¡Cuéntame algo divertido!

Por Anamaría Correa Crespo

Oigo esa frase varias veces en el día. Es mi hija casi adolescente que, ante el tedio diario de no ir al colegio un año entero y de convivir conmigo 24/7, demanda que me convierta en una relatora de eventos divertidos, sucesos increíbles, del mundo estático de la pandemia. ¿Acaso es eso posible?

Ilustración: María José Mesías.
Los tiempos de la covid probarían a la perfección la teoría de la relatividad de Einstein: el tiempo pasa ahora tan lento…”.

Escucho sus pasos y empiezo a sudar frío… ya viene con su preguntita, pienso, y me acuerdo que a la anterior, probablemente hace una hora, le respondí que ya buscaría algo interesante para contarle, solo para quemar tiempo y aún no tengo nada… ¿Y ahora?, ¿¿y ahora?? Es que, mi amor, en serio ya no tengo absolutamente nada divertido para contarte. Imagínate, estoy aquí al lado tuyo, dando mis clases por Internet, no he visto a nadie, he pasado días de días sin salir a ningún lado, en serio, ¿cómo se te ocurre que me entere de algún suceso sorprendente que haya ocurrido como para romper el peso de la rutina forzada? Y claro, ella misma lo sabe. Me dice: es lunes, es martes y todos los días son iguales. Semana tras semana. Los tiempos de la covid probarían a la perfección la teoría de la relatividad de Einstein: el tiempo pasa ahora tan lento…

Pero ella es persistente. Vuelve a insistir y mis nervios ya están de punta y yo con ganas de sucumbir al mutismo absoluto o de ponerme en huelga de brazos caídos frente al rol de madre entretenedora.

Pero la semana pasada sí sucedió algo increíble y no solo que tuve, por fin, algo que contarle a mi hija, sino que pude olvidarme del aburrimiento existencial y soñar con un vuelo alto.

Es que a pesar de todas mis predicciones apocalípticas de la pandemia, sí ha habido personas que han sacado provecho de ella. Mi mamá es una de ellas. En medio de la tristeza del encierro, ha podido plasmar el tedio en creatividad, la creatividad en palabras y, aunque no me lo crean, las palabras en vuelo. Así como me leen. Mientras la mayoría de nosotros no ha vuelto a un avión en casi trece meses, ella se subió a un pequeño ultraligero y de la mano de un artista piloto soñador pudo recorrer varios de nuestros cerros andinos, mirar cascadas desde el horizonte y ver bosques nativos intocados.

Un domingo de tedio, siempre inspirada por su búsqueda de belleza, reflexionaba ella en un corto escrito sobre la admiración que tenía por Jorge Juan Anhalzer, “quien vuela despierto y venciendo todos los días el mito de Ícaro con sus alas multicolores se encuentra con parajes no imaginados por el resto de mortales”. Su texto voló rápido a los ojos de Anhalzer y una invitación a emprender un vuelo vino también volando.

Una semana después, mi mamá de 79 años se enfrentaba a la disyuntiva de vencer su inmenso miedo a subirse en esa pequeña y frágil nave, y cumplir el sueño de su vida o dejar pasar la oportunidad y quedarse solo recreando en su imaginación los viajes de Anhalzer.

Por suerte doblegó el temor a volar y no solo que nos maravilló a todos los miembros de su descendencia con el recuento de su experiencia vivida en el inesperado vuelo, la luz en sus ojos al contarnos y las fotos que alcanzó a tomar desde las alturas en las que se veían nuestros Andes nevados, sino que en cosas menos importantes pude correr donde mi hija con la cosa más sorprendente y hermosa de la pandemia: “La abuela se va a ir a volar en este avión chiquitito, mi amor, y mira todas estas fotos increíbles tomadas por el piloto del avión”. ¡Vaya cosa divertida!

@anamacorrea75

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