Eduardo Sacheri: el volante que no soñó con ser escritor

El argentino Eduardo Sacheri es el autor de la novela La pregunta de sus ojos, llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos y ganadora del Óscar a la mejor película extranjera en 2010. Sacheri es reconocido en su país como uno de los mejores narradores de historias que giran en torno al fútbol.

 

Por: Andrés Lasso Ruales

Fotos: Romina Franceschin

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Cuentos en el aire

El Café Havanna, famoso por sus alfajores de dulce de leche y jalea de membrillo, está frente al Teatro San Martín, entre las calles Montevideo y Paraná, en pleno centro de Buenos Aires. Allí me espera Dora Apo, una señora de 85 años de edad que lleva un delicado vestido de seda y cuyas manos carecen de arrugas. Vamos a hablar de fútbol.

Dora es la viuda de Alfredo Rütschi, una leyenda del periodismo deportivo en Argentina que firmaba sus artículos como Apo, de ahí el apellido que es más bien una herencia. A Dora no le gusta recordar la muerte de su marido y, desde que él falleció, tampoco le gusta el fútbol. Pero le gustan las historias. Es profesora de “relatos orales”, imparte talleres para personas adultas en el Centro Cultural El Mordisquito, en el corazón de la ciudad, y es maestra de la Universidad de La Plata en la carrera de Periodismo Deportivo.

El hijo de Dora se llama Alejandro Apo, nació en 1954 y ahora es uno de los comentaristas de fútbol más reconocidos de su país. A finales de los noventa Alejandro mantuvo un programa de radio llamado Todo con afecto que fue transmitido por la Radio Continental, fundada antes de que Juan Domingo Perón regresara del exilio y que ocupó el lugar de la popular Radio Porteña. El programa mezclaba historias de fútbol con todo tipo de arte, en especial música y literatura. Ahora el programa, que conserva su formato original, sale al aire los sábados por la tarde en la Radio Nacional. Según el periódico La Nación, Alejandro Apo es “el hombre que en este siglo más hace leer en la Argentina”.

Fue así como Dora Apo conoció la obra de Eduardo Sacheri. Ella y su hijo mantienen un pacto sagrado: antes de leer una historia al aire, Alejandro le pasa los cuentos a su madre y es Dora quien selecciona el repertorio del programa. Esta relación madre-hijo se ha mantenido firme durante años, pero no sin excepciones. Cuando Alejandro recibió el primer cuento de Sacheri, un relato corto llamado Me van a tener que disculpar, dedicado al gol que Diego Armando Maradona le marcó a Inglaterra en 1986, dejando a medio equipo en el camino, se emocionó tanto que lo leyó de inmediato, sin pasar por el filtro de su madre. Aquella vez, la ecuación funcionó al revés y es Dora quien, desde entonces, lee todos los libros de Sacheri.

“Lo que me gusta de él es su poder de construcción con las palabras. Es muy cinematográfico, muy visual en sus cuentos y en sus novelas, por algo ganó lo que ganó”. Para Dora, Sacheri es un narrador total porque, además de tratar el juego, describe el entorno geográfico de los personajes, el espíritu de los barrios, las calles y las canchas porteñas. “El día del partido salí de casa a eso de las tres menos veinte. Hacía un calor de infierno, propio de las siestas de diciembre. Pasé primero por lo del Gato, que estaba comiendo fideos con tuco. Me llamó mucho la atención que el tipo siguiera almorzando a esa hora, tan encima del partido, pero me explicó que eran órdenes del Tití, y aunque me pareció raro no pregunté más. Ya cerca del campito se nos unieron Lalo, Beto y José, tres de los que se iban a quedar afuera. Venían del lado del ferrocarril con las remeras infladas de piedras grises de terraplén. ‘Por si acaso la cosa se pone jodida’, dijeron, y yo pensé que teníamos buenos amigos”, escribe Sacheri en su cuento Lo raro empezó después.

Uno de los cuentos favoritos de Dora Apo es La promesa, un relato desgarrador sobre un grupo de hinchas que van al estadio junto al hijo de su mejor amigo, recién fallecido, para ver un partido del equipo de sus amores y lanzar las cenizas del difunto justo en el momento en que los jugadores saltan al terreno de juego. Pero no es el único. “Hay otro que para mí es más cómico que se llama Los traidores, un cuento que trata de un muchacho, hincha del Deportivo Morón, que se enamora de una piba que es simpatizante de Nueva Chicago, ahí Sacheri lleva al lector de la mano del aficionado y enseguida te volvés cómplice del personaje”, dice Dora. Y continúa. “A mis alumnos siempre les muestro el cuento Esperándolo a Tito, que trata de un jugador profesional de altísimo nivel que milita en Europa y que inventa un ataque al corazón de su madre para volver a Argentina y jugar un partido clásico del barrio de su niñez. Ese cuento me emociona porque habla de ese estado tan puro que es la amistad”. El rostro de Dora, cargado de dulzura, se enternece.

