Echeverría Kossak. Los espacios y el poder.

Por Fausto Rivera Yánez.

Fotografía: archivo de CEK.

Edición 437 – octubre 2018.

Noticias, 2013.
Noticias, 2013.

Peregrino de dos mundos. Residente en dos mitades. Transeúnte entre dos lenguas. Carlos Echeverría Kossak, hijo único de una pareja de padre ecuatoriano y madre polaca, no tiene una identidad fija, anclada en un solo lado. El vasto terreno por el que camina está hecho de una hibridez cultural que salpica toda su obra plástica, una en la que el espacio —ocupado o vacío; con humanos o naturaleza; poblado de edificios modernos o dólmenes— es el gran protagonista.

Hoy, luego de guardar a sus dos perros, de alimentar al gato, de preparar café, de servir unos postres en una pequeña bandeja, de asegurarse de que haya tabacos y de revisar unos libros de arte situados en su sala, Carlos —alto, de piel lechosa, con una amplia y persistente sonrisa— me conduce al tercer piso de su casa, en Cumbayá, donde funciona su taller que parece un collage.

Hay frascos de pintura, brochas y pinceles regados sobre una mesa baja; cuadros de distintos tamaños a medio hacer; manchas de tonos pasteles —paleta recurrente en sus obras— en el suelo de concreto; un saco de boxeo; una cama destendida; un peluche de su novia; un bidón de agua; un baño sin paredes; un pizarrón lleno de apuntes, y una pintura inacabada en gran formato de lo que podría ser una enredadera verde semejante a las neuronas cerebrales.

Cercado por una espesa y variada vegetación en su casa taller, donde vive en medio de la residencia de sus padres y otra vivienda arrendada, Carlos dice identificarse con los monjes zen que pintan plantas de bambú por las mañanas y, por la tarde, interpretan el trazo que dejaron para entender cómo son cada día.

“Todos los días eres diferente. Hay cosas que es mejor hacerlas y otras posponerlas de acuerdo al estado de ánimo. Nunca he hecho un cuadro que tenga clara la idea de cómo va acabar, sino que voy buscando relaciones con diversos elementos en el tiempo. Por eso trabajo simultáneamente varios cuadros”.

En sus pinturas se impone la forma, las estructuras de los espacios antes que el contenido, que puede ser político y tratar temas como la globalización, la cultura popular, la filosofía o las relaciones interpersonales. Los espacios que Carlos recrea tienen, de por sí, una gran carga narrativa, no hay necesidad de habitarlos.

El rugido del cielo anuncia una tempestad. Antes de que un petirrojo se pose sobre uno de los más de 150 cactus San Pedro que Carlos ha sembrado alrededor de su casa, el artista dice que estar en tránsito es algo natural para él. “Uno es el espacio en el que está y ese espacio es el que va definiendo un montón de características”.

Tiburón, 2012.
Tiburón, 2012.
El acuerdo, 2014.
El acuerdo, 2014.

LA DINÁMICA DEL PODER

Nacido en Poznań, Polonia, en 1981, Carlos vino al mundo en una época de cambios radicales. Su país materno atravesaba un estado de emergencia provocado por el dramático fin del comunismo. De un territorio absolutamente controlado se pasó hacia uno con cero regulaciones, en el que el libre mercado marcaba el porvenir de una juventud desencantada con su entorno.

Hijo de un arquitecto y de una pintora estudiosa del arte, Carlos vivió en Quito sus primeros cuatro años de infancia y luego regresó por otros cuatro años más a Polonia, donde tomó sus primeras clases de arte en el Palacio de la Cultura y la Ciencia, un regalo monumental de Stalin a Varsovia. En 1988 su familia decidió regresar al Ecuador y el padre de Carlos trabajó en la restauración del Centro Histórico de Quito, especialmente en las cúpulas de las iglesias.

Su adolescencia fue un ir y venir de un colegio a otro y sus primeros dibujos —que los guarda en un portafolio, como el resto de su obra de diferentes períodos— resaltaban el lado oscuro del ser humano, con imágenes monstruosas que parecerían ser extraídas de El Anticristo de Nietzsche, llenas de piedras y huesos, haciendo un guiño a la obra surrealista y terrorífica de Zdzisław Beksiński. Con el tiempo, sus pinturas se fueron calmando en los tonos y las formas, pero ese espíritu de desasosiego con la sociedad no lo ha perdido.

En su muestra quiteña de 2017, en la galería Más Arte, denominada Dinámicas de poder, Carlos revelaba la tensión entre el espacio con la naturaleza y el ser humano. El artista cuestionaba al individuo, quien socialmente diseña los lugares de forma ergonómica, anulando así la posibilidad de convivencia con otras especies.

S/T (Serie Saludos), 2012.
S/T (Serie Saludos), 2012.

Estas nociones antropocéntricas son interpeladas en el cuadro “Un domingo”, ejecutado en acrílico y carboncillo sobre lienzo. En la pieza, el artista retrata a políticos mundiales como Vladimir Putin, Tony Blair o Xi Jinping haciendo gestos de indiferencia, y proyecta dos tipos de naturaleza: una más luminosa y verdosa, alejada del ser humano, y otra más sombría, cercana al individuo.

