Barrios de aire afrancesado, un mercado de flores, museos, ruinas incas y aguas termales son algunas de las sorpresas que esconde la capital de la provincia de Azuay.

Texto y fotografías Miguel Ángel Vicente de Vera
En la Plaza de las Flores siempre es primavera. No importa el mes del año, si llueve, truena o luce el sol. Crisantemos, rosas, margaritas y gardenias construyen el paisaje de este rincón del centro histórico de Cuenca. Recorrer sus puestos —sin prisa, recreándose en las caprichosas formas— es un deleite para los sentidos. El trajín de los turistas se confunde en un singular vals, con la presencia de músicos, viandantes y vecinos que acuden a por hierbas medicinales. Tan significativas como las flores son las vendedoras, patrimonio humano de la plaza. Sus rostros, cartografiados por el paso del tiempo, y su imborrable sonrisa son el testimonio de la dignidad.
Frente al mercado, seleccionado por The National Geographic como uno de los diez mejores del mundo al aire libre, se erige el monasterio del Carmen de la Asunción. La iglesia, que data de 1730, cuenta con una llamativa fachada renacentista, con columnas salomónicas enmarcando las imágenes de San Pedro y San Pablo. El interior es pequeño, con un notable retablo neoclásico, cuadros con motivos bíblicos, esculturas y un púlpito cubierto con pan de oro.
En su interior todavía funciona un torno de madera, un objeto fascinante y anacrónico, que irremediablemente nos traslada a una remota época: se trata del único nexo de unión entre las hermanas que viven en régimen de claustro y el resto del mundo. A través del torno, y con el fin de autofinanciarse, venden vino consagrado, jarabe de rábano, loción santa e incluso gelatina de pichón, utilizada tradicionalmente como suplemento alimenticio para niños y personas de la tercera edad.
Al lado hay un pequeño altar dedicado al Cristo de los Pobres, con velas, ofrendas y por supuesto flores. La imagen es muy popular entre los cuencanos, que acuden a diario con la esperanza de que les traiga prosperidad. Una señora de unos cincuenta años reza una oración postrada de rodillas frente a él, a su lado otros dos jóvenes cabizbajos musitan unas palabras.
La Catedral
Desde la misma plaza se divisa la Catedral, el símbolo religioso más importante de la ciudad. Sus 105 metros de largo y 43 metros de ancho puede dar cobijo hasta a tres mil feligreses. Al caminar por su nave central, el alma se siente pequeña, envuelta por un enorme espacio vacío que parece un cielo. En ese cielo brilla con luz propia un enorme vitral, obra del artista español Guillermo Larrazábal, realizado con vidrios traídos de Europa.

Lo que más llama la atención es el baldaquino del altar mayor, hecho a imagen y semejanza del de la basílica de San Pedro, en el Vaticano. La catedral está abierta todos los días de 8:30 a 13:30 y de 14:00 a 16:00. Ofrecen una visita guiada que muestra los lugares más relevantes. El tour finaliza en lo alto de las torres, con unas excelentes vistas panorámicas de la ciudad.
Deambular sin rumbo aparente por el centro histórico de Cuenca es una de las mejores opciones. Todo el patrimonio está restaurado, las calles limpias, sin polución, con numerosas plazas y parques. Otro delicioso paseo (con bancos, puentes y miradores) transcurre a la orilla del río Tomebamba, que recorre el perímetro de la ciudad antigua. Las casas coloniales se suceden calle tras calle, como si estuviéramos en el escenario de una película de época. Pero en este caso todo es real.

Tiempo añejo
El recién llegado advertirá que varios edificios tienen un cierto aroma francés, construcciones con un marcado aspecto neoclásico y decoraciones renacentistas estilo Luis XIV. Esto se debe a las misiones geodésicas —la primera fue en 1739— que los franceses realizaron en Cuenca. Fueron expediciones científicas auspiciadas por la Academia de las Ciencias de París, que tenían como propósito, determinar la forma y dimensión de la Tierra. Estos intercambios fomentaron la relación con Francia, dando como resultado, edificios como la clínica Bolívar (Simón Bolívar 13-14 y Juan Montalvo), una preciosa construcción de aires neoclásicos, o bien la Casa de Coco (Simón Bolívar 12-60 y Juan Montalvo), con una rica fachada decorada con frisos, columnas y pilastras y un salón adornado con latón. Otro ejemplo digno de visitar es la Casa Sojos (Simón Bolívar y Benigno Malo), un inmueble que perteneció a una rica familia cuencana, siendo la primera casa donde se usó cemento importado de Francia, como material de construcción.

