Diecisiete años son muchos

Por Verónica Garcés ///

 ELIO-5

La droga conocida como H es heroína combinada con anfetaminas, base de cocaína o crack, adulterada con rellenos de la misma textura como tiza o talco. Francisco tiene diecisiete años y vive en Puertas del Sol, una urbanización de Guayaquil arrinconada al inicio de la vía a la Costa. Francisco consume H desde hace dos años. Este testimonio es el producto de una serie de entrevistas realizadas a mediados de 2015.

H

Me hace sentir valiente.

Es amarga, medio cafecita y me la meto por la nariz.

Cuando estoy activado hago las cosas más rápido. Los días que más consumo me activo unas doce veces, cuatro o seis pases cada vez. Al día siguiente comienza la mona: escalofríos, dolores en los huesos. Te dura dos días o hasta una semana. Sientes que te vas a morir.

La H no es como la mariguana, es tan adictiva que la consigues de cualquier forma. Tengo amigos de mi edad que roban o recogen botellas. Los manes han vendido sus zapatos, su ropa. Viven en la calle, bajo el puente de la Gómez Rendón. Están chancrosos. Me da vergüenza andar con ellos. Pero lo peor son las chicas que se entregan por droga, es lo más humillante. Los amigos que se acuestan con maricones, repugnante. O los chiquitos de doce años que hacen billete robando o vendiendo agua. Yo no he tocado fondo por ese lado. La mayoría de veces quedo con mis amigos en Facebook y me la regalan para acolitarme. Cuando no tengo, no consumo.

Los pases quitan el hambre porque dan náuseas, pero yo me trago la comida a la fuerza, por eso no estoy flaco. Me cuido. A un amigo, Raúl, se le hizo un hueco en el paladar y con el tiempo murió de cáncer. Consumía un gramo diario. También se metía drogas entreveradas: plopló, cocaína, todo. Tenía diecisiete años y vivía en la 29 y Portete. La mamá trabajaba todo el día preparando bolones. Ella sabía, por eso, no lo dejaba salir, pero alrededor de su casa venden H y es fácil de conseguir. Raúl estudiaba en la tarde y pasaba la mañana solo. Yo lo iba a ver cuando me fugaba del colegio. Consumíamos y después yo me iba a los marroneos, donde bailan perreo. O salía a caminar por las calles con mis amigos, molestando, empujándonos. Me sentía feliz. Yo fui al velorio de Raúl con unos amigos, pero la mamá nos sacó. Dijo que todo era por la maldita H.

Sí me da miedo. Te vas jodiendo poco a poco. La cara se te comienza a pelar. Te daña los nervios. Te daña las fosas nasales. Te jode las neuronas. Te sudan las manos y ese sudor apesta horrible, como tóxico. Las pupilas se te ponen medio amarillas. Te puedes quedar ciego. Antes lo hacía todos los días, pero ahorita voy dos semanas sin consumir. Estoy más tranquilo. Ya no me siento bravo ni deprimido. Estoy haciendo como si fuera una pelada a la que tengo que olvidar. Mis padres me tienen encerrado. Cuando consumo se cabrean. Antes se preocupaban, mi mamá lloraba y todo… ahora solo me miran mal. He pensado pedirles que me encierren en un lugar para adictos, pero mi papá está mal en el trabajo. No hay ni para la comida, cómo les voy a estar pidiendo…

Empecé con las drogas a los quince, cuando conocí al Chancho, un man que vende mariguana y H en el Suburbio. Él me daba hierba para vender en el colegio. No era tan peligroso, la policía fue unas tres veces, pero nos íbamos corriendo al baño o al monte para esconder las cosas. Nunca encontraron nada. En el colegio sabían pero se hacían los locos. Las mafias tampoco me parecían peligrosas, eran conocidos y nunca me amenazaron: no tenían armas, recién estaban empezando.

