El Ecuador en la modernidad de Olga Dueñas

So to be, acuarela sobre papel, 2010. Fotografías: Cortesía Olga Dueñas.

Olga Dueñas, su historia de vida y su arte invitan a múltiples miradas vinculadas a la modernidad estética. Su obra es universal, tanto así que sus trabajos encajan en los debates actuales de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica sobre el arte producido en diferentes países durante la segunda mitad del siglo XX, época en la que ella desarrolló su abstracción y cinetismo.

Una característica que capturó mi atención, cuando me aproximé a un extenso grupo de trabajos realizados por Dueñas durante más de siete décadas, fue su correspondencia estilística con artistas abstractos de otros países. Enseguida me interesó descubrir cómo y cuándo el Ecuador se convirtió en un elemento esencial para sus procesos creativos. De eso tratará este artículo.

Primero, hay que hablar de hechos de su vida que han marcado su arte significativamente. Su madre era de Hungría y su padre de Checoslovaquia, país del que salieron al término de la Primera Guerra Mundial para instalarse en Cleveland, Ohio, donde en 1926 nació Olga Valasek Dipold (sus apellidos originales). En los años de su infancia surgió la relación con la música clásica pues su padre y su hermano eran músicos profesionales dedicados al arpa, al piano y al violín. La experiencia de crecer en un entorno musical donde “la música era el oxígeno que se respiraba” caló en la artista y se evidenció posteriormente en su arte.

Tempo I, acrílico y tinta sobre madera y plexiglás, 2016. 

Su formación la realizó en Nueva York a comienzos de la década del cuarenta, en la Ozenfant School of Fine Arts, dirigida por el maestro purista Amédée Ozenfant, quien se convirtió en su mentor. Nueva York abrió para Dueñas amplias posibilidades de observar posturas diferentes con respecto al arte. No se identificó con artistas como Jackson Pollock que desarrollaban la tendencia del expresionismo abstracto en esos años. Más bien sintió afinidad con el arte de Piet Mondrian, Victor Vasarely y Alexander Calder. Gradualmente se inclinó por la abstracción geométrica.

En su época neoyorquina se hizo amiga de Araceli Gilbert en la escuela de Ozenfant. Dueñas y Gilbert congeniaban, coincidían en ideas similares sobre la composición artística abstracta y tenían gran empatía con el maestro francés. Araceli invitó a Olga a visitar el Ecuador en 1946. Fue su primera venida a nuestro país. Sin imaginarlo, esta tierra se convertiría en un lugar propio: aquí echó raíces, formó una familia y adoptó el nombre de Olga Dueñas.

Su destino, sin embargo, le tenía preparados otros viajes: Venezuela y Puerto Rico. Los años comprendidos entre mediados de los cincuenta y fines de los sesenta significaron momentos de cambios y transiciones que en su arte tuvieron positivas repercusiones. En Venezuela se conectó con la creciente modernidad que ahí surgió y se dedicó a investigar y producir obras abstractas que se acercaban al hard-edge (bordes duros). Se ven en sus trabajos de esa época una intención de agregar movilidad, esto como consecuencia de su interés en representar lo etéreo de una composición musical.

“Aun cuando mi trabajo era estático, yo necesitaba incorporar movimiento”, declara la artista, lo que se evidencia en las diagonales de sus tempranos trabajos. Más adelante, en 1965, visita la muestra The Responsive Eye en el MoMA de Nueva York. Las obras expuestas en aquel museo respondían al cinetismo y al op art, corrientes que exploraban el movimiento perceptual y los efectos producidos a través de la obra de arte. Ese era el camino por el que estaba transitando Olga, que se había mudado a Puerto Rico, se involucró con el circuito artístico vanguardista e hizo, en 1968, su primer one woman show con un gran número de obras cinéticas.

En la Mitad del Mundo

Poco después regresó al Ecuador, esta vez para instalarse en Quito por un tiempo más prolongado. En la Casa de la Cultura, donde Oswaldo Guayasamín era una figura preponderante, Dueñas realizó en 1970 una exposición individual llamada Pintura cinética. Este hecho fue relevante porque era un tipo de arte poco habitual en la época, más aún si era realizado por una mujer. Guayasamín gestionó para que una de las obras expuestas fuera adquirida por la Casa de la Cultura, lo que legitimó a Dueñas en el medio. Ya para entonces su figura se vinculaba al desarrollo y apertura de la modernidad en el arte ecuatoriano.

Moonlight, acrílico sobre lienzo, 2013.

