








Por Alfonso Espinosa
Miro: unos rostros, unos bustos dibujados con trazo nervioso, sincopado. Tinta negra, parece lápiz en boceto, sobre fondo verde. Un verde gris. Encima, cruzadas, manchas de colores fuertes, brochazos gruesos, como al descuido, sobre estos trazos como de borrador. Los rostros de estos Voluntarios al poder, ese es título de la obra, son esperpénticos, las cuencas hundidas, las mandíbulas apretadas. Todos, los seis, gesticulan con un dedo índice admonitor.
Este conjunto de seis lienzos es una obra de Carlos Echeverría Kossak, que en la web prefiere ser carlosekossak.com o, incluso, CEK, como lo llamaremos por abreviar. CEK es ecuatoriano y es polaco, lo uno por su padre, lo otro por su madre. En Polonia, por cierto, el apellido Kossak es ilustrísimo en cuanto al arte y las letras; entre el siglo XIX y el XX se sucedieron cuatro generaciones de pintores, poetas, académicos… La especialidad de la familia fueron las escenas militares, un arte de sentido nacionalista y político, destinado a ser apreciado por ríos de público. Una obra memorable de esos Kossak lejanos es el panorama de la batalla de un lugar actualmente ubicado en Breslavia: el lienzo de 15 x 114 metros, una pieza de referencia de la cultura de masas del siglo XIX, fue obra de Wojciech Kossak, hijo del pintor Juliusz, gemelo del revolucionario Tadeusz, y padre del pintor Kossak.
Si la familia polaca se dedicó ante todo a las batallas, al joven CEK le motiva el escenario político del Ecuador, ese espacio bárbaro y excesivo donde todo es posible. En Forajidos, parte de la misma serie que los Voluntarios, tres de estos seres cadavéricos miran, indolentes, aburridos, a un cuarto personaje que yace… ¿muerto?, ¿herido?, ¿narcotizado por el opio de la revuelta, ebrio de poder? La serie se completa con Mi poder en la constitución: arriba, recortados, dos de los rostros de bocas dentadas y voraces ríen, abajo una perra protege a sus cachorros.
CEK pinta, no hace instalaciones, no hace videoarte, no se deprime ni se entusiasma por lo que pase en el Facebook. Pinta y dibuja: es un pintor con un sentido del trazo muy claro, muy fuerte. Hay una figura, descompuesta a veces, desfigurada, pero hay un territorio definido por el trazo —ese efecto de lápiz nervioso, pasado y repasado por el mismo sitio, ese recurso de hacer luz y sombra con líneas más cercanas o más separadas— que luego es habitado por el color, que irrumpe, que rompe, que crea atmósferas emotivas y establece la tensión dentro de cada obra.
Los tres cuadros de la serie Terror plantean otra de las características de la obra de CEK: son piezas narrativas, cada cuadro es un relato, se puede jugar con estas obras a buscarles un “guión”, a averiguar la película que están pasando. Sean esas cabezas (otra vez) sin pelo, esos cráneos con mirada, que miran de lejos a un perro rojo; sea el perro que en el otro cuadro muerde una mano (atrás una especie de diagrama pop de un corazón enorme); sea ese cuadro alucinado de un mico ordenando silencio a una masa de humanos que pelea sobre una viga (abajo la ciudad, una calle, un auto…).
Hay, en el juego con lo esperpéntico, quizás un eco de Luigi Stornaiolo: a ratos los seres que aparecen en los espacios que construye Kossak dentro de su obra parecen vecinos de los monstruosos seres nocturnos y desechos de Luigi. Las mismas bocas enormes, voraces, solo que en CEK los dientes no se muestran generosos en la risa del alucinado o en la carcajada ebria, son bocas abiertas para morder, para arrancar, para comer.
En La frontera, díptico de gran formato trabajado “a blanco y negro”, estos seres grotescos son retratados tres veces. En el lado izquierdo del cuadro hay, en primer plano, un bosque cercado por un muro redondo. Sentado al lado, inmenso, desproporcionado, uno de estos hombres, con el vientre hinchado (Stornaiolo), ríe mientras de las cuencas salen soportes para cámaras que lo miran todo. El lado derecho, la otra mitad, tiene al fondo una ciudad-panal, de edificios con ventanas hexagonales, y al frente está el hombre monstruoso, cargado de cabezas. En el pie del cuadro, como escondido en una grieta, un tercero los mira desde abajo, abierta la boca hambrienta, voraz, violenta.
Para la fotógrafa Wendy Ribadeneira, que expuso junto a Kossak y otros artistas en la muestra La escala permanece (ArteActual, Flacso, 2011), lo de este artista es excepcional. “Genial”, define la artista quiteña, quien siente que es una obra sólida y muy consistente la del ecuatoriano-polaco. Para Ribadeneira, es claro que el pintor Kossak tiene su poder en la idea, en una clara idea de lo que quiere contar, comunicar y decir con su obra. No es tanto que el mensaje sea evidente, sino que hay una fuerza en la ejecución, una seguridad muy potente en cómo dice las cosas, en cómo las pinta.