A los adictos el Chancho les pagaba con mariguana. Cada funda vale un dólar y viene con un lillo. Si vendías tres fundas, te pagaban con una. También había creepy, la que no apesta, pero es más cara: vale $ 2,50 y viene la mitad. A mí la hierba no me hace casi nada, prefería el dinero. Yo vendía cinco o seis fundas al día. La verdad, se consumía poco. Lo que más se vendía era perica, pero yo no vendía eso porque el Chancho no tenía. Luego un compañero me ofreció H. La primera vez que la probé no me hizo nada. La segunda tampoco. A la tercera me quedé ultrasicoseado. Me encantó.

El gramo cuesta $ 2,50 y tiene doce pases.

En la Portete reparten cápsulas, son como piedras que se liman.

Eso cuesta $ 120, hay que comprar entre varios.

Durante un tiempo vendí H en mi colegio. No es que el man me daba para repartir. Le compraba tres fundas para mí, las aumentaba con tiza y eso les vendía a mis amigos. Fue una jodedera, me divertí. Cuando mi mamá se enteró me sacó de ahí. Ese año pasé por tres colegios, pero de todos me sacaban por lo mismo. La H está regada por todos lados. Las mafias se las dan a los alumnos para que ellos repartan, así consiguen clientes. Los vendedores y los consumidores tienen de doce años para arriba. Ya mismo hasta mis hermanos empiezan a consumir. Gabriel tiene diez años, Christian tiene doce. A los dos les han brindado. Eso me da miedo.

De ahí me rehabilité seis meses. Solito me encerré en mi casa y le dije a mi mamá que, por más que le rogara, no me dejara salir. Fue horrible. Pensé que la mona me iba a matar. Después entré a otro colegio y a los pocos días un compañero me ofreció. Le dije que no, pero me insistió y ya pues… volví a caer. Ahorita no estoy estudiando. Ya voy perdiendo tres años.

Visaje

A los quince, antes de empezar a consumir, me metí en una pandilla. Josué, mi hermano mayor, se metió antes. Él no quería que entre. Lo hice porque pensé que si tenía problemas con alguien ellos me iban a apoyar. No tenía enemigos, pero igual si andas tranquilo a veces te buscan pito por las huevas. Las pandillas grandes de los colegios andan con revólveres, peleando por droga. Y nunca te cae uno solo. Te caen de a diez, de a veinte. Yo había escuchado que al primero del capítulo de mi hermano unos manes le habían roto la nariz con una piedra, en las Siete Canchas, Vía a la Costa. Fue un negro. El capítulo de mi hermano le fue a meter bala y pensé: ¡chucha, sí son hasta las huevas!

Nos reuníamos los domingos para hablar de los problemas: que si alguien viene a querernos hacer visaje, nosotros también vamos a pararnos; que si un hermanito está enfermo o sin trabajo, se lo apoya; que hay que recolectar fondos para comprar armas. El año en que estuve metido en el capítulo compraron dos .38. No me acuerdo si las usaron. Ahí tienes que defender a la pandilla con tu vida. Si faltas a una reunión, te meten bregue, te ponen en cuatro y te pegan con un palo. O te dan impacto, te hacen alzar los brazos y te pegan en las costillas. Eso me hicieron un día que acusé de traidor a un hermanito. Yo había visto que paraba con otra pandilla pero no tenía pruebas y no me creyeron. Si la falta es grave, te dan rumba y te cae a golpes todo el capítulo.

Mi primer pito fue con unos manes de la 35 y Argentina que eran de una pandilla enemiga. Tenían mi misma edad, dieciséis años. Me cogieron en la 38 cuando esperaba el bus. Eran seis, dos estaban en mi colegio. Yo andaba con una pulsera azul, rojo y blanco que me había hecho como adorno. Pero los manes pensaron que estaba haciendo visaje de mi pandilla y me patearon. Me sacaron la puta. Un amigo se intentó meter pero le pegaron un patazo en la cara. Al otro día cogí a uno en el baño del colegio. Me enrosqué una cadena en la mano y le di en la cara. Tenía amigos que no estaban en pandillas pero que son a fuego, si hay pito, se meten. Me saqué la pica.

