Destroza este diario de Keri Smith es un libro que da instrucciones para que los niños lo destruyan. Aunque parecería un despropósito fomentar la destrucción de libros entre los lectores más jóvenes, esta propuesta responde a una tradición que viene del arte contemporáneo y que requiere una reflexión en torno a nuestra relación con los libros.
Encontrar en un patio escolar tres o cuatro libros sucios, rotos, enterrados o sumergidos en lodo puede resultar una experiencia chocante, especialmente si se trata de textos recién comprados, por el precio de quince dólares cada uno, tras una feria del libro infantil y juvenil. No resulta menos perturbador que el libro en cuestión lleve por título Destroza este diario y que contenga instrucciones para que los niños destruyan sus páginas.
Keri Smith, la autora, es una artista conceptual, canadiense, que ha vendido más de tres millones de ejemplares en el mundo. Su best seller propone al lector experimentar con materiales para modificar el libro. Agujerea esta página, deja la huella de tus manos o dedos, ensúciatelas y después aprieta sobre el papel, pega tus mocos, escupe o riega café son algunas de las instrucciones que se leen en sus páginas y que podrían, perfectamente, ser el tipo de accidente que suelen tener los niños con los libros cuando no están mirando los adultos.
Otras propuestas apelan a un uso creativo de materiales como, por ejemplo, pegar hojas de árboles o plantas prensadas, lanzar una pelota manchada de pintura contra el libro, comer un caramelo de un color fuerte y pintar con la lengua o dibujar con sustancias “feas”: chicle masticado, caca, entre otros. Finalmente, están las instrucciones que implican la destrucción del libro: tirarlo desde una superficie elevada, quemar una página, golpear el libro, romper la portada. En YouTube se pueden encontrar muchos videos que muestran algunos de estos diarios bellamente modificados, convertidos en obras de arte, pero no siempre el resultado es el esperado.
Libros sin lectores: objetos de arte
La idea de hacer del libro un objeto artístico no es nueva ni exclusiva de Smith. En 1919 el artista francés Marcel Duchamp, que se encontraba de viaje en Argentina, quería mandarle un regalo de bodas a su hermana Suzanne. Había estallado la Primera Guerra Mundial y era difícil hacer envíos trasatlánticos. Entonces, se le ocurrió remitir por correo unas instrucciones para que los novios crearan su propia obra de arte: les pidió colgar un libro de geometría de la ventana de su departamento y dejar que el viento y la lluvia lo agitaran y arrancaran sus páginas. Suzanne siguió las instrucciones al pie de la letra y tomó una foto de la instalación. De esta manera se creó el ready-made Malheureux, obra que seguía un principio que había usado Duchamp anteriormente: usar objetos cotidianos para hacer obras de arte. Más adelante, en 1934, el mismo Duchamp creó La boîte verte, una caja de hecha de cartón, tela y notas manuscritas, con 94 facsímiles de fotografías que documentaban su proceso creativo: una caja-libro-objeto de arte.
El siglo XX fue un período en el que varios artistas experimentaron con el libro. En 1963 apareció Twentysix Gasoline Stations, de Edward Ruscha, un libro de fotografías de gasolineras, con 400 ejemplares numerados, que había sido concebido completamente por el artista, dando origen a un nuevo género de arte conceptual: el libro de artista. En 1966 Ruscha creó Every building on the Sunset Strip, que se desplegaba como acordeón y contenía fotografías de varios edificios. En 1961 el artista Dieter Roth, produjo una serie de libros miniatura entre los que se encuentra Daily Mirror, un libro formado con rasgaduras de páginas de periódicos y revistas. Esta obra ponía en crisis la práctica de la lectura ya que su contenido no se podía leer de forma convencional. En 1964 el movimiento Fluxus, creado por George Maciunas, publicó obras como Fluxus 1, libro de cartón —que iba dentro de una caja de madera— cuyas páginas contenían textos, fotografías, dibujos, instrucciones de los artistas que eran parte de aquel colectivo. Max Ernst, Man Ray, Joseph Cornell fueron algunos de los creadores que experimentaron con esta forma de arte.