En esa exposición realizada en ArteActual, Kossak mostró algunas de sus piezas más “espaciales”, como Individualista y Limpia, ambas de 2010. En la primera, una figura humana diminuta, insignificante, proyecta una sombra que corta como un cuchillo el espacio inmenso que habita. Todo es rectilíneo, no hay nada orgánico. Una soledad de muerte. Limpia, en cambio, muestra un largo corredor con unas gradas, al fondo, que suben. A los lados, paredes azules… o vacío pintado de celeste. Vacío.
Hay una veta “pop”, de ilustrador, en la obra de CEK. Tiene series y obras que apelan a la lascivia y al destape violento de las sexualidades reprimidas, en las cuales sus personajes esperpénticos masturban penes enormes, desproporcionados. Hay cuadros con lenguas como ajíes, lanzadas hacia los demás provocadoramente. Tiene el pintor un gusto por el humor más chocante, por la perspectiva más mordaz. En la estirpe de Miguel Varea, también de Marcelo Aguirre.
Dos cuadros más en este repaso a vuelo de pájaro: uno se llama Parlamento, el otroTiburón. En el primero, uno de sus hombres desfigurados rueda patas arriba en unas gradas, otros tres festejan el accidente mientras les chorrea una pintura sobre la cara, que los deja ciegos. Todos enternados, flacos, elegantes. La alfombra es roja. Da asco. Miedo, en cambio, deja este hambreado hombre con tres filas de dientes. Rostro rojo, exagerando el rosado que se pone para semejar la piel en el dibujo escolar. Este personaje está como desollado, en carne viva. Mira hacia arriba, pero no afloja el maletín ni se quita la corbata amarilla.
Christian Parreño, curador de La escala prevalece, le cree mucho a CEK. La de este pintor, doctorado en Arte en la Polonia de su madre, es una obra que le resulta cierta, que reconoce como honesta. Tiene poder este arte que rompe desde una simplicidad solo aparente con la seguridad del espectador. Es un arte inquietante, que sorprende y exhibe, en medio de sus colores puros y duros, alegres en sí mismos, una sombra de locura, un desvarío sugerido. Como una foto de familia donde todos sonríen, pero algo no está bien. Cualquier parecido con el Ecuador es pura (y deliberada) coincidencia.
Periodista del subconsciente colectivo
A Echeverría-Kossak me lo describen reservado, reflexivo, amable. Me hago la imagen del típico turista europeo, calladito, atento, con un exceso de cortesía en el lenguaje… Él confiesa: “Siempre he tenido una cierta frustración ante al idioma por mi doble nacionalidad, y la pintura ha sido el lugar en el que he podido mezclar estas dos semánticas”.
Es hijo de dos lenguas, de dos tradiciones. “Desde el siglo XIX hasta mediados del XX, hubo tres generaciones de pintores importantes en la identidad nacional polaca con los que comparto algunos genes por el lado de mi madre”, nos explica. “Por el lado de mi padre comparto algunos otros con Rafael Troya”. Justo cuando parece dárselas de aristócrata, la ironía viene en su auxilio: “En general, mi árbol genealógico es tan torcido como el de cualquiera”.
Sin embargo, tener raíces en dos sitios tan separados facilita la construcción de un ciudadano del mundo. “En los últimos tres años conocí los Emiratos Árabes, China, Estados Unidos y la Unión Europea.
Trato de enfocar la problemática política de una manera global y no solo local”. Así, globalmente, se preocupa. “No pongo más fe en la política que la de ser un mal menor frente a la anarquía.
Pero si el encanto de la democracia es la fragmentación del poder en ‘podercitos’, me preocupa ver que la tendencia global está apuntando en la otra dirección”.
Echeverría-Kossak sabe que allí se abre una brecha para el artista. “Aquí es donde el arte aporta, o debería aportar, con una reflexión individual fuera de los lenguajes de poder, porque es de las pocas áreas que puede permitirse ser sincera. En este contexto, los artistas vendrían a ser los periodistas del subconsciente colectivo”.
La obra de arte es un instrumento social poderoso, con una potencia propia. “Lo maravilloso de un cuadro es su libre interpretación, que se pierde al traducirla al lenguaje escrito”. Es en el territorio de lo visual donde el arte compite desde hace décadas con la televisión y la publicidad. “Me parece fascinante el papel del subconsciente y la ideología en la percepción de la realidad a través los medios masivos, es como si la naturaleza humana tuviese alergia a la racionalidad”.
Ese ejercicio de “simular la realidad” debe ser cuestionado por el artista. “Los medios masivos homogeneizan la estética y generalizan una serie de íconos visuales. Si cambias su orden, puedes jugar con las interpretaciones, liberarlas de los estereotipos”.