La idea de la música ha estado presente siempre en su vida, así como también el intento de representar el movimiento en sus cuadros. Como ha dicho más de una vez, era la “unión de música y arte” lo que le interesaba captar en sus composiciones. Hay obras suyas que se alejan del cinetismo y se acercan a la monocromía, pero aun en ellas explora la sensación de movimiento y continuidad.

Una serie llamada Ecuatoriales, producida en la década de los ochenta, le permite ahondar en su historia personal. El conjunto se compone de paneles de un solo color, atravesados por una línea recta. Se puede considerar a ese grupo de obras como reflexiones sobre su lugar en el mundo. La artista representa la línea equinoccial, el punto exacto que divide y une al mundo y, a la vez, el espacio geográfico que ahora a ella le pertenece. Es como si se preguntase: ¿de dónde vengo, a dónde voy?

La Galería, espacio cultural quiteño de gran relevancia en esos años, le abrió sus puertas para exposiciones en las que mostraba ese tipo de investigaciones plásticas. Mas aún, La Galería la invitó a participar en el Museo Vial (1984), junto a artistas como Omar Rayo, Estuardo Maldonado, Irene Cárdenas, Enrique Tábara, Eduardo Kingman, entre otros. El objetivo fue crear vallas que se ubicaron a lo largo de la carretera que va a la Mitad del Mundo. El trabajo de Dueñas recogía su sensibilidad con este territorio.

El Ecuador, dicho en sus palabras, “le abrió nuevos horizontes”. En otro momento experimentó la vida de hacienda en un sitio ubicado en la provincia del Cotopaxi, junto al que corre el río Nagsiche. Ahí se sensibilizó con el material que crece junto al río y sintió la necesidad de trabajarlo con sus propias manos, producir papel y transformarlo en arte. Es relevante la conexión que logró entre el producto local y el arte universal. La artista, una viajera constante, visitaba Estados Unidos con frecuencia. En la década del ochenta, su padre se había mudado a Denver, Colorado, y, cuando iba a visitarlo, aprovechaba para estudiar técnicas para hacer papel con el profesor Ray Tomaso. En Cotopaxi ponía en práctica sus conocimientos, revalorizando el material arenoso de la zona. Además, estudiaba las teorías de un libro chino que trataba sobre la producción de papel.

Sin título, acrílico sobre lienzo, ca. 1985.

Otros trabajos que ejemplifican la conexión de Dueñas con el entorno ecuatoriano son los textiles que realizó en la misma época. Hizo tapices con diseños geométricos, cuya inspiración era el filtro con el que los indígenas de Otavalo veían los colores y elaboraban sus vestuarios.

Volver al cinetismo

Dueñas ha sido siempre una investigadora inquieta, y ha mantenido un constante respeto a la composición balanceada de sus cuadros. Si bien la geometría en su arte es fundamental, también ha realizado cuadros en los que intervienen formas orgánicas y trazos libres. Han sido trabajos que hablan de su lado sensitivo e intuitivo. Su libertad creativa le ha permitido explorar diferentes ópticas dentro de la abstracción. Desde 2015 decidió volver a concentrarse en el cinetismo, y a eso se dedica hasta el presente.

Lo más notable en ella es su capacidad de repensar cada etapa de su obra señalando puntos de encuentro coherentes dentro de las variables abstractas realizadas. Música, continuidad y movimiento son elementos que transitan por su mente y su arte, abriendo infinitos campos de experiencias visuales para el espectador.

Desde febrero de 2020 tuve la oportunidad de iniciar una investigación sobre Olga en la que ella ha sido mi principal fuente documental. La artista ha podido reflexionar y conversar sobre diálogos constantes entre sus propias obras, así como también entre sus trabajos y los de otros artistas modernos ecuatorianos e internacionales. Su arte es atemporal. Explorar sus cuadros nos concede la posibilidad de ilimitadas miradas y acercamientos.

Un rasgo de su obra, que es imprescindible observar y sentir, es la necesidad de desplazamiento que se produce en el observador. Sus piezas cinéticas invitan a moverse frente a ellas. Cuando esto pasa, sostiene la artista “la obra adquiere bríos y vida propia”.

Desde el mes pasado se exhibe la primera retrospectiva de su obra en el MAAC de Guayaquil, muestra que se trasladará al MuNa de Quito en febrero de 2022, y que reúne documentación histórica, fotografías y trabajos realizados desde 1940 hasta la actualidad. Sin duda, se trata de un evento cultural trascendental que pone en valor su producción plástica y revitaliza su aporte a nuestra modernidad.

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