Por otra parte, en el siglo anterior, las vanguardias literarias también exploraron las posibilidades visuales del texto y de la poesía: Apollinaire había producido sus caligramas, poemas en los que los versos formaban un dibujo. El movimiento dadaísta propuso la creación guiada por el azar, al conectar palabras recortadas de periódicos o revistas para escribir poemas. El catalán Joan Brossa hizo obras que se situaban en la frontera entre el arte visual y la literatura. En narrativa Jack Kerouac optó por pegar ocho rollos de papel calco para escribir sin interrupción su novela On the road. Llevar la literatura fuera de la página tradicional se volvió aún más fácil con la aparición de medios digitales. El siglo XXI acogió libros aún más elaborados y bellos como Nox de Anne Carson y The Star Gazer de Monica Ong.
Todas estas experiencias sirvieron para separar la literatura de uno de sus soportes, el libro.
Destroza para crear
En 2018 el artista del grafiti, Banksy, citó la frase de Picasso: “El impulso de destruir también es un impulso creativo”, para justificar su decisión de esconder un triturador de papel en el marco de su obra Niña con globo, la cual se autodestruyó, tras ser subastada por 2,1 millones de euros. No está claro si Picasso dijo o no dijo esa frase, lo cierto es que el propósito de Banksy era cuestionar el valor económico de la obra, su permanencia en el tiempo y su relación con el público.
La propuesta de destruir para crear no es una novedad en el arte conceptual, ya en 1964 una de las más destacadas artistas de vanguardia del movimiento Fluxus, Yoko Ono, publicó su libro Grapefruit, una colección de poemas/instrucciones que combinaban lo literario con el performance. En su Pieza de sombra, Ono sugiere: “Poner las sombras juntas hasta/ que se conviertan en una”. Con este tipo de instrucciones, la artista sostenía que el arte no era un objeto sino una forma de estar en el mundo. La destrucción estaba presente en la recomendación de la cubierta: “Incinera este libro después de leerlo”.



La idea de quemar un libro tras cumplir instrucciones fue retomada en el siglo XXI por Sharon Jones, creadora del diario privado Quema después de escribir, en el que propone una serie de actividades de reflexión y autodescubrimiento que conducirán al lector a escribir sinceramente. En un mundo donde las redes sociales se han convertido en un espacio para publicar absolutamente todo lo que pensamos, Jones propone apostar por lo contrario: escribir para nosotros mismos y renunciar a compartirlo. Este es uno de los libros más promocionados en TikTok y se ha convertido en un éxito de ventas rápidamente.
En esta tradición se enmarca Keri Smith con Destroza este diario. En una entrevista con el periódico La Nación, la canadiense señalaba: “El acto de destruir puede ser en sí mismo creativo porque involucra un proceso de reacomodamiento de los materiales en una nueva configuración, permitiendo así que emerjan nuevos procesos. Cuando hablamos de destrucción, nos referimos a transformar algo. Y lo que es más importante aún es que estamos ingresando en un experimento para ver qué puede ocurrir (¿qué pasa si vuelco el café en esta página?)”.

Niños, destrucción y arte
Sin embargo, está claro que no es un proceso intuitivo pasar de la destrucción libre a la destrucción creativa, es algo que requiere reflexión. A diferencia de los libros de artista, de los libros objeto o los diarios creativos que hemos mencionado, Destroza este diario está dirigido a niños, que, algunas veces, quieren simplemente destruir el diario, como sugiere el título, tal vez porque sienten la necesidad de transgredir una norma impuesta por los adultos o por el sistema escolar: los libros deben cuidarse. Quizás el éxito de este libro radica precisamente en que hace que los niños se sientan dueños de un objeto y se sientan libres de hacer lo que sea, incluso descargar su agresividad sobre él.
Al encontrar libros destrozados, sin páginas, tirados por el piso, sin ningún propósito creativo, también cabe preguntarse si este tipo de iniciativas no son más que estrategias de consumo del mercado editorial que apelan a la libertad que otorga el poder adquisitivo. Destroza este diario, luego cómprate otro de otro color (aunque sea exactamente igual) o piensa que, si lo pagaste, tienes el derecho de romper tu compra, sin importar el poco ecológico gasto de papel que eso implica. Eso sin considerar lo preocupante que puede ser que un niño siga instrucciones sin preguntarse para qué tiene que seguirlas. En los tutoriales de YouTube que muestran cómo usar de forma creativa el libro, sí se puede escuchar que algunos de los instructores, en su mayoría adolescentes, dudan de ciertas instrucciones o se ríen y dicen: “En qué estabas pensando, Keri”.
A pesar de que el uso de Destroza este diario pueda resultar inquietante y sorprenda que un libro pida destruir libros, lo más valioso de una propuesta tan extraña es que genera discusión sobre las relaciones que establecemos con el arte, la lectura y la creatividad. Además, nos lleva a reflexionar sobre el papel y la responsabilidad que tenemos los adultos para acompañar a los niños cuando les exponemos a nuevos productos y experiencias.