De qué nos reímos los ecuatorianos

De qué nos reímos los ecuatorianos
Ilustraciones: Paco Puente.

La risa reduce la presión arterial, estimula el funcionamiento de los pulmones, también el sistema inmune y el circulatorio, alivia el dolor, libera endorfinas y fortalece la musculatura. Hay terapias que llevan su nombre y médicos, de la talla del gran Patch Adams, inventor de la risoterapia, que han dedicado su práctica a hacer reír a los enfermos para sanarlos o aliviar su dolor.

En el siglo XX Sigmund Freud reflexionó largamente sobre el chiste y su relación con el inconsciente, el modo liberador con el que el humor afecta o libera la psique. La periodista especializada en psicología, Edith Sánchez, resume: “Freud consideraba que el chiste es uno de esos mecanismos para hacerle frente a la represión social, cultural o individual que nos genera displacer o neurosis”. En ese sentido el psicoanalista hizo una amplia clasificación de las formas del humor y las motivaciones que encierra, a veces inocentes, otras veces hostiles y guiadas por la obscenidad.

Siglos antes, en la Edad Media, la risa compartía categoría con lo prohibido. En El nombre de la rosa, como ejemplo, Umberto Eco da cuenta de un tratado sobre el humor y la comedia celosamente guardado para evitar la proximidad con el diablo. La distancia con el humor, presumiblemente, sostenía las normas de la religión que celebra la contrición y la modestia.

Yo no me río mucho, pero tengo habilidad para hacer reír. En situaciones sociales impido que la gente se aburra. Es un reflejo. Si alguien se queda en silencio, yo me incomodo o creo que todos están incómodos, y rápidamente encuentro alguna rutina cómica. Así entiendo el principio y la utilidad de muchas formas de humor: ahorrarnos la incomodidad.

Pienso en las decenas de memes, gifs y videos con un grupo de hombres africanos bailando mientras cargan un ataúd en sus hombros. Es un ritual muy popular en Ghana y se volvió viral porque se editó de todas las formas posibles, junto a accidentes, caídas, tropezones. En 2020 reímos a carcajadas del baile del ataúd y sus miles de combinaciones grotescas. La incomodidad frente a la muerte se supera con la risa. A tu cerebro y a tus músculos la calidad intelectual o moral del chiste les tiene sin cuidado.

Con el afán de reírme más, pregunto a mis amigos en Facebook qué les hace reír y recibo 110 comentarios con sugerencias y links de todo tipo. El humor, después de todo, es más subjetivo de lo que uno imagina. Recibo varios links para ver a Les Luthiers. Me confieso ignorante. Mi esposo también ha intentado varios años que me ría con el sexteto argentino, pero no pasa, y ahora veo que quizá es un tema generacional. Me sugieren varios shows de stand up comedy más contemporáneos, muchos de ellos en Netflix; algunos como el de Hannah Gadsby, con el que más bien lloré bastante.

Me dicen que vuelva a ver El Chavo del 8, el show de La pelota de letras, los memes de Álvaro Noboa, el Twitter de Abdalá Bucaram, una cuenta de Instagram que se llama Voicenote Bacán. Me comparten tiktoks de gatos y de personas que imitan a las mamás latinas y tengo abierto en mi navegador un programa de concurso japonés en que seis personas intentan subir por una escalera resbaladiza y, a pesar de sus muchos esfuerzos, caen y resbalan unos encima de otros miles de veces. Me río moderadamente.

Preocupada por lo que implica no reírse suficiente, incluso con cientos de recomendaciones, le envió un mensaje al comediante quiteño Ave Jaramillo. Fue mi compañero en la universidad y él, que tiene buena memoria, me cuenta que en esa época me hizo un chiste y que en lugar de reírme lo amenacé con golpearle.

El Ave tiene casi quince años trabajando en comedia. Estudiamos Comunicación y Literatura en la Católica y, aunque de ese tiempo no recuerdo que haya sido el más gracioso, mis antiguos compañeros dicen que sí.

Lo sigo en redes sociales, no somos amigos íntimos, pero siempre estoy pendiente de su transitar y veo que en 2020, apenas liberaron un poco las exigencias de la cuarentena, empacó sus cosas y emprendió un viaje (sobre el que habló en un artículo para Mundo Diners, “La bitácora del bufón”) que lo llevó a visitar buena parte del Ecuador; se presentó en pequeños teatros y bares de la Sierra, la Amazonía, la Costa e incluso de Galápagos, con variaciones de su show de stand up. El Payasito, como se llama a sí mismo, sobrevivió a la covid y al Ecuador.

Cuando le escribo, le cuento que no me río de nada y que tampoco entiendo de qué se ríe la gente, y me invita a su show en el Teatro del CCI, en el que iba a tener una temporada dedicada a la compilación de esa travesía, titulada Traerás melcochas. A pesar de mi encierro permanente, me animo a ir.

Lo visito en el camerino antes del show y siento la misma energía de siempre: un poco hiperactivo, hablando siempre con alegría, cambiando de tema a toda velocidad. Suenan las campanas y voy a mi asiento. Para mi sorpresa, el teatro está lleno, con su aforo de la nueva era, pero lleno. Se apagan las luces y de pronto él desciende desde el techo en un columpio usando un par de alas; el Ave como modelo de Victoria’s Secret, en medio de la música, los aplausos, las luces y el confeti.

El columpio se atora a la mitad del descenso y el Ave tiene que bajar con ayuda de una escalera. El teatro explota en carcajadas y la entrada triunfal se convierte en un baile y una “puteada” al público por no aplaudir lo suficiente. El Ave nos brinda otra oportunidad de ser mejor público y la sala revienta en una ovación. No han pasado cinco minutos de show, tampoco ha contado ningún chiste, pero es recibido con una pasión sorprendente. La gente está ahí para él, por él.

