El documental Guañuna, dirigido por David Lasso, cuenta el caso de abuso policial contra un estudiante de diecisiete años del colegio Central Técnico en 2007. Su director dice que su interés en contar esta historia, además de honrar la memoria de Paúl Guañuna, también es reflexionar sobre la comunidad a la que pertenecemos.
Óscar Molina Vargas
Hubo dos razones primarias que motivaron al cineasta quiteño, David Lasso, a contar el caso de Paúl Guañuna en un documental. La primera fue el uniforme gris del colegio Central Técnico de Quito, que él mismo vistió durante la secundaria. Lasso lo reconoció en las noticias y en la calle, durante las marchas de estudiantes que reclamaban por la muerte de su compañero de diecisiete años, quien vivía con su familia en la parroquia Zámbiza, al noroeste de la ciudad.
“¿Qué pasó con los chamos de mi colegio?”, se preguntó entonces Lasso. Pasó que el sábado 6 de enero de 2007 Paúl pidió permiso a sus padres para salir con sus amigos a un concierto de hiphop. Pasó que cuando Paúl y otros dos amigos iban caminando de regreso a sus casas, después de haber tomado unas cervezas y haber comprado un mote para compartir, se detuvieron en una pared y escribieron la palabra mapas, diminutivo de mapahuiras (mote sucio en kichwa). Pasó que alguien, al verlos desde una ventana, pensó que estaban grafiteando y llamó a la policía. Y lo que pasó un día después, el domingo 7 de enero, fue que el cuerpo de Paúl Guañuna fue hallado en una quebrada, bajo el puente de Zámbiza.
Quien lo encontró fue Leonardo, su padre, que trabajaba como taxista. Cuando Lasso vio a Leonardo hablando por televisión halló en su mirada una segunda razón para contar su historia. Era una advertencia: la posibilidad de que todo ese dolor insostenible lo invadiera también a él. “Cuando empecé a filmar, mi hijo tenía cinco años. Entonces yo, que también vengo de sectores populares como Paúl, empecé a pensar en que lo mismo que le pasó a él le podía pasar a mi hijo o a cualquiera de sus amigos. Y entonces se juntó mi militancia ideológica de izquierda con una solidaridad afectiva con la familia de Paúl”, cuenta Lasso, quien creció en el barrio Santa Anita, en el sur de Quito.
Terminar el documental, de una hora y quince minutos de duración, le tomó trece años y diez versiones. En ese lapso tuvo crisis, dudas, conflictos internos. Pero en esa espera también surgió un tercer motivo para filmar que, según él, estaba en su inconsciente: la muerte. Guañuna en kichwa significa “de morir es”. Guañuna también era el segundo apellido de su abuela materna. La madre de Lasso murió cuando él tenía once años: justo cuando entró a primer curso del colegio Central Técnico.
Las identidades colectivas

El documental Guañuna empieza con una frase del libro de Génesis: “Y Jehová dijo a Caín: ¿dónde está Abel, tu hermano? Y él respondió: no sé, ¿soy yo acaso guarda de mi hermano?”. Quien se supone que cuida —que guarda— a los ciudadanos es la policía. Pero en el caso de Paúl Guañuna fueron precisamente tres policías los responsables de su muerte.
El 6 de enero de 2007, cuando él y sus amigos (Cristian de catorce años y Pedro de diecinueve) fueron abordados por la policía, Paúl y Pedro salieron corriendo. Un policía puso a Cristian contra la pared y le quitó el celular y la billetera. Luego lo subió al patrullero. Cristian intentó decirle que no estaban haciendo nada, pero el policía le dio un puñete en la cara. Después le preguntó quién era el jefe de la banda. El policía creyó que eran delincuentes.
Cuando Cristian respondió que no había ninguna banda, el policía le echó gas en la cara. Más adelante encontraron a Paúl, lo pusieron contra la pared y lo subieron al patrullero. Cristian, con los ojos ardiéndole por el gas, no podía ver qué le hacían a Paúl. Solo sentía que el patrullero iba a gran velocidad. Uno de los tres policías, en un momento, abrió la puerta del auto y empujó a Cristian. A Paúl se lo llevaron por un camino oscuro y despoblado. La causa de su muerte, como se comprobó después, fue una fractura de seis centímetros en el cráneo.
Los policías apelaron a la sentencia, el tribunal la modificó y cambió la gravedad del crimen: de asesinato a homicidio. La pena también fue reducida de veinte a nueve años de prisión. La versión de los policías fue considerada por encima de la de Cristian, el amigo de Paúl que iba con él en el patrullero. Tras dos años y medio de prisión, los policías pidieron el derecho a prelibertad al que podían acceder con la nueva sentencia, y fueron liberados.
