Por Fátima Cárdenas López.
Edición 452 – enero 2020.
Como si la crianza de los chicos fuera fácil, los padres de esta era deben lidiar con las nuevas tecnologías. Esos “cucos” del siglo XXI son la emulación de un dios todopoderoso: todo lo ve, todo lo puede y está en todas partes. Padres, tíos, abuelos e hijos viven a su merced. Los papás han perdido su encanto —y sus “poderes”— frente a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Si las matemáticas no cuadran: ahí está Google, si el enano no quiere comer: ahí está YouTube con Pepa y la vaca Lola. Si los abrazos de papá y mamá no llegan: ahí están las redes sociales, los amigos virtuales… y los peligros. ¿Cómo guiar a los hijos en medio de este atractivo mar de aguas turbulentas y profundas? ¡¿Cómo?!
Recurramos a los números para evaluar cómo las TIC se insertan en los hogares del Ecuador. Según el Instituto Ecuatoriano de Estadística y Censos (INEC), en 2018 el 56 % de la población ecuatoriana usó Internet y el 37 % de los hogares accedieron a la gran red. Las personas de cinco años en adelante, con un celular inteligente activado, fueron 72 % y los usuarios del computador alcanzaron 52 %. A las cifras del INEC se suman tecnologías de dominio mundial como Internet de las cosas (IOT) y la inteligencia artificial (IA). Como en la más prolija película futurista, estamos coexistiendo con las “máquinas”.
En el camino a comprender este fenómeno, es de gran valía un libro que, pese a no estar en Internet, enuncia un camino de salida para los padres: Conéctese con sus hijos para que se desconecten de la red. Cómo ser padres en la era digital. Aquí, la autora, Gissela Echeverría Castro, plantea como imprescindible que los papás hagan clic con las emociones de sus hijos y les provean de herramientas para que puedan moverse en el mundo virtual sin perecer en el intento.
El gran reto es pasar de la retórica a la acción. Más amor, más comunicación y menos pantallas es la fórmula que Echeverría Castro propone. Suena alentador porque la clave, al parecer, está en descubrir relaciones que padres e hijos puedan llegar a tener en una época en la que los chicos están expuestos a diez pantallas, en promedio. Este escenario puede parecer apocalíptico si se considera que, hace un par de décadas, los padres apenas tenían contacto con tres pantallas.
Resulta que los papás de estos tiempos son en su mayoría los denominados Millennials, dominan la tecnología con mayor facilidad que sus antepasados y enfocan la crianza hacia la independencia, la autonomía y la libertad. Sus hijos son los Centennials: pertenecen a la generación Z, aquella que no encaja en ningún perfil conocido de hijo. Javier Moreno Jabardo, en su libro Transformación digital, los define como los verdaderos nativos digitales, porque tienen muchas más habilidades tecnológicas que sus padres, ya que nacieron rodeados de estos canales, y no conciben el mundo sin Internet; son multipropósito y multitarea. ¡Vaya joyitas!
Si bien la brecha con los padres pude ser sobrellevada, con los abuelos y cuidadores de generaciones anteriores a los Millenials, el abismo generacional llega a ser aterrador. Lejos de amilanarse, abuelos y padres están llamados a sintonizar con los Centennials, porque las tecnologías pueden ser una mina de conocimiento. Ya lo decía Siegel en 2015: “Toda acción educativa construye cerebro y las TIC no son la excepción”. Pero para que esto suceda los educadores plantean varios desafíos para los padres y personas a cargo de los chicos. En primera instancia es imperioso que se comuniquen conscientemente. No desde la imposición, no desde frases trilladas como “en mi casa se hace lo que yo digo”, no desde la petulancia de creer que lo saben todo. Hoy más que nunca, y —una vez más— gracias a Internet, es imprescindible que padres e hijos se entiendan desde los acuerdos y —sobre todo— desde el afecto.
En segundo lugar, está prohibido prohibir la tecnología. Los padres tienen el fracaso asegurado si tratan de criar a los Centennials como hace diez o veinte años, cuando escondían los cables de la televisión para que sus retoños no se pasaran el día frente a “la caja boba”. Es un error asociar la tecnología con un vicio o con el apocalipsis. Puede tener buenos y malos usos, todo dependerá del criterio que los chicos puedan desarrollar.
