Esto pasa desde que el mundo es mundo: si un hombre en su edad madura decide juntarse con una mujer mucho más joven que él, es un campeón; pero si una mujer hace lo propio, es porque ha fracasado en la vida. Pues no, no es así.

Un día eres joven y al otro te enteras de que eres una Milf, el anglicismo acrónimo de Mother I’d Like to Fuck.
El término para designar el deseo sexual hacia una mujer lo suficientemente mayor como para haber amamantado al enunciante se hizo popular globalmente por la película American Pie (1999), donde unos personajes con calentura puberta usan la palabrita para referirse a la madre de otro. Hoy es una de las categorías porno más solicitadas. No hay necesidad de ofenderse: los humanos sentimos y pensamos muchas cosas, y necesitamos nuevas palabras para poder expresarlo. Ahora, si te dicen cougar (puma en inglés), aparentemente, toca aclarar.
“La diferencia es enorme. Una cougar está al acecho. La Milf no busca nada”, dicen en Milf (2020), una comedia francesa (Netflix) que cuenta la historia de tres amigas que tienen inesperados romances de verano con hombres mucho menores que ellas, y cómo se enfrentan a la mirada reprobatoria de la sociedad frente una relación así.
La atracción sexual de parte de hombres jóvenes hacia mujeres maduras y viceversa es tan antigua como la humanidad, pero por cosas del patriarcado (sobre las que da pereza explayarse ahora) resulta que cuando un señor anda con una chica es un campeón, pero cuando la mujer es la mayor es un escándalo, una abuela loca, robacunas.
Mi amiga M, por ejemplo, sigue cabreada por lo que dijo el otro día el guardia de la universidad donde da clases. Iba con su novio, R. “¿Va a pasar con su hijo?”, le lanzó el hombre de seguridad. R tiene apenas ocho años menos que M. Ella tiene 43: con tres embarazos, mucho trabajo y una vida nocturna agitada, puede entender que la diferencia de edad se notará unos días más que otros. Pero M está muy cabreada, más que con el guardia, con el machismo que lo parió: “Es invasivo —dice—, estoy segura de que a un colega varón no le dirían algo así. Mi padre, con más de sesenta años, andaba con una veinteañera y nadie preguntó si era su nieta”. M ni siquiera es lo suficiente mayor que R para ser su madre. Parece que en un país como el nuestro, líder regional del embarazo adolescente, la percepción se trastoca.
Brigitte Trogneux (más conocida como Brigitte Macron) tiene veinticuatro años más que su esposo, el presidente de Francia, y sobre el tema han corrido ríos de tinta y mala leche. Incluso el patán de Bolsonaro (que por cierto es veintisiete años mayor que su esposa, pero eso no es noticia) se ha permitido comentarios burlones. La Macron ha dicho que odia la palabra cougar: “siempre me han atraído los hombres de mi edad, salvo Emmanuel Macron que ha sido la excepción”, aclaró una vez.

