Por Salvador Izquierdo.
Fotografía: C. Hirtz y archivo P. Barragán.
Edición 439 – diciembre 2018.
UNO
A principios de marzo, la artista y diseñadora Paula Barragán recibió una sorpresiva llamada: le avisaban desde La Vegas que había sido seleccionada como la artista oficial de la décima novena entrega de los Latin Grammy Awards. Con esto, Barragán estaría a cargo de contribuir con el arte para afiches, programas y otro material gráfico del evento, y en noviembre, viajaría a la entrega de los premios en Las Vegas como representante del Ecuador, que no tenía nominados en ninguna categoría este año, de manera que era fácil adivinar los titulares cuando se diera a conocer la noticia en el país: “Artista ecuatoriana creó el arte del Grammy Latino”. Desde que ganó Paulina Aguirre, en 2009, no pasaba algo tan importante.
La imagen central del afiche que diseñó, una combinación entre collage digital y físico, es un árbol o una maraña vegetal desbordante e inclasificable que sale del icónico gramófono, símbolo de los premios. Tanto el formato del afiche, como la temática de la música, en todas sus extensiones, son asuntos que Paula tiene muy incorporado en su trabajo. Por ahí, entre la exuberante y rica naturaleza, se ven las siluetas de bailarines, músicos, notas musicales, un diablo y varios animales. Es una acumulación de elementos que nos lleva a pensar en que la música invade casi todos los ámbitos, está en todo, sea generada por expertos o no, por artistas como Jorge Drexler o por unas piezas de vajilla tocándose entre sí. No estamos frente a la música que se escucha en una sala de concierto inmaculada. Ni siquiera la que ponemos en los audífonos para aislarnos del mundo por unos minutos. Esta llega con sus letras y nos hace levantar las manos en direcciones contrarias o la portamos en la mente para hacer más llevaderas las tareas domésticas o nos atrapa, absoluta, nos enreda y no nos suelta.

DOS
El segundo proyecto que ocupó la atención de Paula este año tuvo que ver con la convocatoria que hiciera la Secretaría de Cultura del Municipio de Quito “a artistas gráficos, artistas urbanos e ilustradores”, a diseñar la portada de una revista imaginaria, El Quiteño, dentro del marco de la celebración de los cuarenta años de la declaratoria de Patrimonio Cultural. La idea era reproducir una campaña, que se ha repetido en otras ciudades recientemente, alrededor del lenguaje visual reconocible de las portadas de la revista estadounidense The New Yorker. El tema de Quito no le es ajeno a Paula. Ha dibujado el paisaje de la ciudad desde que era niña y, más recientemente, se ha involucrado como creadora de señaléticas relacionadas a algunas actividades culturales que ocurren en la ciudad, como festivales de teatro y los Talleres Abiertos.
Tampoco le es ajeno quedar primera en los concursos, esta vez con un collage digital titulado Quititus 2 (el jurado especialista también reconoció las valiosas propuestas de Sozapato, Santiago Gonzáles y Alice Bossut); ahí se vuelve a topar el tema de la acumulación y se me ocurre que esta es tal vez una de las claves de su trabajo. Ella misma, al referirse a este elemento, utiliza un eufemismo simpático, habla de “meter muchas cosas locas” en la imagen. Hay un avión planeando que tiene que ver con el Quito de hace pocos años, con el aeropuerto en plena ciudad, hay lluvia y el cuerpo de montañas que llamamos Pichincha, hay casas pequeñas amontonadas que luego se convierten en edificios altos y severos, hay espacios desocupados también, potreros, zonas rezagadas, caminos sinuosos para los automóviles, iglesias, valles que crecen desmedidos, una palmera, otros árboles. Y, en efecto, en medio de todo eso o alrededor o a un lado: un montón de “cosas locas”. La portada diseñada por Paula Barragán es casi una invitación a leer la imagen de arriba para abajo, buscando sentido, pero en realidad es un texto más complejo, de múltiples capas que, además, responden a un banco de diseños particular, con el cual la artista trabaja permanentemente, resignificando, reubicando, puliendo y creando por encima de lo acabado.

TRES
El tercer reconocimiento que recibió en este annus mirabilis es quizá el más difícil de calcular de los tres. Se trata de una comisión, obtenida tras concursar en una convocatoria privada, para diseñar y construir una escultura en el nuevo edificio de Equivida, una aseguradora de la capital. Era difícil porque Barragán no sabía qué tipo de propuesta serviría para convencer a los aseguradores y, sobre todo, porque nunca antes había trabajado en las dimensiones y condiciones que este proyecto exigía. Por suerte para quienes visitaremos ese espacio que se inaugurará el próximo mes, ya sea como clientes, curiosos o fans de Paula Barragán, ella decidió plantear una propuesta que proviene de su propio lenguaje visual, íntimamente ligado a las formas de la naturaleza y a los procesos que caracterizan su trabajo: la reutilización y resignificación de diseños del pasado.
Para lograr el desafío, Paula organizó un equipo de personas, entre artesanos, ingenieros y técnicos que colaboraron con pericia y entusiasmo en estos nuevos terrenos de producción. El resultado son diecisiete figuras talladas en aluminio naval y pintadas con poliéster, suspendidas casi como péndulos o versiones discretas y ligeras de los péndulos; una Lluvia vegetal (así la bautizó) que, además, marca una gran ocasión en que la empresa privada ha invertido en el trabajo serio de una artista local.
Me alegro por Paula Barragán porque considero que es una artista vital para pensar la producción artística contemporánea del Ecuador. Además, es una gran persona, despierta y valiente. Su 2018 me ha llevado a considerar qué significan los premios y las distinciones para los artistas que participan en ellos. En nuestro medio: significan más trabajo. Paula lo ha hecho, arduamente, creativamente, intuitivamente. En sus procesos reivindica los saberes artesanales porque vuelve sobre su archivo personal y lo retoca. Sus “muchas cosas locas” en realidad son una afirmación que tiene que ver con detenerse un poco y regresar a ver todos los símbolos posibles, las imágenes que pueden integrar nuestra manera de habitar y relacionarnos con el mundo.