Para el Ave la comedia nace de la observación y la sinceridad, dos claves sencillas que quizá funcionan de manera simple para alguien sociable como él. Llega a un pueblo pequeño como Shell Mera, cerca del Puyo, y su acercamiento es a través del taxista, la señora del hotel, la persona de la tienda. Para todos tiene un comentario burlón y recibe de ellos el mismo trato, conoce a su audiencia antes de encontrarla desde el escenario.

Pregunta por los lugares más interesantes del pueblo, les hace comentarios burlones probando sus límites, la gente se ríe y le da las pistas que necesita para estar preparado. Cuando llega la noche, todo es cuestión de identificación, ya ha recorrido el lugar y conoce sus puntos débiles, algunas de sus vergüenzas y orgullos.

Cuando la gente lo escucha se siente mirada con atención y eso les halaga y les hace reír. Se ríen de él y se ríen de sí mismos, porque es posible que antes, en sus falencias, no hayan encontrado nada gracioso; tuvo que llegar un forastero para darle naturalmente un valor agregado a la normalidad. La comedia está en todo, solo hay que aprender a verla. Ese es uno de los mantras para el Ave. Otro es pasarla bien.

Para el show de las melcochas voy maquillada, rímel incluido. No había pensado que esto funcionaría para poner a prueba las rutinas del Ave. Me mostró su guion en el camerino, dice que siempre sigue unas pautas, pero que cada presentación se va modificando de acuerdo con el público y la recepción.

Parece que, luego de la ovación inicial, este público está a sus pies. Hace un repaso por la política nacional, habla de su viaje, muestra titulares absurdos de la prensa, cuenta las dificultades de su tiempo en cuarentena y se dirige al público con una enorme confianza, con malas palabras, con familiaridad. Trata a las personas como amigos, amigos de los que te burlas, pero te disculpan porque todos ríen.

Me impresiona que entre el público haya varias cabezas blancas, pues yo me avergüenzo un poco de ciertas frases (a una pareja de señores mayores les dijo: “Ustedes siempre vienen a mis shows ¿no?, y después, ¿se van tirar?”), de algunas palabras que nunca diría delante de mi abuela, por ejemplo, pero el Ave las dice con micrófono y a gritos si hace falta.

También hay una pareja que ha llevado al teatro un bebé que de pronto llora bajito, el Ave lo nota y les dedica varias frases alusivas, los jóvenes padres se ríen, igual el bebé se ha despertado y tienen que salir del teatro antes de tiempo. “Hubo gente que tuvo hijos durante la pandemia. Tener hijos fuera de pandemia ya es inmoral y hubo gente que tiró en la pandemia… ¡Sin condón, ya qué chuchas!”

De qué nos reímos los ecuatorianos
Le pregunto al Ave si no le pesa un poco el cinismo y él siente que la actitud cínica es el escudo que le permite reírse de sí mismo y de los demás, tolerar los insultos o sentirse inmune al odio de las personas, sobre todo en redes sociales y particularmente en Twitter.

Una hora de show más tarde, tengo el rímel corrido. Me he reído con fuerza, con lágrimas en los ojos. Me reí de los chistes, pero me reí sobre todo de la incomodidad. Ciertas imágenes, ciertas palabras, escuchadas en público, me han hermanado con unos desconocidos.

El Ave nos ha permitido a todos hacer una catarsis bajo las luces ligeras del teatro, como cuando gritas insultos en un estadio. Reírnos hasta las lágrimas de cosas que en otro contexto no serían chistosas: “Cuando estoy harto y realmente quiero estar solo para no preocuparme de la covid, cojo mis cosas y me largo… al Juan Eljuri de la Orellana”.

Le pregunto al Ave si no le pesa un poco el cinismo y él siente que la actitud cínica es el escudo que le permite reírse de sí mismo y de los demás, tolerar los insultos o sentirse inmune al odio de las personas, sobre todo en redes sociales y particularmente en Twitter, donde se ha convertido en un target fácil de cierto grupo de fanáticos políticos, seguidores del expresidente Correa. Se ríe incluso de uno de los apodos que le han puesto: el bufón de la oligarquía. A él le alegra saber que el bufón cobra por reírse del rey, y lo hace de frente.

Me reí hasta sentirme satisfecha. Sin embargo, no recuerdo ningún chiste en particular, solo la sensación de la cara estirada, de las lágrimas en los ojos y de la admiración por el Payasito. Me impresionó su enorme libertad de palabra, una libertad que brinda poder. El poder decir lo que quieres, lo que te da la gana, frente a quien sea. Reírte de tu país, de la gente, de “tu gente”, de la masa a la que perteneces, de las cosas que nos avergüenzan, pero de lo que te puedes burlar para hacer de tu camino y el de los demás algo más placentero, una farsa compartida.

El Ave no quisiera hacer comedia para siempre, de hecho, se pregunta cómo sería salir de su papel de bufón para ejecutar papeles dramáticos. Es muy probable que lo haga, quien ha tocado el poder de la libertad es capaz de hacer cualquier cosa.

La próxima prueba será hacer un viaje de carretera y comedia por el resto del continente, probar un poco del sabor de cada nuevo lugar para poder reírse de él. Para mí el viaje por el camino de la risa termina en Traerás melcochas y comienza en la búsqueda de experiencias semejantes, un teatro a media luz en el que un grupo de desconocidos nos dejamos llevar por el absurdo y entregamos el cuerpo a cambio del beneficio plácido de la risa.

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