Del arte en el delirio.

Por Daniela Merino Traversari.

Fotografías: cortesía Museo Metropolitano de Arte De Nueva York-MET.

Edición 424 / septiembre 2017.

“Me interrumpo para señalar que me siento extraordinariamente bien.

Quizá sea el delirio”.

Samuel Beckett

“Un delirio solo existe si despertamos de él…”

Roland Barthes

Galería-5-1El delirio es la herramienta de una psiquis “enferma” que busca defender­se de su entorno. Esta es la definición psiquiátrica, aquella que diagnostica y etiqueta todo aquello que se sale de la norma social. Por lo tanto, todo aquello que no se mueve dentro de las estructu­ras de la lógica convencional es delirante. Sin embargo, una mente delirante intenta darle sentido a lo que le rodea. No impor­tan los mecanismos de defensa que utilice para hacerlo, lo que pretende es asegurar su supervivencia. Estas mentes aniquilan todas las preguntas o se inventan las res­puestas, contemplan y ejercen políticas de vida alternas que les permite escapar de una realidad que consideran destruc­tiva e irracional. El delirio, entonces, es una necesidad.

¿Pero qué sucede cuando el delirio se convierte en la única salida para enfren­tar la realidad? ¿Qué sucede cuando este, como una fuerza imparable de la natura­leza, se presenta como la única alternativa para disipar el dolor de una realidad que ha quebrantado todos los límites de la raciona­lidad? Es aquí donde el arte puede conver­tirse en la forma más sublime para canalizar el delirio y darle rienda suelta a sus posibili­dades demenciales. Es aquí, cuando el arte, de la manera más inteligente puede cons­truir lenguajes de percepción nuevos, tejer redes de conclusiones poco convencionales que nos permite enfrentar la irracionalidad de una sociedad, paradójicamente a través de elementos muy irracionales.

Dean Fleming, Snap Roll, 1965.
Dean Fleming, Snap Roll, 1965.

“Delirious times demand delirious art” (“Los tiempos delirantes demandan un arte delirante”) es la premisa de una de las ex­hibiciones que se presentarán en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (en el Met Breuer) desde este mes, con 100 obras de 62 artistas entre las décadas de 1950 y 1980. Se trata de obras de arte que normal­mente no compartirían el mismo espacio dentro de una galería, pero que en este caso les une una preocupación similar por un contexto histórico que no termina de sanar sus heridas después de una guerra mundial devastadora, pero que sigue marcado por profundas crisis políticas y sociales.

Desde que en 1917 Marcel Duchamp llevó un urinario a un museo, tituló su obra La fuente y la firmó como R. Mutt, las posi­bilidades del arte se han extendido infinita­mente. Hasta el día de hoy el mundo del arte vive las consecuencias de ese gesto heroico (o quizá cínico) de un francés provocador que cuestionó profundamente los cimientos de las estructuras artísticas. Este fue el mo­mento preciso en que la historia del arte mo­derno dio un giro hacia las diversas vanguar­dias, dando paso eventualmente al relativis­mo posmoderno, donde todo ha sido válido y donde el arte comienza a intercambiar su lenguaje formal con el de otras disciplinas. No basta con decir con que todo es permiti­do, la pregunta es ¿por qué o para qué?

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Robert Smithson, Three Mirror Vortex, 1965.

Con el desgarramiento que provocó la Segunda Guerra Mundial, la capital del mundo del arte se trasladó de París a Nue­va York. El arte necesitaba un comienzo fresco después de tanta devastación social y Nueva York, ciudad que ya había presen­ciado aquel gesto “irracional” y provocador décadas atrás del francés Duchamp, ahora se presentaba como el escenario ideal para experimentar nuevas formas de hacer arte, acogiendo a artistas de todas las naciona­lidades. Las décadas siguientes fueron de gran exploración artística y surgieron gran­des movimientos como el expresionismo abstracto, el arte pop, el op-art, el minimalis­mo, el happening, el body art, el land art, etc.

