Por María Belén Arteaga.
Ilustración: Paco Puente.
Edición 449 – octubre 2019.
Al caminar por los pasillos de una librería de Quito, en la sección de Bienestar, me encontré con el Manual de Carreño en su cuarta edición (2018). El libro de 424 páginas hablaba en sus seis capítulos sobre los deberes para con Dios, con la sociedad, con nosotros mismos; del aseo, del modo de conducirnos en sociedad, del traje, del tacto social, entre otros temas relacionados con los buenos modales.
Como principio general este clásico manual menciona que “la urbanidad es un digno complemento de la sabiduría. Una persona instruida en todas las ciencias, pero carente de este estilo que otorga a todos los actos humanos la urbanidad, sería como un cuerpo celeste sin brillo y su saber nunca cautivará nuestra inteligencia”. En este sentido, Carreño hacía referencia a que siempre es preferible la conducta de una persona llena de formalidades, que los desmanes e indiscreciones de una persona sin educación.
Y es que, definitivamente, cuando conocemos a una persona con buenos modales inmediatamente la relacionamos con una buena familia, con valores, y que ha recibido una educación de calidad. La generación actual desconoce el Manual de Carreño. De una muestra de cincuenta jóvenes, de entre dieciocho y treinta años, quienes habían leído o conocido acerca de la existencia de este manual fueron apenas doce.
A la muestra seleccionada se les pidió relacionar el Manual de Carreño con la sociedad actual y el resultado fue interesante. Por ejemplo, en el capítulo “De la conversación” Carreño califica de “intolerable” quien habla siempre en términos de hacer gracia y burla pues puede convertirse “en una necia y ridícula impertinencia”, lo mismo se dice sobre remedar a otras personas o llamarlas por su apodo, introducir ruidos, el uso constante de muletillas, palabras en un idioma extranjero, refranes o dichos vulgares, entre otros. Actualmente, es común escuchar a los jóvenes decir “dile al Negro que caiga a la fiesta porque va a ir una man que está buenota y cae tú también para pegarnos par bielas mijín”: “mijín” o “mijares” es la deformación de “mi hijo”.
El lenguaje de los jóvenes ha pasado de ser informal a degenerar el idioma español y llenarlo de vulgarismos: no es que exista un nivel de confianza superior con determinados amigos; las nuevas generaciones toman confianza con mayor rapidez y, a diferencia del pasado cuando las relaciones de amistad se forjaban con el tiempo y los momentos compartidos, ahora es suficiente con haber compartido una fiesta para resultar el “panasa” de la vida de alguien.
Esta relativa confianza hace que términos considerados vulgares en todo sentido e incluso las llamadas “malas palabras” hoy se digan no solo entre panas sino también en el bus, los pasillos de la universidad o colegio y hasta en la mesa. “Me vale verga”, “hijo de puta”, “maricón”… entre otras, han sido repetidas por los jóvenes tantas veces que pareciera que ya están normalizadas, pero no es así. “Yo me ponía furiosa unas cinco veces al día cuando mi hijo decía palabrotas por el teléfono hablando con sus amigos y a veces se le escapaban contándome lo que había hecho durante el día. Hoy trato de respirar, calmarme y pensar que ya le he dado los consejos suficientes para que sepa cómo hablar y conducirse en la vida… me da pena que palabras alusivas a la sexualidad estén presentes todo el tiempo en canciones de reguetón, en memes y videos de Facebook, en el parque, en las calles y en todo lado”, dice Lucía Molina, madre de tres jóvenes de dieciocho, diecinueve y veintidós años.
Actualmente, hay cuentas en redes sociales que con elegancia ponen en evidencia las diversas situaciones que se presentan entre los jóvenes de hoy: “la gente anda diciendo”, “paz mi pez”, “la mente es maravillosa”, “enpsicopedia”, entre otras, invitan a que las personas se miren en un espejo y consideren si ciertas actitudes ya normalizadas son del todo correctas; precisamente el lenguaje y cómo lo utilizamos es una de ellas.
En este contexto, en 2012, la Real Academia Española (RAE) empezó a incorporar palabras muy populares en el uso del idioma, que antes eran consideradas como anglicismos. Este es el caso de tuit, wifi, emoticono, pantallazo, chatear, selfi, meme, entre otras. En su momento, el director de la RAE, José Manuel Blecua, explicó que “las comunicaciones electrónicas, Internet y las redes sociales constituyen una auténtica revolución”, y agregó que “al aceptar los nuevos términos se reconoce a una actividad que ejercen millones de personas, a título particular o como representantes de instituciones”.