En el barrio también había pitos. La familia que vivía frente a mi casa era del Guasmo y quería montar la suya en nuestra calle. Tomaban todos los días, hacían fiesta, miraban mal al que pasara por ahí, insultaban. Me fui de puñetes con un gordo que me sacó la puta. Algunas personas no entienden que uno se vaya de puñetes porque te quedan mirando mal, pero uno que ha estado en la calle sabe que una mirada es un visaje. Si te ponen la boca chueca o te tuercen los ojos, puede ser una amenaza de golpe. O de muerte.

Cuando tenía un pito, los que me defendían eran mis amigos. Nunca pedí ayuda al capítulo. Tampoco creo que me hubieran ayudado. Cuando le dieron dos disparos en el cuello a un hermanito que se llama Alegría no hicieron nada. Alegría era bien visajoso, alzado, siempre se queda viendo mal a la gente en las discotecas. Sobrevivió no sé cómo. Me salí del capítulo porque ya no me interesa, he visto cosas peores y no le tengo miedo a nada. Los pandilleros consumen drogas y pasan peleando por cualquier cosa. La mafia es más seria. Algunos tienen armas, pero la mayoría no. Mis amigos que andan en mafia, vendiendo droga en los colegios, esos sí tienen armas y dan la cara por ti. En la Portete hay mafia y pandillas desde la 30 hasta la 38. Cualquier pelado que vive ahí sabe eso.

Pienso que en algún momento los achacados que tengo pueden recordar lo que les he hecho y responder. Estoy alerta donde quiera que voy. Sobre todo cuando voy a coger carro o a hacer trámites con mi mamá en la Portete. Tengo miedo de que me hagan algo al frente de mi familia. O de que les hagan algo a ellos. Pero no le he dicho nada a mi mamá. No quiero preocuparla.

No siento nada

La gente dice que se mete H porque tiene problemas en la casa. Eso es meter pretexto. Yo nunca me meto droga por despechado. Solo me gusta irme a otro lado. Despejar mi mente.

Una vez, cuando mi mamá estaba embarazada de Christian, mi papá llegó borracho a la casa y le pegó con una caña. Josué y yo éramos chiquitos y nos escondimos en el otro cuarto. Cuando yo tenía doce años, mi papá se fue con una vecina. Venía a la casa cada quince días o cada mes, pero no nos dejaba dinero. Como por cuatro años casi nunca teníamos qué comer. Mi mamá se sacaba la puta trabajando como empleada y nosotros nos quedábamos solitos en la casa con mis hermanos pequeños. Josué no le perdona eso a mi papá, siempre se lo saca en cara. Ahora viene todos los días y nos da dinero. Y ya no le pega a mi mamá, creo que porque nosotros ya estamos grandes y la podemos defender.

Se gritan todo el tiempo.

En Navidad y en Año nuevo.

Se gritan y se insultan.

Mi mamá llora.

No entiendo por qué la gente llora cuando la tratan mal. Yo no siento nada. Un día él me estaba gritando y me empecé a reír. Se puso peor. Más bravo. La verdad no nos pegan tanto y tampoco hasta masacrarnos: nos pegan como se le debe pegar a un hijo. Mi papá me da con látigo, pero una vez cogió un palo. Mi mamá me da con látigo y zapatilla, también me cachetea. Pero yo no siento nada.

No me gusta que me abracen ni me besen, me siento medio gay. Josué sí es engreído. Se acuesta en las piernas de mi mamá y la empieza a besar como si fuera un chiquito. Eso no me gusta. Me gusta agarrar a mi pelada, pero que no me esté sobando demasiado tampoco. Antes me enamoraba, pero el vicio cambió mi personalidad, como que me endureció y comencé a ver a las chicas como un objeto sexual. No me gusta la música romántica. Me gusta el rap, el reguetón y el perreo. Yo de un te quiero no paso.

Tengo mucha fe. Rezo casi todas las noches. Leo la Biblia. Le ofrezco sacrificios a Dios para que me ayude a salir de esto. Y le pido por mi familia.