Aunque la fatalidad de la Segunda Guerra Mundial ya había terminado, otros desafíos históricos se presentaban en el ho­rizonte global. Había una generalizada pro­liferación del conflicto militar y, a su vez, la agitación social se hacía cada vez más evi­dente en todos los continentes. Al mismo tiempo en que escritores, críticos y filósofos comenzaron a manifestar su desencanto con aquello que se percibía como un racionalis­mo opresivo, el arte se volvió una forma de activismo, un arma de protesta que empe­zaba a coquetear con el absurdo, con la alu­cinación, la fantasía y la confusión mental.

Probablemente estos recursos a los que apela el arte a lo largo de estas décadas sí son en esencia delirantes, como el nombre de la exhibición lo indica, pero responden a un deseo de confrontar la realidad ya no desde la estructura del pensamiento habi­tual, heredado y sistematizado, sino desde el misterio central de la locura.

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Peter Saul, Criminal Being Executed, 1964.

 

Estas formas de arte demuestran que hay algo más vasto y profundo que lo que ya conocemos. En ese territorio descono­cido es preciso entrar con lenguajes desa­fiantes. Si algo hace bien esa racionalidad opresiva es justamente empujar los límites de la mente artística hasta que llegue a deformar las estructuras preestablecidas, construyendo un lenguaje provocador que apele a lo absurdo, lo cómico, lo mágico y lo fantasioso. La locura nos puede acercar a la verdad. Y esta puede ser la respuesta a la pregunta ¿por qué todo es permitido en la posmodernidad o qué utilidad tiene el delirio?

Sheena Wagstaff, directora del Departa­mento de Arte Moderno y Contemporáneo del Museo Metropolitano de Nueva York, declara que la exhibición Delirious es “una investigación focalizada que reconstruye un fenómeno histórico de gran importan­cia. Es la primera exhibición que considera la fascinación con la irracionalidad de ma­nera holística, aterrizándola en el desarrollo de la contemporaneidad política y social”.

Continúa: “También habla de la inten­cionalidad del Museo Metropolitano de or­ganizar exhibiciones alrededor de una idea —eso quiere decir, proyectos que exploren desarrollos paralelos en una gama de países bajo una misma rúbrica curatorial—”.

Distintas formas de delirio

En las obras de arte presentadas en esta exhibición, el delirio asume diferentes fa­cetas dependiendo del artista, el objeto o el período histórico en cuestión. Los artis­tas no solo cultivaron diversas formas del delirio, sino que escogieron expresarlas de diferentes maneras a través de diferentes estilos. El delirio puede pertenecer a la for­ma de una obra de arte, a su estilo o a su técnica, a su perspectiva y punto de vista, a su contenido o a todas estas características. Algunos artistas representaron al delirio, otros lo actuaron y otros lo indujeron preci­pitando estados vertiginosos y alucinantes en sus espectadores.

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Edna Andrade, Color Motion 4-64, 1964.

La exhibición está dividida en cuatro secciones: Vertigo, Excess, Nonsense and Twisted (Vértigo, Excesos, Sinsentido y Lo retorcido). Cada sección presenta un com­promiso diferente con la idea de la irracio­nalidad y el delirio se acrecienta a medida que el espectador avanza en su recorrido por las galerías. La exhibición es bastante grande y vale la pena visitarla en un nuevo espacio que adquirió el año pasado el Mu­seo Metropolitano (The Met Breuer, donde antes operaba el Museo Whitney). Sin em­bargo, me gustaría mencionar algunas ar­tistas y sus obras delirantes.

Ana Mendieta, de origen cubano, ha sido una de mis artistas predilectas desde hace mucho tiempo. Su obra abarca varios movimientos de las décadas de los años se­senta y setenta. Su transición de la pintura hacia el performance art estuvo marcado por su interés en expresar los problemas políticos y sociales. La segunda ola femi­nista en Estados Unidos coincide con su migración a este país y su educación pro­gresista en la Universidad de Iowa. Los mo­vimientos feministas de esa época confron­taban la falta de presencia femenina fuera de la esfera doméstica y en el mundo del arte en sí.

