Hay voces que dejan marcas indelebles. Hay voces que llenan toda una época del mundo, de nuestra vida. Hay voces que son pasado y son futuro. Donna Summer fue dueña de una de esas voces, ahora evocada por uno de sus fieles
Por Juan Carlos Moya
Quito, 1979. La afamada y muy destellante Discoteca 2001 se levanta en la esquina de la 6 de Diciembre y Gaspar de Villarroel. Impetuosas mujeres, con vestidos salpicados de lentejuelas y medias nailon color topacio, cruzan la noche para bailar las canciones de Donna Summer.
Es fiebre de sábado por la noche en la ciudad.
Desde el borde de la acera, ellas escuchan en su mente los gritos de las parejas en éxtasis y las sirenas de la fiesta aullando en la penumbra.
Para ingresar en la Discoteca 2001 hay que recorrer un túnel largo e iluminado, que remata en un amplio espejo donde puedes retocar tu peinado afro o abrirte un poco más la camisa, para que ellas descubran esa esclava de oro brillando sobre tu pecho.
Tras girar a un costado, llegas a una pista gigante de baile, pista iluminada de colores que cambian con el compás de la música. Es 1979 y no hay cámaras de humo, apenas un flaco dispone tanques de hielos seco con agua caliente para que el humo se levante como un fatigado fantasma, generando la atmósfera propicia para la seducción, el affaire y las piernas en danzas frenéticas.
Una mujer, de plataformas de corcho y lacia como una diosa del Olimpo, levanta la vista y señala con el índice hacia un platillo volador que parece colgar del techo. Allí adentro vuela Geovanny Rosero, el DJ de la Discoteca 2001, galán de 17 años, máster del compás y del ritmo, dedos ágiles para los botones y los tornamesas donde giran y giran los acetatos. Esta noche lleva un pantalón negro ajustado a los muslos, bastas acampanadas, botines puntones, camisa de seda con cuello de pala ancha y una sonrisa que dice “soy el rey del ‘disco hustle’”, el baile de moda.
Entonces, la pista se vuelve negra. Y las sombras se deshacen con rápidos cortes de luz estroboscópica. La jauría de infieles chilla como si el Apocalipsis hubiera llegado.
“Ladies, ahora… ¡Dona Summer!”, exclama Geovanny Rosero a través del micro.
La gigante bola de espejos reproduce luces rojas.
Suena I feel love (1977, Casablanca Records). Los primeros compases electrónicos del sintetizador desatan la euforia en la discoteca. Niebla multicolor y flashes de luces platino hacen de la Discoteca 2001 un espacio futurista.
Los cuerpos voraces y jóvenes se abrazan, se separan, se comen a besos bajo la bola espejeante. Las mujeres mueven los brazos como serpientes. Todos quieren imitar los pasos de baile de Donna. Ella exclama: “Ooh it’s so good, it’s so good… it’s so good (¡Ooh, esto es tan bueno, es tan bueno, es demasiado bueno!)”.
A continuación en la discoteca suena Hot Stuff (1979, CR). Los platillos dobles de la batería se abren y cierran incitantes, el bombo es un corazón ardiente, y luego el teclado con estirpe árabe invita a mover las caderas hasta que te derritas como chocolate al fuego.
Summer canta: “Sittin’ here eatin’ my heart out waitin’… waitin’ for some lover to call (Aquí sentada comiéndome el corazón… Esperando que un amante llame)”. Sus canciones se destacan por su esencia amatoria, ese barniz erótico que excita la mente y los cuerpos quieren desbordarse en el frenesí del baile.
“I need some hot stuff baby tonight… (Necesito algo de ingrediente caliente esta noche, nene)”.
Quito, encerrada entre Andes y conventos, reza las letras de Eros.
Tánatos
Donna Summer nació en Boston, Massachusetts, Estados Unidos, el 31 de diciembre de 1948, cuyo nombre verdadero era LaDonna Adrian Gaines. Su carrera empezó públicamente en 1968, aunque desde niña su alma ya le pedía expresarse con el canto, por ello formó parte del coro de la iglesia.
El góspel más que el rock and roll aderezaron su voz. Siempre se sintió proclive a los clásicos del blues y del jazz. Billie Holiday la ponía nostálgica y Janis Joplin, rebelde.
Abandonó Boston por Nueva York, y de allí mudó sus huesos a Europa con su voz de mezzosoprano, esperando la generosidad, la lucidez o la dádiva de algún productor que la descubriera. Entretanto hacía de corista de Three Dog Night.
Sally Go ‘Round the Roses, su primer sencillo, no levantó polvo. Hasta ese momento todavía firmaba como Donna Gaines. Y entonces debió llegar la ruptura a su vida y la polémica. Fueron dos: cambió su apellido a Summer y decidió recrear orgasmos continuos, múltiples, en una canción y lo que es más, ante las cámaras de televisión, con un vestido rojo.
La canción fue un hit, explotó en las listas de popularidad, literalmente, como un orgasmo. Era el nacimiento de Love to love you baby (estrenada originalmente en Europa). Solo hizo falta que la copia del sencillo caiga en manos de Neil Bogart de Casablanca Records, en Estados Unidos, para que se iniciara el derrotero del éxito.
Si Georgio Moroder y Pete Bellote no hubieran aparecido en la vida de Dona, posiblemente ella se habría perdido de trabajar junto a dos monstruos de la producción musical. Moroder hizo a Summer una estrella y estuvo atento para encontrar las melodías apropiadas para la imagen erótica de la Reina del Disco.
Ganadora del Óscar por la canción Last dance, incluida en la película Thank God it’s Friday, en 1978; ganadora en cinco ocasiones del Grammy y alma benefactora de los niños, Donna tuvo poco a poco que ir difuminando su imagen erótica que en un principio la impulsó a la fama. Sus éxitos son imborrables: Spring Affaire (1976), On the radio (1979), She Works Hard for the Money (1983), Romeo (1983), entre muchos otros. Su discografía se calcula en 22 trabajos.
Se dice que su carácter era introvertido, hasta un poco tímido. Donna superó las tentativas del suicidio gracias a sus convicciones cristianas, que la llevaron a distanciarse de los ojos mundanos.
Donna Summer falleció en Key West, Florida, Estados Unidos, el pasado 17 de mayo de 2012, a causa de un cáncer de pulmón, a los 63 años.
Donna, muñeca vestida de rojo y vibraciones eróticas, hoy estás tan lejos de la pista de baile, pero tu voz destella como una bola de espejos. Summer, el verano te echa de menos.