El cine ha dejado constancia de la celebración más emotiva de México: el Día de Muertos, que honra el recuerdo de los que se han ido y pone buena cara al más allá.

“El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida”, decía el poeta mexicano Octavio Paz.
Esas palabras encajan perfectamente con el significado de la fiesta de mayor arraigo en México: el Día de Muertos, reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
En el calendario católico el 1 de noviembre es el Día de Todos los Santos y un día después el Día de Difuntos. Según la historiadora mexicana Elsa Malvido (1941-2011), esas dos celebraciones “se unieron desde el siglo XVIII en México”.
Malvido, destacada estudiosa de la muerte y los ritos prehispánicos, refutaba el origen prehispánico del festejo y sostenía que las raíces eran “netamente españolas, coloniales, cristianas y en algunos casos romanas paganas, enseñadas por frailes, curas y otros europeos a los indios y mestizos”.
Pero la Unesco considera que es la fusión de “las creencias de los pueblos indígenas mexicanos y de una visión del mundo introducida por los europeos en el siglo XVI”.
El hecho es que la ritualidad mexicana ha trascendido por su carga simbólica y visual, como calaveras y cráneos decorados con brillantes colores, que han tenido impacto en las artes visuales, particularmente el cine.
Macario (1960) es un ícono cinematográfico que ganó una docena de premios, entre ellos el de mejor fotografía en el Festival de Cannes, y fue el primer largometraje mexicano nominado en los Premios Óscar (mejor película extranjera).


El cine de animación ha tenido notable éxito al recrear las tradiciones mexicanas. Cabe mencionar La leyenda de la Nahuala (2007) de Ricardo Arnaiz, mejor filme en su categoría en los Premios Ariel de la Academia de cine mexicana, y Hasta los huesos (2001), un multipremiado corto del inframundo con calaveras de plastilina.
“Soy mexicano. Nadie ama más la vida que nosotros en el sentido de que somos muy conscientes de la muerte”, dijo hace unos años el laureado cineasta Guillermo del Toro, al responder una pregunta sobre la mezcla de fantasía, terror y alegría en sus películas.
Por eso no asombró que Del Toro hubiera puesto una cuota de su virtuosismo creativo, como productor, en el largometraje El libro de la vida (2014), del director Jorge R. Gutiérrez, que hace alusión al Día de Muertos.
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Una que dio la vuelta al mundo es Coco (2017), la taquillera cinta de los estudios Disney y Pixar, codirigida por Lee Unkrich y Adrián Molina, que se alzó con los galardones de mejor película animada en los Premios Óscar, Globos de Oro y Bafta.
Ofrendas para los muertos
Los mexicanos reciben a los muertos con altares y ofrendas de determinado valor simbólico: sal (purificación), agua (calma la sed de los espíritus), pan de muerto (se decora y su forma varía), velas (guían el regreso de los difuntos), calaveritas de azúcar (representan la muerte), copal e incienso (contra las malas energías), flor de cempasúchil (simbolizan la festividad), colorido papel picado (simboliza el aire), comida y bebida (favoritas del fallecido) y fotografía del difunto.