Dos mujeres

¿Por qué es tan frecuente en el arte la imagen de una mujer, generalmente una joven, que mira por una ventana?

La han pintado los artistas de todos los tiempos y en todos los estilos; no obstante, parecería que cada uno, aunque ha compuesto una variante del mismo tema, ha querido llenarlo de un significado diferente.

La primera imagen que trae esta página, por ejemplo, se debe a Joaquín Sorolla (1863-1923) y hay que admitir que, dentro de su copiosa producción, quizá “Clotilde en la ventana” no sea la obra más importante. Representa a la mujer del pintor vista de espaldas, desde el interior de la habitación, de modo que la pañoleta que lleva sobre sus hombros atrae inmediatamente la atención, lo mismo que la cola de su vestido. Solo después de un instante los ojos del espectador se dirigen a su rostro, visto en tres cuartos desde atrás. Ocultas a todas las miradas, las expresiones que podrían revelar el estado de ánimo de la mujer no pueden venir en nuestra ayuda; pero hay otros detalles que nos permiten, cuando menos, suponerlo… o inventarlo.

Nos encontramos en una cálida tarde valenciana. Lo sabemos porque en la casa de enfrente, la ventana tiene las celosías cerradas, sin duda como protección de los rigores del sol ardiente del verano. Clotilde, en cambio, tiene la ventana abierta, seguramente para recibir la brisa fresca de la tarde. El sol, felizmente, solo golpea a esa hora la casa de enfrente: por eso ella tiene abierta su ventana. El espacio que queda entre las dos ventanas (un espacio que no se ve, pero se puede adivinar) corresponde, naturalmente, a una angosta callecita que quizá lleva hasta el mar.

Clotilde en la ventana, Joaquín Sorolla, 1888.

Si nos fijamos bien, Clotilde acaba de recibir una carta. Es probable que la esperara ya con impaciencia, porque no ha vacilado en rasgar el sobre dejándolo caer sobre el piso. Pero después de leer, parecería que ha sentido un cuchillo helado que le ha traspasado el corazón: por eso ha quedado absorta, y con la carta todavía en la mano, se ha acercado a la ventana. ¿Buscaba aire, buscaba disiparse al posar sus ojos en los mínimos sucesos de esa callecita agosta y aquietada por el sol? Nadie podrá saberlo.

Lo único que sabemos es que sus ojos están mirando sin ver, porque se han vuelto hacia adentro, para mirarse a sí misma frente al hecho brutal cuya noticia le ha llegado en una carta. ¿Un amante la ha dejado? Improbable: si así fuera, su marido no la habría pintado tan amorosamente, preservando la invisible belleza de su rostro. ¿Un padre, una madre, un hermano que han muerto? Quizá, todo es posible.

La segunda imagen reproduce un cuadro de Wladyslaw Czachórski (1850-1911), pintor polaco casi desconocido entre nosotros. Vemos una muchacha sentada de lado junto a una mesa colocada al pie de un gran ventanal. A lo lejos se puede ver lo que pudiera ser un lago o el mar; la columna exterior que enmarca la ventana sugiere un palacio barroco y no una simple casa, porque sobre la columna se puede ver la parte inferior de una escultura.

Pero lo más importante es la muchacha. Es una muchacha que aún no ha llegado a los treinta y está rodeada de un rico ambiente que confirma la idea del barroco: nótese el cortinaje, la pintura decorativa en la pared, el tapete que cubre la mesa, el sillón adyacente, la alfombra. Lleva un elegante vestido según la moda vigente a finales del XIX y debe pertenecer a la nobleza polaca; ha estado leyendo el libro que todavía se ve abierto sobre la mesa, y parece estar transportada a otro mundo fuera de su mundo.

Pienso que aquel debe ser un libro de poemas, y mi suposición se refuerza por el hecho de que el libro no es de gran formato. ¿Será, quizá, El libro de horas de Rainer María Rilke? No es imposible. Ha leído, por ejemplo:
“Pobre como la fuerza de un embrión/ en la muchacha que quiere ocultarlo/ y aprieta sus caderas sofocando/ el primer alentar de su preñez”. Claro que Rilke era checo y escribía en alemán, pero nada impide que una noble polaca conozca la lengua de sus vecinos. Aún no ha llegado el momento del repudio total a lo germano; y es bien sabido que el don de lenguas acompaña a los pueblos eslavos desde hace mil años, cuando menos.

Pensativa, Wladyslaw Czachórski, 1883.

Cualesquiera que sean el libro y el idioma en que ha leído la muchacha, lo cierto es que ha quedado fascinada. Si mira a través de la ventana no es porque quiera ver el mundo que se extiende a su alrededor: en realidad, está mirando un punto perdido en el aire: aquel donde sus propios anhelos estallan al conjuro de un poema. Si en el cuadro de Sorolla veíamos una Clotilde abrumada por el dolor o la sorpresa, la muchacha de Czachórski solo está soñando. Quizá sueña en su propia preñez, todavía imaginada; quizá, más cauta, se limita a imaginar el amor que aún no ha llegado a golpear las grandes puertas del palacio que construyeron sus mayores, donde vive encerrada. Quizá… todo es posible.

¿Por qué es tan frecuente en el arte la imagen de una mujer, generalmente una joven, que mira a través de una ventana? ¿Por qué podemos encontrar ese motivo desde los holandeses del siglo XVII hasta Dalí? Pienso que detrás de ese motivo hay un hecho cierto y una intuición. El hecho: durante muchos siglos se pensó que la casa es el lugar “natural” de la mujer; la intuición: puesto que los artistas siempre avanzan tres pasos más delante de los demás mortales, ellos supieron ya desde hace mucho que un día la mujer instalaría su lugar más allá de la ventana.

Canal Mega Arte.
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