Dogville o los inocentes criminales.

Por Gonzalo Maldonado Albán.

Edición 454 – marzo 2020.

La película transmite una angustiante sensación de claustrofobia. Aquella sensación se consigue porque todo el filme está rodado en un pequeño estudio con piso de madera, donde una señalética mínima —similar a la que Bertolt Brecht usa en sus obras de teatro— indica lo que el espectador debería imaginar que existe: desde unos arbustos de grosella hasta un perro llamado Moisés. En ese espacio mínimo, desprovisto de casi todo —incluso de puertas, ventanas y paredes—, los protagonistas de esta historia viven muy cerca uno del otro, casi amontonados, pero ensimismados en sus propias tragedias personales.

Este pueblo miserable, ubicado en las montañas de Colorado durante los años de la Gran Depresión, se llama Dogville (Villa Perro) y tiene apenas quince habitantes. Llevan una vida desangelada —se dedican a pulir vasos o a cultivar manzanas—, salvo uno, Tom Edison Jr., el diletante del pueblo que decide convertirse en el regidor moral de sus vecinos, sin que nadie se lo haya pedido.

Tom desea poner a prueba los valores humanos —no hay una sola mención a Dios ni a la religión en toda la película— de sus vecinos y lo consigue: una noche, tras escuchar unos disparos en la cercanía, alcanza a ver a Grace, una mujer bellísima que huye de quien se adivina es un encumbrado mafioso.

Tom la acoge y aboga porque el resto del pueblo también lo haga. De esta forma arranca un experimento social en Dogville que, al principio, parece ser un encomio de la ética protestante norteamericana, pero que termina convirtiéndose en un fiasco moral porque Grace, la víctima que huía para proteger su vida, termina convirtiéndose en esclava, incluso sexual, de los habitantes de aquel pueblo inmundo.

El lenguaje edulcorado de los personajes y del narrador refuerzan la maldad de aquella situación y subrayan el cinismo de sus habitantes. Todos ellos parecen no estar al tanto de la gravedad de sus acciones, sino solo contentos con satisfacer sus necesidades más básicas. Es, a mi modo de ver, una inocencia malvada, parecida a la que Hannah Arendt describe en su Informe sobre la banalidad del mal, cuando habla de los criminales nazis que se exculpan con argumentos administrativos.

¿Merecen perdón los inocentes criminales de Dogville? Grace decide que no, por una razón filosófica: si los perdonara, razona, sería arrogante de su parte pues estaría justificando los crímenes de esas personas con el pretexto de que son seres inferiores, como los perros o cualquier otro animal.

Y ser arrogante es lo peor que una persona puede ser, concluye la protagonista. Armada de claridad moral, ella misma conduce y ejecuta su castigo, convencida de que el mundo será mejor si Dogville desaparece. Es, a mi modo de ver, un final plausible y edificante para tanta infamia.

DEL MAESTRO DANÉS VON TRIER

El célebre y controvertido Lars von Trier dirigió también Melancolía, Rompiendo las olas, El anticristo y Ninfomanía. • Con Dogville ganó el Premio Bodil a la mejor película danesa. • Protagonizada por Nicole Kidman y Paul Bettany. “Una historia de intolerancia y venganzas, cruel y brillante”.

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