 

Las artistas trasladaban estos temas a su obra; Hannah Wilke y Marina Abramovic, al igual que Ana Mendieta, son ejemplos de artistas que utilizaban sus cuerpos de for­ma intensa y provocadora para cuestionar la moralidad y deconstruir los estereotipos de la belleza femenina.

En esta exhibición se muestra una de las series fotográficas de Mendieta: Untitled (Glass on Body Imprints – Face, 1972). En trece fotografías la artista sostiene y presio­na un pedazo de vidrio hacia su rostro. Su cara se deforma y vemos cómo va mutando la gestualidad de la artista en cada fotogra­fía. Su trabajo trasciende cualquier esencia­lismo biológico de género, sugiriendo que el ser mujer es una tarea bastante compli­cada.

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Otra artista que utiliza el performance para manifestar sus preocupaciones socia­les es Dara Birnbaum (Estados Unidos). De ella vemos su obra titulada Chaired Anxie­ties: Slewed (video en blanco y negro, trece minutos, 1975). En esta obra la artista hace su acción performática delante de una cá­mara estática. Primero se ve a Birnbaum de la cintura para abajo, descalza, vistiendo una falda floreada. Se sienta sobre la silla de madera y utiliza sus piernas y sus pies para mover la silla en un círculo sobre el piso. Aún sentada, la artista retrata una serie de movimientos y gestos que se vuelven cada vez más agitados a medida que transcurre la pieza. Su respiración se dificulta cuan­do cae de la silla sobre sus rodillas y su pelo cuelga. Lucha violentamente con la silla sobre el suelo, mientras sus muslos y su entrepierna quedan expuestos. La artis­ta renuncia a la silla, se pone en cuclillas y salta como un animal, en cuatro patas. Fi­nalmente, se sienta de nuevo en la silla y ejecuta una serie de movimientos más sua­ves aunque aún agitados: cruza, descruza y columpia sus piernas. En su gesto final ella salta alrededor de la silla, casi como si estu­viese bailando. No hay nada más que decir.

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Bruce Nauman, Human Nature/Life Death, 1983.

 

Finalmente, de la artista ítalo-brasileña Anna Maria Maiolino se presenta la obra In-Out Antropofagia, de la serie fotográfi­ca Photopoemaction (1973-74). La carre­ra de esta artista se extiende a lo largo de cinco décadas; en 1973 empezó sus series Photopoemaction en el mayor apogeo de la represión militar en Brasil. En estas ocho instantáneas de la exposición, las bocas, de manera metafórica, intentan “comer los órganos represivos de la dictadura, los enemigos de la libertad,” en palabras de Maiolino. La “antropofagia” ha sido un pro­ceso latente en Brasil desde el siglo XVII. El poeta Oswaldo de Andrade en su Manifesto antropofago (1928) articuló el canibalismo como práctica simbólica para transformar elementos de opresión en nuevas manifes­taciones artísticas. Maiolino también ha atribuido otros significados a estas foto­grafías, incluyendo la lucha por el habla, el descubrimiento del lenguaje y el esfuerzo requerido para la comunicación entre los distintos sexos.

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Anna Maria Maiolino, In-Out Anthropophagy (In-Out antropofagia)
from the series Photopoemaction, 1973/74.
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Anna Maria Maiolino, In-Out Anthropophagy (In-Out antropofagia)
from the series Photopoemaction, 1973/74.
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Anna Maria Maiolino, In-Out Anthropophagy (In-Out antropofagia)
from the series Photopoemaction, 1973/74.

 

Delirious es una exhibición muy vasta y nos ofrece un recorrido bastante rico y en­tretenido por las delirantes formas de ex­presión a lo largo del arte contemporáneo. Vale la pena que la visiten quienes estén en Nueva York durante los siguientes meses (estará abierta hasta enero). Sin embargo, hay que tener siempre presente que el deli­rio es un viaje sin retorno.

 

 

 

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