Tengo trece años más que J, mi novio. Hace mucho que salgo con hombres menores que yo, pero créanme, no es fetiche, es lo que hay (y qué bueno, por cierto). A mí lo que me gusta son los hombres. Y obvio que también me gustan mayores: me excitan las canas, las arrugas, las historias y la actitud canchera de un varón guapo y maduro. Pero la mayoría de los solteros de mi generación son hueso. Se bajan años en Tinder, se ponen (o se quieren poner) bótox, buscan salir con menores de treinta y ni se imaginan con mujeres de su edad porque las consideran viejas; mucho menos con alguien mayor, la sola idea permite que se santigüen.
En cambio, son buenos tiempos para andar con chicos tan jóvenes como para ser (o parecer) nuestros hijos. Más allá de un inventario sobre los beneficios y las fallas de la juventud, lo interesante es que resulta una especie de “amor prohibido murmuran por las calles”, y los beneficios espirituales de romper las reglas son varios: desde la básica y placentera sensación de “a quién le importa lo que yo haga”, hasta intensas fantasías eróticas con fondo musical de Alaska y Selena. “Me encanta tu vejez”, me dijo J la otra noche, clavándole su mirada a mis ojos decorados de ojeras y arrugas. A mí también me gusta esta frágil belleza de mis años. En un mundo donde, si eres mujer, se te exige ser joven y tersa para ser deseada, aceptarse vieja rica y disfrutarlo es un acto de resistencia.
Otro de los halagos más bonitos y chistosos que me han hecho en la madurez de la vida vino de O, mi amigo desde la adolescencia. Me quejaba frente al espejo de las canas y me dijo: “Ya no te pintes, vacila que eres una vieja rica todavía”. (También me ha dicho otras joyas como “Te ves muy bien, para la edad que tienes y la vida que has llevado”).
Me gusta la palabra todavía. Sinónimo de aún que significa también “no obstante”: que algo persiste contra cierto obstáculo o circunstancia que debería impedirlo. Tiene, además, un significado casi oculto que lo emparenta con la voz italiana sempre. Prácticamente en desuso en el castellano, el gustito a eternidad de esta palabra se deja sentir cuando los argentinos alientan: “Vamos todavía”. O cuando decimos resabiados: “A mí todavía me gusta ir al cine”: hablamos de nuestro amor inextinguible por la experiencia de una sala de cine, a pesar de todas las pantallas que haya en casa.
A manera de sondeo le pregunto a H —que tiene veinte y pico menos y me ha dicho que le gusto—, que si me considera una Milf y por qué. Su respuesta me sorprende: “No. Es que no te veo así, si no como a una chica de mi edad”. ¿Ven?, por eso dicen que los jóvenes son el futuro.
Milf, vieja rica, cougar, sugar mommy; creo que el asunto es que no tendría que importarnos. No hay que tomarse tan en serio las palabras: son como nosotros, seres vivos que se muerden y se besan. Pongamos que sí, el concepto de Milf puede ser grosero y peyorativo: ¿por qué debería importarme y/o gastar plata y tiempo en que un hombre más joven me considere digna de tener sexo con él? Hay que actualizarse, porque resulta que hace varios años lo que se usa y conviene es ser una Whip: Woman who are hot, intelligent, and in her prime, una mujer atractiva, inteligente y en su mejor momento.
Mi amiga D tiene doce años menos que su novia B, y le encantó lo de Whip. “¡Ella es justo eso! —dice—, es hermoso que una mujer así, en su mejor momento, te preste atención”. Pero D prefiere evitar la fatiga y cuando le preguntan redondea en diez años la diferencia de edad; según ella, es la media aceptada en todos los géneros y orientaciones sexuales. Me pasa el dato de una pareja de Hollywood que rompe los moldes: Sarah Paulson de 48 (famosa por sus papeles en American Horror Story) y Holland Taylor de 78 (la madre de Charlie y Alan en Two and a Half Men). “Tenemos una manera de pensar edadista que nos lleva a creer que envejecer significa dejar de tener deseo”, ha dicho Paulson a quienes la critican.

Mi amiga M —a la que el guardia le preguntó si iba a pasar con el hijo— dice que la diferencia entre una Sugar Mommy y una Milf es que aquella paga todo y esta solo lo que le da la gana, pero que salir con un hombre mucho más joven significa muy probablemente que una va a tener mayor solvencia económica que él, y hay que bancarlo (mantenerlo, en pocas). Dice también que para ser una Milf a todo rigor pasando los cuarenta hay que meterle al bótox, el gym y la lipo, porque nos han metido en la cabeza que el hombre exitoso tiene que andar con una top model. Y por eso llama la atención que Keanu Reeves a los 55 sea feliz con Alexandra Grant, una artista visual muy guapa, pero que se deja las canas y aparenta sus 48.
“No se trata de la capacidad adquisitiva o la apariencia. Si nos quedamos en eso, empiezas a devaluar lo que es una mujer madura. Hay hombres a los que la experiencia y el intelecto sí los mueve. Una no es solamente una mujer, sino un universo”, me dice M. Somos universos que se expanden, todavía.