David Rojas, autodidacta al servicio del arte

Por Martín Córdova.

Fotografía: Pancho Feraud.

Edición 457 – junio 2020.

Los músicos ecuatorianos son, casi por obligación, artistas independientes que en su mayoría dependen de la autogestión para sacar sus proyectos adelante. Pero, fuertes como son, logran darse modos para que viva la música. Ya lo dijo Calamaro: “la vida es dura, pero el rock and roll también es duro”.

En el año 2017 la banda guayaquileña El General Villamil, encabezada por David Rojas, salió por primera vez de su ciudad para recorrer el país. La gira fue un ejercicio de autogestión de su líder que, sin un centavo, logró ingeniárselas para reconocer el Ecuador y promocionar el segundo disco del grupo, Jalea. El viaje fue financiado enteramente por fans que querían recibirlos en sus ciudades.

Todo comenzó con un post en Instagram, en el que preguntaban: “¿Dónde quieren vernos?”. David recibió cientos de respuestas y comentarios, armó una base de datos y contactó a los usuarios que parecían más serios y factibles. Cuadró las fechas, consiguió los recursos y partieron. Usando el dinero que iban recaudando en cada tocada, pagaban, sobre la marcha, viáticos, hospedaje y los gastos que genera la logística de un show. No hubo pérdidas, pero tampoco ganancias; más allá, claro, de la exposición. 

Tocaron en Manta, Portoviejo, Cuenca, Loja, Santo Domingo, Ambato, y cerraron de la mejor manera imaginable, con un show (este sí remunerado) en Quito, abriéndole a La Máquina Camaleón, una de las bandas más populares del Ecuador, en el lanzamiento de su segundo disco, Amarilla

Después de la gira, la banda entró al radar nacional, quedó claro que tenían seguimiento en varias ciudades y que sus fans harían todo lo posible para volver a verlos en vivo. Empezaron las invitaciones a shows y festivales dentro y fuera de Guayaquil. “Fue chistoso porque funcionó”, recuerda Rojas. 

*

A los ocho años David entró al conservatorio Chopin porque quería aprender a tocar batería. Duró dos meses. La carga teórica y poco práctica lo ahuyentó. Muchos años después volvería a retomar la batería impulsado por lo que, hasta ese momento, ocupaba su vida: el skate. 

David patinó de forma profesional durante los años de su adolescencia. Competía, grababa videos y las marcas que lo auspiciaban lo abastecían de productos, hasta que se vio, de nuevo, obligado a alejarse de su pasión, esta vez por la seriedad que adquirió su precoz carrera. Su pasión se volvió un trabajo y perdió valor para él. Sin embargo, durante esos años de patinaje, mediante toda la cultura que atraviesa el skate, pudo encontrar música que le gustaba, sonidos que lo atraían, y empezó a jammear con sus amigos. Dejó de patinar durante tres años, y en ese tiempo se prendió con manos y pies del gancho de la música.

En su estudio casero, en Samborondón, se pueden ver rastros de su personalidad. Su amor por lo retro se materializa en teclados viejos que consiguió a precios módicos. También hay un guiño a su ascendencia libanesa, una alfombra persa que cubre casi todo el piso. Su curiosidad y obsesión se dejan ver en las distintas guitarras que tiene, algunas restauradas por él mismo. Saltan una K-Vanguard del 73, una Saturno de Lujo, una Fain argentina (imitación de Fender) hecha durante la dictadura, y una Teisco japonesa comprada en el comisariato de Durán por cincuenta dólares. Su idiosincrasia autodidacta se respira en la recámara, donde tiene una computadora y también una consola análoga TEAC 144, otro objeto antiguo, otra parte de su personalidad y de su música.  David graba y produce todo, no se permite gastar dinero para que alguien más lo haga por él. Si tiene plata, dice, prefiere invertirla en instrumentos.

También tiene una batería, eso que intentó aprender de chico y retomó años después, cuando se acercó a ella de modo más experimental y pudo, por fin, dominarla.

*

Tomás Cansing, con quien empezó a tocar en su último año de colegio, fue el primer músico con fuerte bagaje teórico con el que se juntó David. Con él y Vladimir Kusijanovic formaron De Pelucas, un power trío de rock psicodélico. El antecedente más clásico de ambos y el conocimiento empírico de David dieron como resultado una dinámica que le sirvió de aprendizaje. “Como muchos de los temas venían de improvisaciones, al principio él aportaba desde la batería, veíamos qué salía y eso quedaba”, cuenta Tomás. “También traía las letras e ideas para melodías de voces, y Vladi y yo poníamos el resto. Pero después también se interesó en la producción. Al principio grabábamos con micrófonos de Rock Band, el juego”. Está claro que la naturaleza del “hágalo usted mismo” es el motor creativo de David.