Mi abuela vive en Italia, dice que me quiere llevar para allá. Yo sí quiero ir porque aquí no me veo futuro. Tengo miedo de recaer. Mi papá trabaja operando máquinas en Salitre y me quiere llevar a trabajar con él. Para eso necesito el bachillerato, pero él no me quiere dar el estudio porque dice que soy vago. Mi mami, ella sí, yo sé que, así sea quitándole plata a la comida, me va a apoyar para que estudie.

Me gusta escuchar Los Aldeanos y escribir sus letras porque cantan sobre la calle y la sociedad. Hay una frase de ellos que dice: “la falta de amor propio es lo que más afecta”. Es visaje eso…

¿Casarme? Eso sí no sé. Fuera bacán tener hijos, pero creo que ellos harían lo mismo que yo. Tampoco quiero tener un hijo cojudo.

 

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LA VERSIÓN OFICIAL

El Ministerio de Salud rechaza que haya una “epidemia” de consumo de H entre los adolescentes en Guayaquil, debido a que no se han hecho los estudios que provean las cifras necesarias para sustentar técnicamente el uso del término. Sin embargo, en febrero de este año, el Gobierno tomó medidas. El ministro de Educación, Augusto Espinosa, dijo que se instalarían cámaras de seguridad en 735 planteles educativos a nivel nacional, 148 de ellos (20%) en Guayaquil, incluidos el Vicente Rocafuerte y el Aguirre Abad para controlar el expendio. Además, se anunció la implementación de departamentos de consejería estudiantil en 914 colegios en todo el país. Y se contrató al pianista Raúl Di Blasio para que diera 60 charlas a estudiantes en situación de riesgo en la provincia del Guayas. (Según diario El Universo, cada charla costó cerca de 30 000 dólares).

Desde hace dos años, el Ministerio de Salud implementa un programa que prevé que todos los centros de salud pública del país tengan un psicólogo que pueda detectar la adicción, ofrecer tratamiento y referir al paciente a un centro especializado, además de hacer visitas domiciliarias y dar seguimiento a todos los casos. (Para sacar una cita, se puede llamar a un conmutador marcando 171, aunque no todos los centros de salud están conectados al conmutador). Según la psicóloga Lady Álvarez Velázquez, de la Coordinación Zonal 8 del Ministerio de Salud, los pacientes con síndrome de abstinencia podrán ser referidos al Hospital Universitario, al Abel Gilbert Pontón o al Francisco Ycaza Bustamante, para que puedan recibir tratamiento médico ambulatorio. Estos son los únicos hospitales públicos en la ciudad que cuentan con buprenorfina, droga (alternativa de la metadona) que se usa para contrarrestar el efecto de la heroína. Es responsabilidad del adicto volver al hospital y seguir su tratamiento de desintoxicación. Una vez superado el síndrome de abstinencia, en caso de que exprese su voluntad de entrar en un centro de acogida, puede aplicar a un tratamiento residencial en el centro Juan Elías. Este centro, ubicado en las calles Ismael Pérez Pazmiño y Aguirre, ofrece terapias psicológicas y atención médica, a chicos de hasta diecisiete años, que pueden estar máximo seis meses. Solo hay veinticinco camas y los postulantes deben inscribirse en una lista de espera que dura aproximadamente el mismo tiempo de estadía.

El psiquiatra experto en adicciones, José Rodríguez, exfuncionario del Concep, opina que todo el programa es un mal chiste, ya que una desintoxicación de carácter ambulatorio aumenta el riesgo de recaída e incluso el uso concomitante de heroína con buprenorfina. “¿Cómo puedes mandar a la casa a un paciente que llega con síndrome de abstinencia? Obviamente, el efecto de la droga es mucho más fuerte que el de la buprenorfina, por tanto, nada te garantiza que la va a seguir tomando”, dice. Asegura que el proceso debe ser residencial desde una primera instancia para poder tener un control adecuado de la respuesta del paciente al tratamiento. Además, indica que es un error grave iniciar el proceso con la evaluación de un psicólogo, tal como propone el Ministerio de Salud, debido a que se trata de una condición neurológica, más que psicológica. “El paciente no procesa biológicamente la información, por tanto, debe ser atendido por un médico”.

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