Dudas y certezas de Manuela Ribadeneira.

Por Daniela Merino Traversari.

Fotografías: Christoph Hirtz y Ricardo Bohórquez.

Edición 453 – febrero 2020.

"El cambio está a la vuelta de la esquina", espejos con estructura de metal, 2019.
“El cambio está a la vuelta de la esquina”, espejos con estructura de metal, 2019.

“Me interesa encontrar lo poético en lo político, lo político en lo personal y lo personal en lo poético y en lo político”, dice Manuela Ribadeneira. Por ello, por medio de sus obras nos habla de territorio, identidad, violencia, política, filosofía, estructuras y cambios, tradición y misterio. Pocos artistas abarcan tantos contenidos en su trabajo, de manera prolífica y profunda, sobreviviendo a los desafíos del tiempo y el espacio.

Multifacética y observadora, la artista prefiere ir de un extremo al otro trabajando en formatos enormes o bastante pequeños, casi nunca medianos, utilizando el tamaño de sus creaciones para enfatizar el tema que está comentando. Con ella no hay puntos medios, pero hay una capa debajo de otra y un tejido intertextual que hacen de su trabajo una red donde se conectan varios temas de su propia biografía, de su trayectoria nómada, de los múltiples territorios a los que llama casa y un contexto político que ha sido parte de su vida familiar desde que era niña.

Hoy comparte con los quiteños una retrospectiva que recoge las piezas más prominentes de los últimos veinte años de su carrera. La exhibición, curada con elegancia y precisión por Rodolfo Kronfle, ocupa cuatro pabellones del Centro de Arte Contemporáneo (CAC) y estará expuesta hasta el 19 de abril. Se titula Objetos de duda y de certeza.

Las paradojas del territorio

Manuela es una mujer cosmopolita que no tiene miedo de decir que su ciudad es Quito, que su paisaje son los Andes, pero que se siente profundamente londinense. Vive en Londres casi veinte años, se fue quedando allá luego de estudiar su maestría en Artes Visuales en Goldsmiths College. Le preocupa la cotidianidad de su ciudad europea, como le preocupa lo que acontece en la capital ecuatoriana. Para ella, los conceptos de pertenencia e identidad van estrechamente ligados a la idea de ciudad y paisaje más que a la de país, que puede ser demasiado amplia e indefinible.

“Los verdaderos artistas contemporáneos son nómadas”, dice Manuela, citando al argentino David Lamelas. “Soy un poco como mis propias piezas. A veces estoy estancada en una bodega, pero otras veces tengo la suerte de viajar y de que cuando se abren las cajas mi propio ser encuentra su lugar, en dondequiera que esté”. Y entonces Londres es su home, esa palabra que da calor, que acoge y contiene, al igual que su casa de la avenida Coruña, en Quito. Espacios que la entienden y que ella entiende, que le permiten pensar, estar, relacionarse.

Entonces Quito viaja con ella, y Londres viaja con ella, tal como su obra Ciudad colapsable (2019), un extenso mapa de Quito, hecho de alubond (compuesto de aluminio), que fue creado específicamente para esta retrospectiva y cuelga majestuosamente del tumbado de uno de los pabellones y que puede, literalmente, colapsar y doblarse para entrar en una valija y llevárselo a otro país. La obra nos quita el aliento por su pulcritud y precisión. Para quienes somos de Quito, la reconocemos enseguida y la vemos con absoluta claridad al mirar al tumbado del CAC: ahí está, es la ciudad larga y estrecha, reducida a la belleza de su geometría elemental.

La obra más antigua de toda la exposición, Me la llevo puesta (2000), es quizá el origen de esta idea que tiene la artista de viajar con la ciudad. De un antiguo baúl de equipaje de sus abuelos sale una especie de colcha roja en forma de largos y gruesos tentáculos que, paradójicamente, podrían cobijar y al mismo tiempo devorar. La ciudad que llevamos dentro, cualquiera que esta sea, puede ser al mismo tiempo un peso y un refugio, pero principalmente podría ser “la ciudad-peluche”, como dice la artista. La obra también escenifica un río con sus múltiples vertientes, un paisaje de un rojo vibrante que repele pero que también nos transporta a memorias infantiles, donde muchas veces regresamos para encontrar protección.

El territorio en relación con la identidad, el paisaje en relación con la historia política y lo personal; el territorio psíquico, que se construye mediante piezas que remiten a una violencia histórica y también muy contemporánea, se asienta de forma directa o indirecta a lo largo de toda la exhibición. Es el nervio que conecta toda la retrospectiva, pero también un tema recurrente en la obra de Ribadeneira: su propia vida colapsa dentro de una multiplicidad de territorios, no solo físicos sino también psicológicos, espacios de la mente que se desarrollan alrededor de una memoria individual, pero también de una memoria colectiva.

Ciudad colapsable, instalación con alubond, 2019.
“Ciudad colapsable”, instalación con alubond, 2019.
"Me la llevo puesta", madera, tela y relleno sintético, 2000.
“Me la llevo puesta”, madera, tela y relleno sintético, 2000.
"Con un pie en un lado y con un pie en el otro y que cada quien decida qué lados son esos", cemento, 2019.
“Con un pie en un lado y con un pie en el otro y que cada quien decida qué lados son esos”, cemento, 2019.

Nos encontramos frente a Tiwinza mon amour (2005), la primera obra de la exhibición. La pieza representa a escala 1:1000 el kilómetro cuadrado que se le otorgó al Ecuador en 1998, como parte de los acuerdos de  paz luego del conflicto armado con el Perú. La selva diminuta vive sobre una plataforma con ruedas, aludiendo a la idea de un territorio maleable y fluctuante. La obra desata múltiples interpretaciones y muy probablemente la idea de esta se haya gestado en el seno familiar pues las conversaciones políticas eran normales en su casa, eran las conversaciones en la mesa del almuerzo.