Cansing recuerda el episodio que marcó a su amigo. En un fin de año vieron a la banda del hermano de Tomás, Cactus Gamarra, y su guitarrista, Ricardo Gómez, que tocaba los acordes de la parte más baja de la guitarra “con un dedo”, lo que fascinó a David y despertó su curiosidad. Tomás le explicó que estaba afinada de otra manera, distinta a esa con la que él había tratado de aprender a tocar, y David se quedó con la idea de acercarse al instrumento en sus propios términos. 

Después de esa experiencia, Rojas investigó sobre la afinación abierta y empezó su aprendizaje de manera empírica de nuevo, solo con la referencia de lo que había visto en ese show y lo que le pudieron explicar. Iba tocando lo que sentía correcto, jugando con sus dedos y los sonidos, despreocupado de cualquier concepto teórico, de la posición “correcta” de las manos, o de acordes y progresiones. Así como cuando grababa De Pelucas con micrófonos USB de Rock Band, empezó a buscar su manera y a encontrar eso que le funcionaba: su sonido. 

Para ilustrarlo agarra una de sus tantas guitarras y me explica que están afinadas en tono mayor, pero que a partir de ahí él tiene sus formas y su propio lenguaje, y pone los dedos en una suerte de nota inventada para mostrarme cómo suena. 

—Yo me inventé mis cosas y así aprendí. Nunca busqué una forma tradicional.

—Eso suena más complicado que aprender de forma clásica, ¿por qué hacerlo así?

—Porque para mí la música es expresión. Es como pintar. Puede que haya técnicas de trazos, pero al final tú eliges el color y ves qué hacer. 

*

El General Villamil se formó en 2014. En la banda David toca la guitarra, canta, compone y graba. Si bien desde el inicio ha sido un grupo con varios miembros en constante rotación, siempre se ha sentido como un proyecto personal de David, quien también maneja las redes, es mánager, booker, se encarga del lado audiovisual… y hasta de las finanzas.

Me dirige a la recámara donde está la computadora y me enseña nueva música de la banda. Son canciones que todavía no tienen letra y varias de ellas tal vez se queden así.

Una de las primeras veces que hablé con David, hace años, en una clase de fotografía en la universidad, me preguntó: “¿En qué te fijas más cuando escuchas algo, en la música o en la letra?”. La respuesta no la recuerdo, pero recuerdo que me pareció curioso separar las dos partes fundamentales de una canción. La composición de El General Villamil surge primero desde lo musical. Es decir, David compone la música y luego rellena los espacios con la letra y la voz. No usa las letras para decir algo en concreto, pero sí usa los sonidos para transmitir emociones. Lo que importa en su música es lo que genera en quien la escucha, algo más sensorial que intelectual, sujeto a la libre interpretación y subjetividad.

Así como David aprendió a tocar poniendo los dedos donde le parecía correcto, también aprendió a manejar su banda sobre la marcha. Mucho fue prueba y error, pero más que nada fue espontaneidad y dejar que las cosas se dieran como debían darse, sin forzarlas.

—Hay cosas que nadie te dice cómo son y te toca aprender a las malas.

—¿Como qué?

—Me costó dos malas experiencias saber que sí o sí me tienen que pagar antes de viajar.

—¿Tienes otro ejemplo?

—Miles. Ahora ya sé que debo poner en el contrato que no me hagan hacer prueba de sonido a las seis de la mañana. O que me cubran los gastos de transporte porque no puede ser que yo esté poniendo de mi bolsillo un taxi para ir a tocar, dice, riéndose de la inocencia que le hizo caer en errores que hoy le parecen infantiles.

En 2015 fundó La Casa del Gato, un sello independiente que se dedicaba a grabar artistas y ayudarlos a posicionar su material en servicios de streaming. El know how que adquirió con los primeros pasos de El General Villamil le sirvió para dar una mano a colegas que no sabían cómo hacer que su música llegara a plataformas como Spotify, o que no tenían cientos de dólares para grabar en estudios Lolabum es uno de los proyectos que más resaltan de esa época: hoy es ya una banda consagrada en todo el país, de gran repercusión incluso en el extranjero.

El sello también cumplía otro propósito, más estratégico. Lo ayudaba a aparentar que existía una estructura detrás, a pesar de ser él quien manejaba todo. Como era la cara visible de la banda, La Casa del Gato le permitía esconderse detrás del nombre para jugar a ser el intermediario entre productores o bookers y la banda. Era una máscara. Le permitía, por ejemplo, exigir mejores condiciones a la hora de tocar, ya que la seriedad que un sello aparenta hace que el trabajo sea más valorado. Esta es una muestra de cómo la creatividad y la recursividad son necesarias para la escena independiente, que debe ingeniárselas para lograr subir la vara constantemente. David estaba hackeando al sistema.

—Me escribían a mí directamente y me proponían tratos horribles, entonces les respondía: “Sí, por favor, escribe a mi sello, acá”.

—O sea, a ti mismo pero con otro correo.

—Claro, y mandaban todo un mail más serio y así, dice con una sonrisa cómplice en el rostro.

—Y tú te reías.

—Demasiado. Era chistoso porque funcionaba.

La escena independiente en el Ecuador lleva ese adjetivo justamente por su carácter autosuficiente. Son cientos de bandas las que sacan adelante su material sin sellos discográficos o maquinaria detrás que les ayude a encargarse de los aspectos profesionales que demanda un proyecto musical. La falta de una industria establecida por completo hace que los artistas se vean obligados a hacerlo todo; muchas veces desde la grabación, pasando por la promoción y distribución, hasta la producción de sus shows y giras.

Para Mauro Samaniego, reconocido músico quiteño (Da Pawn / Tripulación de Osos), el tema es cultural, no solo empresarial. “Para vivir de la música necesitamos ciudades donde la gente viva en las calles y pueda salir a buscar lo que la ciudad ofrece, donde se pueda caminar tranquilo y que no cierren los lugares tan temprano. Eso crea comunidad, y la comunidad genera cultura”.

Mauro conoce bien a David y admira su labor porque, según dice, se ha adaptado bien a su entorno. “Es un tipo que la tiene clara, es recursivo. Hay mucha gente que dice que aquí todo es difícil, que no pueden grabar o que no hay dónde tocar, pero él ha sido lo suficientemente creativo para hacer todo eso”. También habla bien del carácter autodidacta de David, del que se comenta mucho en la escena: “A mí me sorprendió full que él no ‘sepa’ tocar guitarra, pero haya logrado descifrar una afinación para justamente tocar una guitarra”.

*

Los músicos independientes del Ecuador están acostumbrados a recurrir a un segundo oficio para poder llevar el pan a la mesa, a desdoblarse para poder seguir adelante con sus proyectos. Para algunos es una tragedia no poder vivir de grabar discos y dar shows. Sin embargo, David siempre tuvo otras intenciones y está en paz como está. Además de músico, es ilustrador y realizador audiovisual. Ha hecho portadas de discos y sencillos para proyectos nacionales e internacionales, y ha dirigido varios videoclips musicales: entre esos trabajos está el video de El Ecuador de Lolabum. David vive de su profesión, estudió Comunicación Audiovisual y Multimedia en la Universidad Casa Grande (UCG), y usa la banda como su desfogue creativo y su momento recreacional. Como dice, el arte es expresión, y eso es lo único que busca en la música.

Hoy en día El General Villamil cuenta con una fanbase más que establecida (9 500 oyentes mensuales en Spotify y más de un millón de streams en la plataforma), tres discos, varias presentaciones a lo largo del país. Sin embargo, David no tiene pretensiones más ambiciosas para la banda, él solo sigue divirtiéndose. Ha tenido varias oportunidades para formalizar las cosas (o sea, firmar con un sello), pero las ha rechazado porque, dice, volvería a ocurrir lo que pasó con el skate, y eso no se lo perdonaría.

Cuando le pregunto adónde quiere llegar después de todos estos años de trabajo duro, hace una pequeña pausa para aparentar que piensa en una respuesta que conoce muy bien.

—No busco fama, plata, éxito ni nada de eso. No empecé por eso.

—¿Por qué entonces?

—Para que en cincuenta años alguien vea lo que hice y se inspire a hacer algo con sus propias intenciones. Me gustaría que esto quede en la historia musical del país.

—Ser una influencia.

—Exacto. No hacer riqueza, dejar legado.

EN DAGA PARTICIPARON TODAS LAS GENERACIONES DE EL GENERAL VILLAMIL. TODOS APORTARON Y COLABORARON EN TODO. ES UN DISCO HECHO EN BANDA, A DIFERENCIA DE JALEA QUE ES UNA PRODUCCIÓN MÁS PERSONAL Y DE LA MANO DE TOMÁS CANSING.

David Rojas

Daga
Jalea

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