De trenes, humo y confusiones

Por Fernando Tinajero.

Edición 462 – noviembre 2020.

La estación Saint-Lazare (en francés La Gare Saint-Lazare) es una serie de doce telas
de la estación parisina de Saint-Lazare, realizadas por Claude Monet en el año 1877.

Envuelto en nubes de humo y de vapor, el tren llega acezante a la estación de Saint- Lazare. Al extremo derecho, de pie junto a los pilares, dos hombres parecen encontrarse a la espera de los viajeros que llegan; a la izquierda, varias personas se han detenido en el andén para mirar la partida de otro tren, en el cual quizá se van también sus sueños más queridos; y en primer plano, ya sobre la vía, un guarda­vías observa la operación de aquellos que se encuentran hacia el centro, con el vapor justa­mente encima de sus gorras, como atrapados entre aquel tren que está llegando y el otro que, a la izquierda, acaba de partir. Al fondo, apenas visible entre la densa humareda, un alto edificio muestra apenas sus ventanas superio­res: se trata, por supuesto, de uno de esos edi­ficios de París que identifican al siglo XIX, igual a todos los que fueron levantados una vez que el barón Haussmann abrió los bulevares.

El pintor francés Claude Monet, a los 49 años, en su jardín en Giverny, Francia, 1890.

¿Qué se propuso Monet cuando pintó este cuadro? Curiosamente, este no es sino uno de los doce que componen la serie dedicada a una de las estaciones más importantes de París, la que sirve para todas las conexiones de distan­cia media, hasta El Havre. Imagino que en su tiempo tuvo que parecer descabellado que un pintor ya famoso dedicara tanto tiempo a un lugar y un motivo que parecen completamente ajenos a sus primordiales intereses. No es así, por supuesto. Quien examina una a una esas doce telas encontrará que el autor hizo en la es­tación lo mismo que muchas veces en el campo de Argenteuil: vio los objetos como algo secun­dario, algo que se podía pintar con breves pin­celadas que a veces pasaban por alto el dibujo, porque se limitaban a registrar con el color la impresión que dejaban en la retina del pintor, cuya capacidad de ver lo que no llegan a ver los ojos inexpertos le permitía captar la luz, que es la verdadera protagonista de sus cuadros. Por eso las series: ellas le permitieron capturar con el pincel las casi imperceptibles variaciones de la luz a lo largo del día.

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