han hecho de Cuenca Patrimonio Cultural de la Humanidad. Foto: Shutterstock.
Cuenca rebosa estampas de un tiempo añejo: un par de ancianos conversa animadamente frente a un portal, un grupo de niños juega fútbol en un parque y en los puestos de dulces tradicionales están los artesanos, un colectivo que tiene una gran presencia en la ciudad. En el Mercado de Artesanías Cemuart se reúnen muchos de ellos. Allí confeccionan telas, zapatos y esculturas apreciadas nacional e internacionalmente. Alfonso Idrovo, uno de los decanos, lleva toda su vida luchando por preservar los instrumentos de música tradicionales. En su pequeño local se amontonan bocinas, pingullos —una flauta que se usa en carnaval—, quipas y trompetas, como si estuvieran esperando a que alguien les insufle de nuevo la vida.
Patrimonio cultural
Para hacernos una idea general: la ciudad de Cuenca es la capital de la provincia de Azuay, se encuentra a una altitud de 2535 msnm y a 442 kilómetros de Quito, la capital del Ecuador. Tiene un clima templado durante todo el año, con una temperatura promedio de 17 °C. Su población ronda los quinientos mil habitantes. Su fundación española fue el 12 de abril de 1557, pero antes, a finales del siglo XV, los incas levantaron allí un importante centro ceremonial y religioso.

Este ingente patrimonio, junto a su excelente conservación, facilitaron que el centro histórico de la ciudad fuera declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1999, y que reciba el sobrenombre de la Atenas de Ecuador.
Aguas termales y museos
En Cuenca son muy famosas las aguas termales. Sin lugar a dudas, la más recomendable es Piedra de Agua, a unos diez minutos del centro, en carro. El ambiente es elegante y el servicio excelente, además de ser las únicas de Latinoamérica que cuentan con piscinas termales subterráneas. Luego de recibir un baño de vapor, un baño de lodo rojo, otro de lodo azul, desciendes por unas escaleras, hacia una suerte de inframundo celestial, con grutas, estalactitas y piscinas naturales de aguas termales iluminadas con velas. Una experiencia difícil de olvidar.

Una grata sorpresa de esta acogedora y pequeña ciudad es su gran número de museos: un total de diecinueve. El Museo de Pumapungo permite visitar las ruinas incas, que muestran su antigua importancia; en su momento fue la segunda ciudad más importante del imperio, luego de la capital Cusco. El interior alberga una exposición etnográfica con una amplia muestra de trajes folclóricos y objetos de la vida cotidiana. También hay una interesantísima zona dedicada a las culturas de la selva ecuatoriana. Allí exhiben varias cabezas de tzantzas, las famosas cabezas reducidas, una manifestación cultural del pueblo shuar ecuatoriano, muy difícil de ver. La tzantza se obtiene luego de un largo y complejo proceso ceremonial, por el cual la cabeza del guerrero adversario se va reduciendo hasta dejarla del tamaño de una pelota de tenis, con el fin de guardarlo como trofeo y exhibirlo.
Otro excelente contenedor de arte es el Museo de Arte Moderno, con una extensa colección de grabados, aguafuertes, esculturas y dibujos. El Museo Casa del Sombrero nos introduce en el mundo del sombrero de paja toquilla, originario de esta región y reconocido mundialmente por su calidad y elegancia. El Museo de Culturas Aborígenes ofrece una extensa colección de más de ocho mil piezas arqueológicas de las naciones que habitan la Amazonía ecuatoriana.
El Cajas

Una visita a Cuenca debe incluir la visita al Parque Nacional El Cajas, que está ubicado a treinta kilómetros de la ciudad. Se trata de un enorme sistema lacustre de treinta mil hectáreas con 235 lagunas y más de mil charcas. Es un paisaje de irrefutable belleza, todo el terreno está enmoquetado con musgos y helechos. Abundan los bosques de polylepis, comúnmente llamado árbol de papel. Adentrarse en ellos es como trasladarse a un mundo mágico en el que habitan hadas y elfos. Con un poco de suerte podemos avistar osos de anteojos, pumas, cóndores e incluso lobos. En el parque es fácil moverse, hay un centro de visitantes, caminos autoguiados y guías turísticos para quienes deseen adentrarse en zonas más alejadas. Su riqueza natural le supuso en 2013 el reconocimiento por parte de la Unesco como Reserva Mundial de la Biosfera.
Recapitulando, luego de una jornada repleta de emociones, de recorrer un patrimonio único, con un pasado inca, francés, colonial y contemporáneo, de pasear por sus ríos y parques, conocer a sus artesanos y vecinos, visitar sus termas y su Parque Nacional, la tercera ciudad del Ecuador conquista de inmediato la retina y el corazón.