La educación requiere un tratamiento de shock

Educación en Ecuador
Fotografías: Shutterstock y Mariela Rosero

En el celular chino ZTE, de segunda mano, se observan cientos de fotografías de hojas de cuadernos y libros. En la de ese sábado aparece Eslatan Vega, de cinco años, sonriendo y sosteniendo con las dos manos una hoja de papel bond, con letras M y vocales. Las recortó del periódico y las pegó, con ayuda de su madre, Nancy Tapia, de 33.

El niño, que en enero volvió a clases presenciales, aparenta menos edad, por su bajo peso. Su madre lo carga desde las 12:00 hasta más de las 18:00, acomodándolo en dos cobijas que cuelgan de su cuello, pasan por su pecho y sujeta en la espalda. Ese sábado otra vez la acompaña, como lo hacía a diario, mientras la escuela era virtual, por la pandemia.

En el Ecuador hay 4,3 millones de niños y adolescentes en el sistema educativo. Y, según la ministra María Brown, al menos 120 mil están en riesgo de deserción o abandono escolar por la pandemia, que obligó al cierre de planteles.

En 2021 la cartera evaluó el peso de la falta de clases presenciales en lo académico, en la salud mental y el peligro de deserción, en los puntos de encuentro, donde se reunió a 299 991 chicos.

Además, cuenta con el insumo que dejan tres encuestas, levantadas por Unicef, a través de llamadas telefónicas, de julio 2020 a noviembre 2021. La oenegé calculó que noventa mil chicos podrían dejar de estudiar.

Pero Brown prefiere ser realista. La cifra de matriculados —dice— puede crear un sobreregistro de supuestos asistentes a clases, ya que eso se hace automáticamente cada ciclo, a menos de que se trate de alumnos nuevos.

En 2020 Juan Samaniego, director de Desarrollo y Autogestión (DYA), ya advirtió sobre el espejismo de creer que todos los registrados seguirían en clases remotas. Y de la ilusión de pensar que la conexión a Internet garantizaría el aprendizaje.

En esa línea la ministra admite: “que un chico haya estado en contacto con su docente no es suficiente. No quiere decir que aprende. Hacen falta evaluaciones cualitativas (internas)”, que harán. Le inquietan los resultados de 2021: menos del 50 % demuestra habilidades metacognitivas y lectura comprensiva.

En el hipercentro de Quito, el frío y la lluvia le quitan clientes a Nancy Tapia. “Yo me llamo Etatan (Eslatan)”, repite el menor de sus cuatro hijos, mientras sacude dos globos largos, de esos que se usan para hacer figuras de animalitos en las fiestas infantiles.

Ambos escampan en uno de los accesos al centro comercial de la Av. Naciones Unidas, entre 6 de Diciembre y los Shyris. Cuando el semáforo está en rojo, caminan entre los autos ofreciendo chupetes, frunas y barriletes por 0,25 centavos.

“Mami, ya no quelo estad aquí. Mami, me siento aquí”, insiste y ella lo libera de las cobijas, para que juegue con diez tazos, mientras conversamos. No lleva zapatos. Tiene un par deportivo que usa para la escuela y que por patear el balón están rotos.

Educación en Ecuador.
No es fácil entender lo que dice Eslatan Vega, ya que se expresa como un niño de tres y no de cinco años. Su mamá asegura que es una secuela de la falta de contacto con niños de su edad.

La mujer no terminó la primaria al ser la octava de nueve hermanos. Se siente aliviada porque sus hijos regresaron a las aulas. No está preparada para ayudarlos.

Marjorie, de dieciocho, se unió a un programa para terminar la básica superior (octavo a décimo) de modo acelerado. Perdió dos años, antes de 2020.

Jackson, de doce, empezó la secundaria en septiembre; cursa octavo año, en el colegio Vicente Rocafuerte, en La Ferroviaria. Nayerli, de diez, va en quinto, y Eslatan, en primero, en el María Angélica Idrobo, también en el sur.

Pero su madre sabe que su rendimiento refleja los vacíos que ha dejado la pandemia. Para las clases virtuales usaban el celular, por turnos. No recibían clases completas.

Nancy recuerda que fueron días caóticos. Luchaba hasta conectarlos al Zoom. Primero trataba de que Eslatan se uniera a su grado, empezaba a concentrarse y Nayerli le gritaba por ayuda; en minutos debía desconectarla, para que Jackson tuviera la oportunidad de aprender. A veces usaban Internet de un almacén.

Para ella Jackson era la prioridad, terminaba la primaria. Pero compartir el celular hizo que no dominara la división. Sacó 3,40 sobre 10 en matemática, en el primer quimestre. La nota mínima es siete.