Durante un conversatorio luego de la proyección de la película, el 6 de enero de 2023 (aniversario de la muerte de Paúl), en la Cinemateca de la Casa de las Culturas, en Quito, una chica tomó el micrófono y dijo que lo único que quería era salir a quemar un patrullero. Muchos, en la sala, la aplaudieron. Lasso, sin embargo, se sorprendió. Ese, dijo, no era el objetivo de su película.
“A mí me interesaba plantear una película sobre la comunidad, sobre las identidades colectivas. Me interesaba explorar esta idea de la gran familia, de que todos creemos que estamos separados, pero somos parte de una gran humanidad. Yo me podía haber quedado en la división de buenos y malos, de víctimas y victimarios, pero no quería crear una dicotomía. Esto, por supuesto, no le quita responsabilidad a la policía de lo que pasó”, asegura Lasso una noche de marzo.
Mientras avanzaba en la película, Lasso tuvo crisis, varias, y serias. Incluso dudó en poner las fotos de los policías y dar sus nombres y apellidos. No quería, dice, provocar más conflicto. Sin embargo, Lasso entiende que, en el contexto actual, con casos de violencia policial como el feminicidio de la abogada María Belén Bernal, los espectadores sientan rechazo frente a la corrupción policial y judicial.
Pero a él, de todas formas, le interesaba plantear una nueva pregunta. Una que aparece cerca del final de la película: “¿Qué hacemos con el policía que cada uno llevamos dentro?”

El trabajo con el enemigo interno
Cuando le pido su respuesta a esa pregunta, Lasso me dice: “Era un peso demasiado fuerte hacer conjeturas dentro de la película, decir esto se debe hacer o esto debe pasar. Por eso la planteo como pregunta”. Entender que, justamente, lo que tenía era más preguntas que respuestas le tomó trece años. Lasso, quien estudió Comunicación Social en la Universidad Central del Ecuador, empezó a trabajar en el documental cuando tenía veintiocho años, lo pausó durante casi todos sus treinta y lo terminó a los 41. “Estaba cansado”, reconoce, pero quería terminarlo para honrar su compromiso con la familia Guañuna.
La falta de tiempo también fue otro factor en contra. Lasso había entrado a dar clases de narrativa audiovisual en la Universidad Politécnica Salesiana de Quito y no le quedaban horas para hacer las dos cosas a la vez: enseñar y terminar la película. Pero lo que en realidad le faltaba, dice ahora a sus 44 años, era “la madurez” para encontrar el tono del documental.
En 2015 Lasso conoció el budismo y empezó a meditar y a hacer retiros espirituales. La guianza que encontró, afirma, le dio paz mental. Y esa calma fue clave para editar la película, “porque me permitió editar sin odio, sin ira, sin intención de hacer daño a nadie, sino de crear un documental que apostara por la vida y la memoria”. La vida de los que aún estamos y la memoria de Paúl Alejandro Guañuna Sanguña, “el doctorcito centralino, jovial, deportista y alegre”, según la descripción de su padre en la película.
Don Leonardo, como lo llama Lasso, ha estado presente en cada función del documental, incluidas las seis que se han hecho en colegios. Lasso dice que los adultos, después de verlo, salen preocupados, con miedo de que les pase algo similar a sus hijos. Los jóvenes, en cambio, se sienten entusiastas, empoderados. Le pregunto al director si Guañuna ha reactivado, de alguna manera, el caso. “Sí”, responde, “aunque yo creo que, más que entrar en lo legal, el cine entra en el lado de la historia, de contar y no olvidar las cosas que no deben ser olvidadas”.
Y añade: “Pero mi intención con la película sigue siendo que haya consecuencias en la formación de los policías, porque, si no, esto no tiene sentido; sería una venganza discursiva, una venganza a través del cine y a mí no me interesa eso. Quisiera que haya, por ejemplo, una cátedra Paúl Guañuna dentro de la formación policial, para que sepan cómo proceder mejor con los adolescentes y los jóvenes”.
Hacia el final de Guañuna, con la misma voz ecuánime con que responde a mis preguntas, Lasso señala sobre las imágenes: “Para la cosmovisión andina, un niño es el hijo de toda la comunidad”. ¿Cómo hacemos entonces, como comunidad, para lidiar con el policía que llevamos dentro? “Creo que hay que hacer un trabajo muy introspectivo de verse, de dejar de enjuiciar al otro, de cuestionar o de criticar al otro, y de trabajar en el enemigo interno que tenemos en el inconsciente. Si todos hiciéramos eso, estaríamos mucho mejor como sociedad”.
Te podría interesar:
- ‘La muerte de Stalin’ y las ridiculeces del poder
- Tár: Cate Blanchett en su mejor nivel (04/01/2023)”>Tár: Cate Blanchett en su mejor nivel
- ‘Por Magda’, cortometraje ecuatoriano sobre el aborto fue premiado en Málaga
- ‘Moonage Daydream’, el efecto Bowie
- Estos son los estrenos que no puede dejar pasar