Después de la forma de expresarnos y de nuestros ademanes, el vestir es una indicación casi inequívoca de nuestra personalidad, nuestro carácter y cultura, y Carreño hacía hincapié en el tema del aseo y del vestuario en la vida social. Según Carreño, hasta en la casa se debía lucir presentable por si llegaba alguna visita: “nunca deberá colocarse una prenda que se encuentre rota ni siquiera para dormir”. Más que estar a la moda, Carreño llamaba a la sencillez para lograr una buena presentación. “Las formas y demás condiciones del traje que debemos llevar en sociedad, están generalmente sujetas a los caprichos de la moda; y a ellos debemos someternos en cuanto no se opongan a los principios de la moral y de la decencia”.
Actualmente, entre los jóvenes la tónica es llamar la atención, aunque para ello tengan que pintarse el cabello de fucsia, rapárselo de un solo lado, llevar el jean roto y una camiseta que muestre el culto a determinada marca o grupo musical impreso en la totalidad de la camiseta a la altura de su pecho, espalda o ambos. El pantalón flojo tanto para señores como para señoritas con el tiro que llega casi a la rodilla, o, de lo contrario, señoritas y señoras con ropa muy apretada intentando mostrar su lado sexi, aunque se encuentren pasadas de peso, son los modelos que se ven hoy. Lo cierto es que al preguntarles sobre su manera de vestir, la mayoría siempre responde igual: “me gusta y no lo hago por llamar la atención o por moda, simplemente me siento bien creando mi propio estilo, aunque a mis padres les parezca un horror”, confiesa Mateo Martínez, de diecinueve años, quien precisamente se distingue por llevar su cabello como una cresta y expansores en las orejas.
Entonces vale preguntarse si definitivamente: ¿la moda no incomoda?, porque quizá a la persona que lleva puesta cierta vestimenta no, pero a quienes están a su alrededor sí. Y así podríamos seguir describiendo una serie de reglas propuestas por Carreño que ya han dejado de cumplirse y otras que siempre estarán vigentes por ir de la mano con la ética y los valores. Virginia Shea logra esta transición con la publicación de su libro Netiquette, en 1994. Este contiene diez reglas básicas de comportamiento en la red, las cuales se resumen en actuar con los demás de la misma manera que te gustaría que actuaran contigo:
1. Nunca olvide que la persona que lee el mensaje es otro ser humano con sentimientos que pueden ser lastimados.
2. Adhiérase a los mismos estándares de comportamiento en línea que usted sigue en la vida real.
3. Escribir todo en mayúsculas se considera como gritar y, además, dificulta la lectura.
4. Respete el tiempo y el ancho de banda de otras personas.
5. Muestre el lado bueno de sí mismo mientras se mantenga en línea.
6. Comparta sus conocimientos con la comunidad.
7. Ayude a mantener los debates en un ambiente sano y educativo.
8. Respete la privacidad de terceras personas. 9. No abuse de su poder o de las ventajas que pueda usted tener. 10. Excuse los errores de otros. Comprenda los errores de los demás igual que usted espera que los demás comprendan los suyos.
Nacieron estos principios del día a día que se vive en las redes sociales. Según la base de datos del sistema de información Latinbarómetro, actualizado en 2018, la red social más utilizada por los ecuatorianos es WhatsApp (70 %). Otras redes que se usan en el Ecuador son: Facebook (69 %), YouTube (39 %) e Instagram (26 %).
También el modo de comunicarnos y hasta el “cortejo” son distintos. Para los solteros ya existe la aplicación Facebook parejas que plantea un sistema parecido al de la red social Tinder, en donde se pueden dar corazones en la foto del o de la posible pretendiente y, si el gusto es correspondido, se puede iniciar una conversación.
Susana Torres asegura que, después de haber estado casada por trece años y haber superado el divorcio, la herramienta de Tinder le fue de gran utilidad. “Cuando me divorcié y asimilé que mi exesposo tenía otra pareja no quise caer en la depresión. Mis amigas me dijeron que intente conocer gente en Tinder, donde existen chicos en situación similar a la mía y que quizá me ayudaba conversar. Lo intenté y en efecto me ayudó a soltarme porque después de trece años yo ya me había olvidado completamente cómo era una cita”.