“Mientras el árbitro volvía a mirar a cada arquero para iniciar de una vez por todas ese desafío memorable, Josesito, casi en puntas de pie junto a la raya del medio campo, le sonrió al Bebé, que todavía lo miraba a Tito con algo de pudor y algo de pánico: ‘¿Y, viste, jodemil…? ¿No que no venía? ¿No que no?’, mientras sacudía la cabeza hacia donde estaba Tito, como exhibiéndolo, como sacándole lustre, como diciéndole al rival morite, morite de envidia, infeliz”.

Al final de nuestra charla, Dora se levanta apoyándose en su bastón, se despide de los camareros y dice: “Tranquilo, sho puedo sola, no me ayudés… gracias por el momento”.

 

El cinco cauteloso

La casa de Eduardo Sacheri está en Castelar, al noroeste del Gran Buenos Aires. Allí, sentados a la mesa del comedor, nos acomodamos para conversar. El escritor es calvo y bordea los 50 años. Parece tímido, pero existe una palabra capaz de transformarlo de un momento a otro en un conversador apasionado, esa palabra es fútbol.

“¿En qué posición juegas?” Soy número cinco, ese jugador cauteloso que construye y ayuda a sus compañeros.

El escritor se encuentra delante de su biblioteca personal. Según él, ha ordenado y desordenado tanto sus libros que ya no sabe dónde está cada cosa. “Esto es ensayo”, dice apuntando con el dedo hacia una repisa en la que se supone los títulos están organizados por países: Francia, España, Estados Unidos, Argentina. “¡Cada vez que busco alguno me vuelvo loco!”

El primer libro que leyó fue Heidi, el clásico infantil del siglo XIX, mucho antes de conocer a los autores que, dice, lo marcaron de por vida: Julio Verne y Emilio Salgari.

Sacheri me explica que cuando comienza a escribir, sea en la mesa del comedor o en su cuarto de estudio, necesita calma en el ambiente para agarrar la pluma, un cuaderno pequeño y así trazar líneas verticales y horizontales que dibujan cuadros sinópticos y, tal vez, alguna figura esférica, y claro, los libros siempre a su lado como una pelota para calentar antes del partido. “Yo en la universidad no estudiaba con resúmenes sino con cuadros sinópticos y cuando inicio la construcción de un cuento repito ese esquema de manera inconsciente. En general nunca son demasiado exactos, pero a veces me ayudan y los adjunto a mis apuntes en un cuadernito así como el que tenés vos”.

Cuando tenía veintiséis años, Eduardo Sacheri trabajaba como profesor de historia en un colegio público y en la Universidad de Luján, sufría de insomnio y escribía para llamar al sueño. “Dormía poco y empecé a llevar un cuaderno a manera de diario donde redactaba lo primero que me venía a la cabeza y luego, al final del sereno de la madrugada, esas cosas se transformaban en cuentos. Nunca pensé todo lo que vino, siempre me imaginé en el mundo académico, me gusta mucho la historia y me veía construyendo papers científicos”.

Al igual que un director técnico, el escritor posee una estrategia. “Es muy raro que me ponga a escribir sin tener claro hasta dónde quiero ir. Me gusta escuchar y observar a mi alrededor, pero no escribo las historias que me cuentan. Lo mío es lo que viene de la fantasía”. A más de cauto, el cuentista se caracteriza por su pudor. De no haber sido por la insistencia de Gabriela, su esposa, y de sus hermanos, sus cuentos nunca habrían llegado a la cabina de Alejandro Apo.

 

“Vos jugabas de cinco…”

“Mozaaaaa, me traés dos cafés: uno solito chico para mi amigo y un cortado para mí, la cuenta la pago sho”. La voz de Alejandro Apo retumba en la confitería Giucris, en el centro de Buenos Aires. Al escuchar ese vozarrón ronco y grueso que puede estremecer a cualquiera, uno piensa en un tenor de ópera.

Apo se inició en el periodismo deportivo en el programa Sport 80, en Radio Mitre, ahí conoció al comentarista uruguayo Víctor Hugo Morales y ambos pasaron en 1986 a Radio Argentina para cubrir el Mundial de México. Allí relataron juntos el gol de Maradona que es, hasta el día de hoy, considero el mejor gol de la historia.