“No puedo ayudarle. Me dice cuánto es ocho más diez, menos tres y otras cosas. ¿Será raíz cuadrada? Le pedí auxilio a un sobrino, que está en segundo de bachillerato, y no entiende. Pasó el año sin saber nada”.

¿Hay vacuna para combatir estas secuelas de la covid-19 en la educación? La ministra responde: las clases presenciales. Pero el tratamiento incluye aplicación del Plan Aprender a Tiempo, para alumnos de dos mil (son más de diez mil) planteles que requieren apoyo, para nivelarse, optimización curricular, instituciones a distancia, formación docente y reforma integral del modelo educativo, para enfocarse en habilidades para la vida del siglo XXI.

“Es un tratamiento de shock. La pandemia dio lugar a una situación disruptiva del sistema, que permite instaurar procesos de transformación integral”.

Susana Araujo, directora del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineval), cita un informe de Naciones Unidas sobre el impacto de la covid-19 en la educación, al preguntarle sobre el efecto en el Ecuador.

Las disparidades educativas —a-punta— se incrementaron en estos dos años, reduciendo las oportunidades de aprendizaje en grupos vulnerables: de zonas de escasos recursos o rurales, niñas, refugiados, personas con discapacidad y desplazados forzosos.

Ahora ve urgente levantar una evaluación diagnóstica, para obtener información real que sirva para diseñar medidas pedagógicas.

Según la Unesco, subraya Araujo, el impacto económico de los efectos de la pandemia incidirá en el sector educativo. “Las pérdidas en materia de aprendizaje amenazan con extenderse más allá de la generación actual y el escenario más grave marca un retroceso de los logros alcanzados en las últimas décadas”.

¿Cómo estaba el sistema antes de 2020?

Educación
“La pandemia provocó la mayor interrupción de la historia en los sistemas educativos del mundo, calculando que afectó al 99 % de estudiantes”. Susana Araujo, Ineval.

La última foto del rendimiento de estudiantes ecuatorianos es el Estudio Regional Comparativo y Explicativo de la Unesco, ERCE 2019, que se difundió en noviembre de 2021.

En esa evaluación el país sacó un puntaje general de 699,02 sobre 1000 puntos. Como en otros estudios, alumnos de pueblos y nacionalidades obtuvieron resultados más bajos. El Ecuador estuvo sobre el promedio en la región en matemática y ciencias, se ubicó en octavo lugar.

En lectura sus notas fueron similares a la media en cuarto grado y más bajos en séptimo; participaron más de 160 mil estudiantes de cuarto y séptimo de básica, de dieciséis países: Ecuador, Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay.

Claudia Uribe, directora de la Oficina Regional para América, subrayó que los resultados dan cuenta de muy bajos niveles de aprendizaje en la región y de un estancamiento en su progreso, aun previo a la pandemia.

“Los sistemas educativos tienen menos de una década para alcanzar metas de la Agenda 2030, se deben tomar medidas urgentes para superar esta crisis en los aprendizajes, que sin duda se profundizó con la covid-19”.

El Ecuador ha participado en las evaluaciones desde 2006. Los resultados de 2019 permitirán comparar cómo estaba el sistema antes, fruto de las reformas que reflejaron avances en las evaluaciones desde 2014.

En noviembre Ineval cumplirá diez años. Ha realizado veintinueve evaluaciones, como la de 2021 en planteles con menor acceso a tecnología, riesgo de deserción y problemas de infraestructura. Además, los Ser Estudiante de 2019 a 2021, a excepción de 2020. También veintiún evaluaciones a docentes, directivos y asesores.

En este 2022 Araujo confirmó que tomarán el Ser Estudiante cuarto, séptimo, décimo y tercero de bachillerato, en junio, en la Sierra, y en octubre, en la Costa. Y que retomarán la participación en PISA, suspendida en el Gobierno anterior.

“Volver a las clases presenciales es complejo, casi no se conectaron; hay rezago, que es mayor en chicos en movilidad humana”, explica Nubia Taipe, coordinadora de Erradicación de Trabajo Infantil en DYA.

Uno de sus técnicos apoya a los hijos de Nancy. Usan la metodología de horario extendido, tres horas fuera del horario de clases, hacen refuerzo escolar, desarrollo de lenguaje, lógica matemática y actividades de esparcimiento.

Además, Taipe dice que a los chicos les hace falta desde zapatos, alimentación diaria y recursos para movilización, pues la crisis devastó la economía de sus familias.

Nancy abraza a Eslatan, y cuenta que ella y su esposo Patricio, quien trabaja como albañil, han acordado apoyar a sus hijos para que se gradúen de bachilleres. Nayerli les repite que quiere ser médica, pero ella ve difícil que se concrete esa idea. La niña en este quimestre ha presentado dificultades para copiar dictados, ha empezado a escribir sin separar las palabras.

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