Deshojando margaritas

Por Anamaría Correa.

Ilustración: María José Mesías.
Edición 465-Febrero 2021.

Aquí deshojando margaritas: tengo covid, no tengo covid, tengo covid, no tengo covid, tendremos covid, no tendremos covid, tendremos covid, no tendremos covid… ¡La vida y sus ruletas rusas!

Ya casi suena a mal presagio saludar distanciadamente y con aquel lugar común en este momento. Sí, sí, es cierto, hay luz al final del túnel, y parece que no es de un tren, pero el trecho hasta llegar a ese punto aún parece cuesta arriba, al menos en nuestro cosmos ecuatorial.

Me ha sorprendido en estos últimos días cómo no solo nuestra vida exterior se vio alterada por completo en estos meses de pandemia, sino cómo las relaciones personales se impactaron en algunos casos de modo irreversible. Parece que la pausa exterior causó remolinos internos. Lo estático fue solo nuestra percepción del tiempo.

Vivir diez-once meses encerrado y en convivencia plena con tu pareja, tus hijos, etc., pasa facturas positivas y negativas. Algunas de ellas quizá se han visto fortalecidas y consolidadas dentro de la burbuja. Otras han terminado fisuradas o rotas por completo. Los problemas latentes pero manejables en la vida normal, expuestos al encierro, terminan por estallar. Fue como someter a las relaciones y sus intríngulis a terapia intensiva al revés. Los desencuentros, las agresividades pasivas, los silencios, los alaridos, todos concentrados en sobredosis. ¡Qué complejos somos los seres humanos! Tan necesitados de contacto e interrelación y tan capaces de quebrar a otros seres humanos con nuestras actitudes.

Y qué decir de las situaciones extremas, las relaciones tóxicas, la violencia intrafamiliar que durante la hibernación coronavírica llegaron a su clímax. Pobres mujeres, niños y hombres que han vivido este proceso como víctimas de una situación de esas. Su dolor silencioso debe ser realmente insoportable, inexpresable.

Si esto es el microcosmos familiar, ¿qué podríamos decir de los cambios en la humanidad luego de este proceso global de mutación? Yo soy de quienes creen que muy poco ha cambiado realmente.

Paseaba por la ciudad en las fiestas navideñas y veía los centros comerciales infestados de gente sin mascarilla, aglomerados arranchándose las cosas en los almacenes y pensaba que esta es una de esas situaciones que te obliga a olvidarte de tu metro cuadrado y pensar en el resto. Si es por esas, poco ha cambiado. A la gente le ha importado un comino que su reunión o compra tenga un impacto en el resto de la sociedad que puede eventualmente enfermarse. Fiestas y matrimonios se han dado por doquier. ¿En serio, no podían esperar unos meses?

Y si pensamos en el mundo, quizá nada como esta pandemia y sus problemas conexos para revelarnos las fisuras profundas entre países, la pobreza y la desigualdad que no tienen esperanza de mejorar. La migración y sus protagonistas en el abandono. El mundo dividido en buenos y malos, y las incomprensiones entre los del un bando y del otro a flor de piel. Sobre todo el riesgo mayúsculo, de que ante la crisis y la desesperanza en nuestro país solo caigamos en las manos inescrupulosas de líderes que ofrecen oro y traen penuria.

Por eso, estimados lectores, mientras sigo deshojando mi margarita, esperemos que 2021 nos aclare las dudas, nos devuelva algo del mundo de antes y sobre todo nos mantenga junto a nuestros seres queridos. Y ya, si nos ponemos demandantes, ojalá nos haga un poco más conscientes.

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