi vida. La ciudad, como una sola niña huérfana, lloraba en su casa a los muertos sin más ritual fúnebre que unos tipos vestidos como astronautas quemándolos en un horno. Te seguimos extrañando, Lucho.
  5. Pan de guineo y otras estupideces para sobrevivir: cuando vimos que era en serio, que era mortalmente serio, la alcaldesa de Guayaquil paró aviones en la pista de aterrizaje y dejamos de salir (tanto), nos quedamos en la casa. Con el pasar de los días el apocalipsis se mostró no como una batalla sanguinaria en una selva de cemento, sino como las vacaciones más largas, pobres y aburridas de nuestras vidas. Algunos aprendieron a hacer pan: a mí se me quemaron casi todos e igual me los comí.
  6. El cumpleaños en soledad. Happy birthday to me.
  7. La niebla, el anuncio: hasta el día en que me muera recordaré la niebla quiteña caer sobre la ciudad, tan espesa como leche. Las luces rojas y azules de los carros de policía patrullando las calles vacías, oníricas y futuristas, pidiendo por megáfono: vecinos, no salgan.
  8. Como contar otra cosa: la capacidad humana para adaptarse a las cosas, incluso las más monstruosas, nunca dejará de sorprenderme. Aprendimos a contar muertos de la covid como si estuviéramos contando, no sé, estrellas, árboles.
  9. Las horas: todas las películas, todas las series, todos los especiales, todos los conciertos por Zoom, todos los libros, toda la música, todo el ruido pacífico del entretenimiento contra el estruendo mudo de la muerte.
  10. Y aquí seguimos: cada vez olvidamos menos la mascarilla en casa, pero, a la vez, el hastío nos lleva a tomar decisiones estúpidas como reunirnos con otros, como arriesgar a nuestros familiares. No hay mal que dure cien años. Este lleva dos y aún está muy muy lejos de ser un recuerdo espantoso.

Quédense en casa.

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