Las citas de las que hablaba Susana no eran citas como las del pasado en las que siempre el hombre iba a buscarte, te llevaba rosas y pagaba la cuenta. “Ahora lo políticamente correcto es ser más independientes. Como se trata de una cita cuadrada por Internet con alguien que no conozco ni me ha sido presentado, lo primero es fijar un lugar público e ir cada uno por sus propios medios. Una vez terminada la cita, lo correcto es preguntar: ¿cuánto suma mi parte de la cuenta?… para, en este caso, dejar abierta la posibilidad de que el chico que haya recibido la factura diga el monto o decida pagar la cuenta completa”, también hay el riesgo de que el chico que pague la cuenta infiera que a cambio debas ir a su departamento para pasar una noche romántica. “Para esto es necesario dejar claras las cosas desde el inicio y que tu interlocutor sepa cómo eres y qué es lo que realmente buscas. En mi caso, una mujer divorciada buscando tener nuevos amigos y conversaciones interesantes”, dice.
Los logros alcanzados en temas como la igualdad de género, la lucha contra el feminicidio y la preservación de los derechos de los animales y la naturaleza han roto con muchos estereotipos que imponía la sociedad. Precisamente, la era digital ha logrado que las personas puedan acceder a la información desde cualquier parte del mundo, a cualquier hora y obtener datos de primera mano y de diversas fuentes, desarrollando un criterio que antes era impuesto por la tradición judeocristiana.
“Mis padres me bautizaron siguiendo las normas del catolicismo y todas las reglas que impone. Un día vi un evento de meditación y práctica budista en Facebook, decidí ir y fue la mejor decisión que tomé. Practico el budismo desde hace dos años y lo hago porque me abrió la mente y supo darme respuesta a temas que antes consideraba dogmáticos. Obviamente mis padres sufrían por mi cambio de religión, que ellos decían que era la herencia que me habían dejado… les traté de explicar que el budismo más que una religión era una filosofía de vida. Ahora están más tranquilos y me siento bien de que, gracias al estudio y a la consulta de diversas fuentes, yo pueda ser más tolerante frente a temas que antes me parecían polémicos”, dice Fernanda González.
Entender los cambios que suceden e informarse es la clave, señala Sofía Cabrera, docente, comunicadora y divulgadora científica, quien menciona que indiscutiblemente estamos frente a cambios sociales vertiginosos que llegaron con la nueva era. “En su momento se dio un cambio con la imprenta, luego con la televisión y ahora vemos lo mismo con Internet, claro que el cambio se da con más fuerza porque se acortan distancias en menos tiempo y seguramente nuestra sociedad no está preparada para avanzar a ese ritmo”, y cita casos que han generado polémica en la sociedad ecuatoriana como la aprobación del matrimonio igualitario o la eliminación de los reinados (los dos ocurridos en este último año). “Ciertamente en países más desarrollados existen personas con una mente más abierta, donde estos cambios son socialmente aceptados con más tranquilidad, pero en el Ecuador, donde sus habitantes son más conservadores, cuesta mucho aceptar estos temas”. Cabrera asegura que para que pueda darse una comprensión sin polémica la clave es la educación relacionada con los temas que se generan día a día en el mundo moderno, que no son necesariamente un tabú.
Actualmente, asegura la docente, se imparten en las aulas y mallas curriculares asignaturas y ejes temáticos relacionados con la igualdad de género, por ejemplo, lo que ha motivado a varias mujeres a que incluso, después de casi veinte años de haber sido violadas, hoy den la cara para denunciar estos delitos que antes se asumían con culpa y vergüenza y, por ende, se los reprimía y silenciaba.
El Manual de Carreño se enfocaba mucho en el trato con el otro, pero actualmente vivimos en una sociedad cada vez más individualizada y versátil. Los cambios seguirán dándose de manera vertiginosa y solo de nosotros dependerá adaptarnos de la mejor manera, y conservar los buenos modales que tanto se reclaman hoy en día. Ser educados al punto de no invadir los otros espacios personales, porque, como nos decían en la escuela: “Nuestros derechos terminan donde empiezan los del otro”.