Siguiendo este relato crítico, Carlos incorporó en la exposición de Más Arte un video en stop-motion que muestra una maceta despedazándose por acción de unas plantas. Ellas crecen, pero el espacio no les alcanza. Hay una violencia de ocupación del espacio que se hace evidente cuando ya todo está roto, cuando las plantas muertas están tiradas sobre el suelo mojado.

Ya en Narrativas habitables, otra muestra individual expuesta en 2013, en Arte Actual de la Flacso, Carlos había incluido algunas de sus más reconocibles obras hasta ahora: “Ayahuasca”, “Nubes urbanas” o “Liquidez”. En esa exhibición, el espacio surgía como posibilidad para representar los eternos y contradictorios binarios: lo cruel y lo bello, lo absurdo y lo racional, lo normado y lo animal, lo orgánico y lo inhumano, lo moderno y lo arcaico.

Eduardo Carrera, curador y crítico de arte, escribe en un libro antológico que la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) acaba de publicar sobre la obra de Echeverría Kossak, que “en Narrativas habitables vemos espacios solitarios y amenazadores en su arquitectura de escalas y puntos de fuga imaginarios; edificaciones que parecerían animarse en un caos apocalíptico; reptiles que habitan ciudades vacías, como si la naturaleza reclamase su lugar”.

Camuflaje, 2011.
Camuflaje, 2011.
Liquidez, 2012.
Liquidez, 2012.

HACIA EL COLLAGE

En una de las paredes de la casa de su abuela paterna, había una reproducción en alta calidad de El jardín de las delicias, de El Bosco. Junto con este cuadro, sus abuelos también guardaban una enciclopedia ilustrada de animales. Esas imágenes prematuras de la infancia, esa marea de seres polimorfos cubiertos de colores estridentes y habitando en mundos insospechados, se fijaron en la cabeza del artista. Ahora, en una pequeña mesa ubicada entre la sala y la cocina de su casa, lo acompañan otro tipo autores, pero de igual radicalidad: Francis Picabia, Jens Ferdinand Willumsen, Willem de Kooning, Fang Lijun, Witkiewicz.

En la USFQ Carlos estudió un semestre Radio y Televisión, después dedicó dos años a Arquitectura y en 2011 obtuvo su PhD en Bellas Artes por la Academia de Bellas Artes de Cracovia, gracias a una beca. Allá, además de convivir con niños de guerra como compañeros de aula,

Carlos hacía diseños de camisetas para turistas con imágenes caricaturizadas de políticos europeos y exponía en sitios tan diversos como particulares: en un recinto electoral en plenas elecciones presidenciales o en una galería/sótano donde las muestras no podían durar más de veinticuatro horas, pues la humedad que se concentraba ahí dañaba con rapidez los cuadros. A su regreso al Ecuador se incorporó como director de Artes de la USFQ y ahora es profesor de pintura.

De niño, Carlos tuvo como vecino al pintor Marcelo Aguirre, a quien veía trabajar al aire libre, hacer sus fiestas en el patio de su casa, meditar y beber sopa mientras terminaba de pintar un cuadro para una muestra. “Uno veía la televisión y, de repente, aparecían en la pantalla el Marcelo y el Christoph Baumann, pero cuando asomaba la cabeza por la ventana de mi casa, ellos estaban cerca de mí, corriendo en sotanas blancas por el césped, dando vueltas y piruetas, a las dos de la tarde de un jueves cualquiera. Entonces yo decía: esa profesión se ve chistosa, llamativa. ¿Qué será? ¿Qué será eso?”, recuerda Carlos mientras un huiracchuro, pequeña ave de lomo amarillo, aterriza en un San Pedro cuando la pesada lluvia ha cesado, cuando el viento apenas mece los árboles de bambú que rozan la terraza de su taller.

Zona de confort, 2014.
Zona de confort, 2014.

Carlos —que a mediados de este año participó en Parc Lima, una de las ferias de arte más importantes de América Latina— pinta en horas extremas para ganar concentración. Lo hace en la noche o a las tres de la mañana, cuando está seguro de que no recibirá ninguna llamada o mensaje a su celular. Acompañado de música, de diálogos de alguna película —como Carnage, de Polanski— o de alguna conferencia de filosofía en la que habla Zygmunt Bauman, Slavoj Žižek o Adam Curtis, él ejecuta sus cuadros que, de a poco, han ganado la lógica del collage: repinta y corrige sobre partes que no le gustan, y no hace borradores.

De un gran clóset blanco donde guarda trabajos anteriores, materiales para pintar y libros de arte, saca un cuaderno con imágenes extraídas de Internet de políticos y famosos del mainstream cultural, como Kim Kardashian, quien aparece en “La superstición”, cuadro de 2010.

A estas fotografías él las traduce plásticamente en composiciones donde la figura “poderosa” es ridiculizada, minimizada. Uno de los rostros que más se repite en su cuaderno de archivo es el del primer ministro de China, cuyo Gobierno mandó a eliminar de la red las fotos de gobernantes en las que aparecen bostezando, porque eso reducía su poder. Carlos, al contrario, resalta esos hechos que revelan la naturaleza cínica e hipócrita del poder político.

En sus obras, más que crear mundos, va reflejando sus coordenadas geográficas y culturales, e interpreta lo que está pasando. Hoy es uno de los pintores contemporáneos más consolidados del Ecuador.

 

 

 

 

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