En marzo de 2008, después de su suceso en Radio Continental creó el programa El fútbol contó un cuento, que para la época tenía 120 mil espectadores en 270 ciudades. En la actualidad ha llegado a más de 350 urbes y se ha convertido en un show artístico, donde Apo narra cuentos de Sacheri, Fontanarrosa y Soriano junto al acompañamiento del músico Marcelo Sanjurjo. A ratos, sus narraciones suenan como obras de radioteatro.

“Así que están ahí los tipos. Los once nuestros y los once de ellos. Es fútbol, pero es mucho más que fútbol. Porque cuatro años es muy poco tiempo como para que te amaine el dolor y se te apacigüe la rabia. Por eso no es sólo fútbol. Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre”.

“Cuando acabé de relatar, los teléfonos explotaron, mi celular era una cosa de locos, ¡Mamita queridaaa! Hasta de las Islas Malvinas nos llamaron”, cuenta el ahora también comentarista de Radio Madre AM530, emisora fundada por la Asociación de Madres de Plaza de Mayo en el mandato de Néstor Kirchner.

Para Alejandro Apo los cuentos de Sacheri contienen una sensibilidad que llega hasta el tuétano. El cuento que más me conmovió fue De chilena. El hermano se está muriendo y el narrador evoca un partido memorable junto a él, y al unísono recuerdan el gol acrobático y épico de su pariente afectado”.

“Ahora me acuerdo como si fuera hoy. Vos jugabas de cinco, y eras de lo mejorcito que teníamos. Pero en todo el primer tiempo la habías visto pasar como si fueras imbécil. Las pocas pelotas que habías conseguido o te habían rebotado o se las habías dado a los contrarios”.

Apo recuerda que cuando leyó estas palabras por primera vez su voz de hierro estuvo a punto de romperse.

 

La pluma que inventó el mito del héroe volante central en Argentina

En cifras Sacheri se ve más o menos así: cuatro novelas, un libro que es una compilación de artículos de su autoría publicados en la revista El Gráfico, seis libros de cuentos que reúnen 80 relatos en total, la mitad de ellos dedicados al fútbol, y más de 30 000 ejemplares vendidos. Varias de estas historias han sido para el cuadro de sus amores, el Independiente de Avellaneda, Rey de Copas argentino.

“El mejor gol de mi cuadro fue en la Copa Libertadores del 84, frente al Olimpia de Paraguay. Fue una anotación clave porque necesitábamos ganar para pasar. Fue una pared a largo alcance del Bocha (Ricardo Bochini) con Alejandro Barberón y este se la cruzó de primera a un tal Bufarrini que la mandó a guardar, ese gol lo grité como loco”, sus ojos medio achinados se abren por la emoción. “A mí me gustan esos tipos como Bochini que trazan rectas todo el tiempo, que tienen un GPS no de sí mismos sino de todos los demás, que manejan las distancias, los tiempos, las velocidades, y los otros que trabajan en silencio para bien del equipo, como los volantes centrales”.

El número cinco o mediocampista de corte es un personaje recurrente en la obra de Sacheri. Una especie de amuleto.

Su segunda novela, Aráoz y la verdad, es un relato que gira en torno a un misterio futbolístico y un hincha que quiere resolverlo como si se tratase de un detective tras las pistas de un asesinato. El hincha se llama Ezequiel Aráoz, el cuadro se llama Deportivo Wilde, y lo que gatilla la historia es un recuerdo de la infancia, una duda que el protagonista jamás ha podido sacar de su cabeza, ¿por qué Fermín Perlassi, el capitán del equipo, el ídolo de Araóz, no taló al Tanque Villar del Lanús en el momento en que se escapaba para anotar? Ese gol fue una puñalada por la espalda a la fanaticada del Deportivo, por culpa de esa liana su equipo se fue al descenso. El evento puede parecer corriente y quizás hasta intrascendente, pero a veces el fútbol es lo único que se tiene en la vida. Araóz ha perdido a su esposa y ahora viaja por el interior del país en busca de Perlassi. Araóz busca una respuesta para todo el sinsentido que lo rodea, algo con qué llenar sus vacíos y darle algún propósito a su destino.

“¿Por qué Perlassi lo corre al Tanque sin pegarle? Si no lo baja, no va a poder alcanzarlo. El Tanque le lleva demasiada ventaja y sabe acomodar bien el cuerpo. ‘Si el duelo entre los dos fuera frente a frente a lo mejor sí’, piensa Aráoz, a las ocho mientras le sale humito por la nariz y los ojos lloran un poquito del mismo frío. Pero corriéndolo desde atrás no hay modo de sacarle la pelota por las buenas. ‘¿Qué espera?’, pregunta uno, a las espaldas de Aráoz y de su padre, su tío y sus primos. Nadie le contesta, porque todos se preguntan lo mismo. Y ninguno tiene respuesta”.

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