Cuenta Manuela que por el lado de su madre estaba Antonio Quevedo, quien siempre estuvo involucrado en temas limítrofes. Como ministro de Relaciones Exteriores manejó el conflicto de Leticia y luego renunció a su cargo de embajador en Lima en 1941 por estar en desacuerdo con el presidente Arroyo del Río sobre el manejo de la inminente invasión peruana, que eventualmente llevó a la firma del protocolo de Río de Janeiro. Y también estaba su padre, quien fue uno de los negociadores de la paz con el Perú. El tema limítrofe siempre fue un tema muy cercano, lo político invadió la intimidad familiar y se transformó en algo personal.

La artista recuerda que dibujaba al Ecuador como un triángulo bastante pronunciado solo para descubrir, en un viaje a Colombia, que en la parte de atrás de los cuadernos, en el mapa de Sudamérica, el Ecuador era presentado de manera muy diferente. Existían dos países: el propio y el visto por los de afuera.

Este episodio se grabó como una huella en la mente de Manuela, manifestándose años después en esta pieza y en piezas similares como Territorio (el juego), un video de 2008 que muestra la dinámica de un juego de herencia colonial en la que los participantes se van “adueñando” de parcelas de tierra según la destreza y precisión con la que lanzan el cuchillo utilizado para conquistar esas tierras.

La psicología detrás de los límites territoriales es frágil y está en constante transformación. El concepto de territorio no es rígido, se trate de un territorio personal o colectivo, es flexible y sujeto a coyunturas de todo tipo. Manuela Ribadeneira expone esta idea de forma sutil y poética a lo largo de su trabajo, pero a la vez de manera penetrante, cuestionando nuestra perspectiva sobre el tema: ¿Qué es nuestro y por qué es nuestro?

Un papel, un cuento y un gran título

Manuela se fue del Ecuador a los diecisiete años para estudiar Literatura y Ciencias Políticas en la Universidad de Georgetown. En un verano quiso tomar el curso Boom latinoamericano y política, en Dartmouth, pero la universidad, por un error de registro, la inscribió en un curso de dibujo. Para no regresar a Washington aceptó tomar ese curso. Este fue el acontecimiento que cambió el rumbo de su vida.

El profesor de aquella clase rompió límites en su mente y potenció su sensibilidad. Manuela no se considera talentosa en el arte del dibujo, pero esa clase le enseñó a pensar en algo sencillo, pero de mucha profundidad: la superficie del papel y todo lo que esta pueda abarcar. Los alumnos debían conseguir “el papel más grande que pudieran imaginar” y sobre este debían dibujar su vida. Era un ejercicio que desafiaba la imaginación, una manera de romper estructuras de todo tipo y repensar la propia vida. La existencia y la presencia del papel cobraban un significado nuevo, era un universo con gran potencial, listo para ser explorado.

En Georgetown se graduó en Arte, sin ser una escuela de Arte, y más adelante fue a estudiar a París, para finalmente obtener su maestría en Londres. Todo por aquella clase de dibujo que tomó en un verano.

Sin embargo, su pasión por la literatura jamás se disolvió. Es una ávida lectora, sobre todo de cuentos. Hoy disfruta las historias cortas de Lucía Berlín, autora norteamericana, por recomendación de su gran amigo y escritor Javier Vásconez. Y se mantiene al tanto de la literatura ecuatoriana leyendo obras de diversos autores y coleccionando frases y textos que le llaman la atención.

Esta influencia literaria se filtra claramente en su trabajo visual. Varias piezas son puramente palabras. El texto se vuelve obra, como un tributo a su primer amor. En un pabellón del CAC encontramos la pieza Aquí se hace lo que digo yo (2008). Las palabras están hechas de piedra y unidas formando una sola frase sin espacios. La oración alude a un régimen tirano, a lo que se dice enérgica y tácitamente, ya sea en el territorio más íntimo de la familia o en el espacio más amplio de un gobierno y un país. Todos la hemos escuchado alguna vez en nuestras vidas.

Los títulos tan originales y provocadores de sus obras abarcan más de lo que vemos. En cierta forma completan la obra y abren nuevas preguntas con relación a esta. Son precisos y provocadores. Otras veces son poéticos y evocativos. También podrían ser títulos de cuentos. Llaves para abrir puertas que aún no existen (2016) es el título que explica un puñado de llaves que cuelgan de una pared. La partícula de Dios (2016), El cambio está a la vuelta de la esquina (2019), El mundo está patas arriba (2016), Borra y va de nuevo (2013), son algunos de los nombres más sugerentes dentro de la exhibición. Títulos que buscan ahondar en las profundidades de nuestra condición humana.

Un solo artículo no le hace justicia a la magnífica retrospectiva de Manuela Ribadeneira. Para empezar pocos/as son los/as artistas que tienen una trayectoria similar en nuestro país. Su trabajo se ha desplegado de manera contundente a través de los años y envuelve el concepto de “lo contemporáneo” en su totalidad. Los objetos que ha creado tienen una fuerza sobrecogedora que no solo apelan al intelecto, sino también a las fibras más profundas del ser humano, cuestionando la manera en cómo vivimos y cómo hacemos política.

"Being borne in a stable does not make you a horse", bronce y espejos ajustables, 2008.
“Being borne in a stable does not make you a horse”, bronce y espejos ajustables, 2008.
"Los incorruptibles", collages con recortes de periódicos, 2010.
“Los incorruptibles”, collages con recortes de periódicos, 2010.
"Los culpables" (detalle), dedos de bronce, instalación, 2018.
“Los culpables” (detalle), dedos de bronce, instalación, 2018.

 

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual