Al cambiar de emisora, con frecuencia se ignora que cada pieza musical es mucho más que una sucesión armónica de sonidos. Tras el bossa nova hay una chica de Ipanema o, tras el bolero, varias historias de amor. Es que ningún verso aparece por casualidad y siempre va a existir un cuento detrás de cada canción.

La chica de Ipanema
El día era caluroso y una brisa ligera hacía esfuerzos tímidos para anular al sol de media tarde en el Río de Janeiro de 1962. La gente se refugiaba en cafés, mientras músicos anónimos hacían estallar en mil pedazos el silencio con sus acordes. Dos de ellos, Tom Jobim y Vinícius de Moraes fumaban arrimados al alféizar de la ventana del bar Veloso cuando la mujer-milagro pasó.
Ella, que no tenía más de diecisiete años, caminaba hacia el mar como en una danza sobre nubes. Los hombres comprendieron que la muchacha era bossa nova. En la tarde siguiente el milagro se repitió y, así, casi todos los días; la veían con un paquete de cigarrillos en la mano y a veces nadando en el mar.
La mujer era Heloísa Eneida Menezes Paes Pinto, Helô, y casi de inmediato mutó en “La garota de Ipanema”. Involuntariamente, su espíritu se había inyectado en versos con la misma cadencia de sus pasos sobre la arena, pues Jobim y Moraes lograron que toda la pieza mantuviese cierto balanceo en sus notas cuando el cantante describe el caminar de la muchacha. Sin embargo, al final, en los instantes de introspección, la melodía suena a saudade.
En 1963 el productor Creed Bane Taylor, quien buscaba nuevos ritmos para el saxofonista Stan Getz, dio con Moraes y Jobim; y se llevó a este último a Nueva York para grabar con Astrud y João Gilberto versiones en inglés de “La garota de Ipanema”, desde entonces renombrada como “The girl from Ipanema”.
La canción se mantuvo 96 semanas seguidas en el ranking de Billboard y obtuvo cuatro Grammys en distintas categorías, entre ellas: single del año. Frank Sinatra, Ella Fitzgerald, Nat King Cole, Cher y hasta Madonna grabaron versiones del tema.
Durante ese tiempo, el bar Veloso fue rebautizado como Garota de Ipanema, y el barrio, ya lleno de magnates, veía desfilar a aventureros y poetas en busca de la musa, mientras ella pasaba de adolescente tímida a página central de Playboy y empresaria.
No obstante, la fama casi termina con un desastre: el prometido de Helô, Fernando Abel Mendes Pinheiro, estuvo a punto de anular su compromiso de matrimonio, luego de que Tom Jobim revelase la identidad de su inspiradora solo dos años después de haber compuesto la canción.


Tras la muerte de los músicos, Helô Pinheiro se atrevió a usar, por primera vez, el apelativo que la había hecho inesperadamente famosa en su tienda de trajes de baño, sin sospechar que los herederos de Jobim iban a demandarla por violación de propiedad intelectual.
Tras un juicio donde los que no habían creado la canción pretendían anular a su inspiradora, el magistrado le dio la razón a ella con el argumento de que, si bien Helô no era la dueña del tema musical, no existía nadie que tuviera más derecho sobre el mote que la mujer que lo provocó.
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Historia de un amor
Tras el brote de poliomielitis de 1950 en Panamá, los casos, aunque mucho más esporádicos, seguían presentándose luego de cuatro años. Así, tres días después de haber dado a luz, Mercedes Casanovas Escobet y su bebé fueron diagnosticadas con la enfermedad.
Pese a los esfuerzos del médico, la madre empeoraba: sus músculos y hasta los pulmones cedían ante la parálisis. Antes de fallecer, Mercedes solo alcanzó a encomendarle a su cuñado, Carlos Eleta Almarán, que cuidase de su marido y de sus tres hijos.


Los hermanos Eleta eran los fundadores de Radio Programas Continental, cuyo edificio quedaba muy cerca de la clínica, por lo que, apenas le notificaron sobre el deceso, Carlos fue a su oficina donde tenía un piano y se encerró para hacer música. Estaba purgando el sufrimiento con arte y el resultado fue el bolero “Historia de un amor”.
Su hermano Fernando enviudó apenas después de cuatro años de matrimonio, tenía tres hijos, incluida la recién nacida Aurora que venció la poliomielitis, pero ninguno llegaba a los cinco años.
Por otro lado, “Historia de un amor” caminaba sola: gracias a la radio, los Eleta mantenían relaciones con artistas de toda América. Uno de ellos, el argentino Leo Marini, escuchó el bolero durante un viaje a Panamá y se impresionó de tal modo que propuso grabarlo con Carlos. Era 1955 y La Sonora Matancera hizo el acompañamiento.
Al mismo tiempo, el organista Luis Enrique Azcárraga, también amigo de Carlos Eleta Almarán, le pidió permiso para incluir la pieza en el repertorio que preparaba para un crucero en el que lo invitaron a actuar. Uno de los vacacionistas era el compositor Luis Alcaraz que, pronto, decidió usar “Historia de un amor” en sus presentaciones en Ciudad de México.
En esa parte del mundo, la historia de Fernando Eleta finalmente cumplió su destino. Mientras Alcaraz interpretaba el bolero, la actriz y cantante Libertad Lamarque lo escuchó y tuvo la idea de convertirlo en película. El filme se estrenó en noviembre de 1955 y la pieza musical se hizo disco de oro.
Desde entonces, “Historia de un amor” ha tenido versiones en varios idiomas e intérpretes en distintos tiempos y latitudes. Es natural: en la música, como en cualquier otro tipo de arte, no importa el idioma y sí las emociones que provoca.
Para bailar la bamba
A las cuatro de la mañana del 18 de mayo de 1683, los vecinos del puerto de Veracruz se despertaron por el estruendo de mosquetes. “Vive le roi de France!”, se escuchaba y, casi de inmediato, un grupo de bucaneros encerró al pueblo en la iglesia parroquial. Su drama fue el génesis de una canción cuyo destino era dar la vuelta al mundo cuatro siglos después: “La bamba”.
Por orden de sus jefes, Nicolás Agramont y un tipo apodado Lorencillo, los piratas mantuvieron a la población hacinada en el templo, sin comida ni agua. Por otro lado, la guarnición del puerto había sido asesinada y la capital estaba demasiado lejos para enviar refuerzos.
A ciertas horas, los piratas aparecían en la iglesia amenazando con quemarlo todo y el párroco se veía obligado a negociar con el oro de sus feligreses.
Incapaces de aguardar más, los veracruzanos improvisaron escaleras para llegar al campanario, desde donde planeaban huir descolgándose por las paredes: “para llegar al cielo se necesita una escalera,/ una escalera grande y otra chiquita…”. Por supuesto, los piratas frustraron el plan.
A cierta distancia de allí, en una hacienda que pertenecía a una dama rica, los peones fueron los primeros en sospechar de las naves que iban hacia Veracruz. La señora se mostró temerosa de las capacidades de sus hombres para defenderla, mas un mulato que era su amante le dijo: “Yo no soy marinero, pero por ti seré”…
Afortunadamente, el heroísmo fue innecesario, pues los piratas estaban interesados en el puerto y no en la condesa.
Casi una semana después, los saqueadores se marcharon, llevándose consigo el botín y a algunos desdichados con el fin de cobrar el rescate. Los soldados que habían sobrevivido al saqueo se rehusaron a perseguir al enemigo, alegando que “no somos marineros, sino capitanes”.
Días después, México despachó tropas para defender Veracruz, pero esa ciudad llevaba ya varios días devastada y los filibusteros estaban lejos. Para salvar su imagen ante la Corona, el virrey culpó al gobernador, pero este pudo salvarse y huyó a España.
En todos los rincones del virreinato, la gente se burlaba de su gobernante y le hacían canciones y mofas: en secreto lo llamaban bambarria, es decir, tonto. Y así “bamba” mutó en un ritmo musical…
Más allá de que las piezas del relato encajen demasiado bien para no ser más que una leyenda, el hecho es que la canción del siglo XVII ha llegado hasta hoy, y algunos afirman que uno de los hombres que estaba en la hacienda que se salvó del saqueo, un tal Guaruso (que, según la RAE, es alguien que bebe mucho), fue el primero en hacer música alegre con esa tragedia:
“Talán, talán/ que suenan las campanas de Malibrán,/ que vienen los piratas que no vendrán…/ tilín, tilín,/ que suena la campana de Medellín/ y que suena y suena a rintintín”…
Después, la letra siguió incorporando burlas al virrey o versos festivos que nada tenían que ver con el relato primigenio, pero el ritmo sin duda fue muy similar al que conocemos, tocado ahora con requinto, arpa, jarana y guitarra.
La canción atravesó los siglos convirtiéndose en una suerte de himno veracruzano, hasta que, en 1958, Ritchie Valens, músico estadounidense, hijo de mexicanos y pionero del rock en español, hizo que cruzara la frontera del norte.
No obstante, el cantante apenas pudo disfrutar de su logro: murió en un accidente aéreo junto a otros roqueros jóvenes solo meses después de lanzar el disco. Tenía diecisiete años y su destino se selló al ganar una apuesta en la que el premio era un asiento en ese avión que iba a estrellarse, pero eso ya es materia de otro cuento…
En cualquier caso, “La bamba” se hizo tan popular que en 1987 el grupo musical Los Lobos la retomó y consiguió que obtuviera el primer puesto de las listas Billboard. Algo excepcional para un tema cantado en español. La canción también dio nombre y ritmo a una película cuyo protagonista era Ritchie Valens que, antes de cumplir veinte años, alcanzó la gloria y murió por ella.