María Belén Verdezoto es maestra de niños de entre ocho y doce años. Para ella las aguas profundas de Internet son transitables, siempre y cuando el niño logre diferenciar entre lo que es correcto y aquello que no lo es. “Deben ser capaces de identificar cuándo estoy lastimando y cuándo estoy siendo lastimado. Porque no es válido decir: no es bueno tantas horas en el celular o no juegues en línea. Los niños tienen una interacción cotidiana y natural con estos aparatos. Internet es una ventana al mundo, pero es necesario que los chicos sepan hasta dónde pueden llegar”.
El tercer consejo es servirse de la tecnología para convertirla en un instrumento de educación en casa. Para sacarle ventaja a las tabletas, los juegos de video y las redes sociales es preciso que los adultos conozcan cómo funciona ese universo de aparatos y construcciones sociales virtuales. Y esto no significa volverse expertos en los juegos o infiltrarse en las redes que los chicos construyen en torno a la tecnología. Conocer hace referencia a estar al tanto de cuáles son los peligros y qué implicaciones tienen.
Los padres deben aprender a utilizar la misma tecnología que sus hijos. Cuando los padres desconocen los entornos en los que se mueven sus hijos se crea una gran distancia entre ambos que se traduce en falta de autoridad ante ellos porque son conscientes de que los adultos no tienen experiencia en ese ámbito.
Los contras de la tecnología
Ciberbullying/ciberacoso: es el abuso entre pares o amigos, usando la tecnología para propagar mensajes o imágenes crueles.
Grooming: se refiere a las estrategias que usa, generalmente, un adulto para ganarse la confianza de un niño o adolescente mediante Internet (perfiles o identidades falsas), con el propósito de abusarlo o explotarlo sexualmente.
Sexting: es el intercambio de imágenes con contenido sexual por medio de mensajes, correos electrónicos o redes sociales. También hace referencia a la presión que ejerce una persona para que el niño o adolescente envíe una foto que luego se distribuye sin su consentimiento.
A estos riesgos se suman las tendencias a desarrollar trastornos físicos como obesidad infantil, trastornos oculares o lesiones cervicales, que son el resultado del sedentarismo y el abuso de las pantallas.
¿Cómo advertir los peligros?
Neva Milicic es una educadora chilena que, en su charla “Desafíos de la crianza en la era tecnológica”, hace un llamado a los padres a no demonizar las TIC, pero los invita, con mucha franqueza, a ponerle luces rojas. En su reflexión destaca como una de las ventajas de la tecnología el comportamiento en red que facilita, por ejemplo, el aprendizaje. Y aclara que esas redes son peligrosas cuando los niños están solos y excluidos, y empiezan a buscar con desconocidos el afecto o la guía que, sobre ciertos temas, no tienen en casa.
El “mundo real” sigue siendo importante: que los chicos puedan aprender a interpretar la comunicación no verbal, que sean capaces de entablar contacto visual con su interlocutor, que generen relaciones de empatía con su entorno siguen siendo destrezas elementales que no deben perderse. Si bien el celular, por todo lo que almacena: fotos, música, videos… se ha vuelto un objeto de apego, Milicic recalca que este aparato no puede sustituir la experiencia del trato real entre los chicos. Además, alerta sobre la nomofobia (no mobil phone phobia) como aquella condición que impide a las personas salir de casa por un miedo irracional a enfrentar el mundo exterior sin este aparato.
“Como todo en la vida, la tecnología tiene un lado A y un lado B”. Esta afirmación de Milicic da lugar a reconocer las ventajas de las TIC, entre las que se cuentan el incentivo de la curiosidad, el desarrollo del pensamiento lateral asociado a la creatividad, la constitución de un espacio social en el que niños con intereses comunes (como pacientes oncológicos o niños diabéticos) pueden encontrarse y aconsejarse, entre otras. Pero no hay que descuidar las desventajas entre las que se cuentan la baja empatía, los conflictos con los padres por el uso y abuso, y la disminución del tiempo para actividades importantes como el juego o la actividad física.
Padres y educadores están llamados, quizá como nunca antes, a propiciar que los chicos comprendan desde la experiencia cotidiana que hay necesidades humanas que la tableta, el celular, los videojuegos… no satisfacen ni cambian. Hay una brecha generacional, eso es innegable. No es cuestión de hacer más grande la zanja ni intentar taparla volviéndose padres geeks. Lo fundamental es tener una mirada crítica, usar los aparatos y todo su potencial a favor de la educación, del estrechamiento de lazos, la construcción de nuevas redes sociales. Por paradójico que parezca, la frialdad de las máquinas puede constituirse en una cálida hoguera que nos conecte a todos y nos vuelva más humanos, críticos y capaces de generar, circular y mutar el conocimiento. Todo depende de cómo usemos a la omnisciente tecnología.