EDICIÓN 485

En Taiwán existe un personaje extraordinario, cuya historia es contada por medios de comunicación del mundo entero. El famoso maestro Wu es un artesano que lleva como bandera un mensaje de paz. Su arte consiste en transformar antiguas bombas de guerra en cuchillos con finos acabados.
Todos llegamos aquella tarde para verlo. Estaba concentrado. Fundía una pieza de metal y se mostraba como todo artesano: entregado a su oficio con alma, vida y corazón. Vestía pantalón jean, camisa jean, gorra negra, mandil verde, lentes y guantes blancos.
Es un hombre de larga figura y rostro amable. Cuando le advirtieron de nuestra presencia tomó un micrófono, nos dio la bienvenida y empezó a contarnos su historia.
Su nombre es Wu Tseng-dong, pero es popularmente conocido como maestro Wu. Popular, digo, porque sus cuchillos tan famosos están en las cocinas de prestigiosos restaurantes a nivel mundial. Periodistas y turistas de diversos países observábamos como hipnotizados el trabajo del maestro, quien tiene su fábrica en el archipiélago de Kinmen, en Taiwán.
Luego de veinticuatro horas de viaje llegué por fin al aeropuerto de Taipéi, capital de este país asiático. Me sentí un tanto cansado, pero inmediatamente me dije: “Al mal sueño, buena cara”. Es mucho lo que me habían contado sobre Taiwán, por ejemplo, que es una pequeña isla que se proyecta al mundo gracias a su magnífico desarrollo tecnológico.
¿Imaginan ustedes un lugar donde sus habitantes hacen de una piedra un sofisticado chip? ¿Un sitio cuyos portarretratos tienen cámaras fotográficas? ¿Un país donde en cada cuadra existe un mercado tecnológico? Todo esto ocurre en Taiwán y yo estaba ávido por conocerlo.

Taiwán, cuyo nombre oficial es República de China, tiene una superficie de 36 191 km2, es decir, un espacio que abarcaría las provincias de Guayas y Manabí. Sin embargo, aquí viven veintitrés millones de personas.
Para conocer un poco más sobre la historia de este pequeño Estado es necesario realizar un viaje. Decido tomar un vuelo interno y llego al archipiélago de Kinmen, que significa puerta dorada. Su territorio es de apenas 150 km2 y tiene ochenta mil habitantes.
Esta ciudad, hasta los años noventa, fue una reserva militar e históricamente disputado por Taiwán y la República Popular China.
Resulta que a mediados del año 1900 se produjo una guerra civil que dividió a la población china. Los comunistas pasaron a gobernar la denominada República Popular China, mientras que los nacionalistas, luego de ser derrotados, se refugiaron en la isla de Taiwán. Kinmen, por encontrarse ubicada a tan solo doce kilómetros de China continental, fue escenario de bombardeos y cruentos combates, ya que ambas milicias asumían que su caída significaría la derrota de la isla de Taiwán.
Pero bueno, como no hay mal que por bien no venga, los cinco millones de bombas lanzadas por las tropas comunistas desde China continental fueron tiempo después la materia prima para el próspero negocio de la familia del maestro Wu.
El lugar de trabajo de Wu es un pequeño taller, en cuyo piso observo decenas de misiles: unos enteros, otros en pedazos y otros corroídos por el tiempo. El maestro ha encendido su soplete. De pronto, vuelan miles de chispitas incandescentes, que no son otra cosa que diminutas esquirlas de acero. Corta una de las bombas hasta que obtiene un pedazo de metal. Luego se para junto a un yunque y empieza a golpear para moldear, a su gusto, un fino cuchillo.
Lo vemos repetir el ejercicio una y otra vez: calentar, forjar, cortar, moldear, doblar y crear utensilios de cocina.
Con cada misil, el maestro Wu fabrica ochenta cuchillos. Su fábrica Chin Ho Li funciona desde hace más de setenta años en el archipiélago de Kinmen.
De pronto se me acerca el traductor y me dice que tengo chance de hacer dos preguntas al maestro Wu. Así que nos sentamos y arranco de inmediato.
—¿Cuándo nace esta fábrica? ¿A quién se le ocurrió la idea de reciclar las bombas?
—El negocio lo fundó mi abuelo en China continental durante los últimos años de la dinastía Qing. Mi familia fabrica utensilios de metal desde hace ochenta años.
En el pasado fabricaron herramientas para la agricultura. Los cuchillos eran comprados mayoritariamente por los habitantes locales y soldados del cuartel de Kinmen. Desde hace cerca de veinte años, cuando empezaron a llegar más visitantes a esta ciudad, compraban cuchillos para la cocina y como recuerdo. “Los utensilios que hacemos son durables, esto se debe al excelente metal que usaron para fabricar las bombas”.
El artesano cuenta que para el año 1960, una vez finalizado el conflicto entre China Popular y Taiwán, continuaron cayendo bombas, pero esta vez panfletarias.
El maestro Wu, además de su habilidad innata, es un hombre de profundo pensamiento. Cada una de sus frases invita a la reflexión, cada palabra suya es sinónimo de sabiduría.
Planteo al maestro mi segunda y última pregunta:
—¿Convertir bombas en utensilios de cocina es un acto de paz?
—Los misiles que cayeron en Kinmen son regalos de Dios. Utilizar el acero no en favor de la guerra, sino para un uso específico, con el deseo de ver el mundo en paz, es maravilloso. La guerra es cruel, nada parecido a las películas de batalla que nos traen fascinación y entretenimiento. Mi sueño es que la humanidad utilice la inteligencia para resolver los problemas de manera pacífica, en vez de utilizar las armas.
El maestro no solo tiene la gentileza de concederme la entrevista, dice que no puedo irme sin antes recibir uno de sus cuchillos. Abre un compartimento del misil y saca del interior unas hojas con propaganda comunista para mostrármelas.
Toma el metal —ahora con forma de cuchillo—, le coloca un mango de madera con un aro dorado y me demuestra su poderoso filo al cortar delgaditas tiras de papel periódico.
Me dice que quiere escribirme una dedicatoria, pero en español. Al final, en mi cuchillo se lee: “Para amigo David Romero. Maestro Wu”. Me pide observar que en el cuchillo hay una pequeña imperfección. Acto seguido me dice que no es un error, pues él, intencionalmente, deja una huella de la bomba para que se note que es real. En otras palabras la firma de su trabajo es la pequeña huella que deja del misil original.

Los cuchillos del maestro son famosos en el mundo entero y están en las cocinas de muchos restaurantes de renombre. Cada cuchillo cuesta setenta dólares, pero si son de colección pueden llegar a setecientos. Definitivamente, es un buen negocio si se toma en cuenta que la factoría tiene apenas cinco obreros y produce, mensualmente, un promedio de tres mil cuchillos.
Se han cumplido las dos horas programadas para nuestra visita y debemos dar paso al siguiente grupo de turistas. Dejo el singular archipiélago de Kinmen con una gran lección de vida: lo que un día sirvió para la guerra hoy es el sustento de una familia y el orgullo de todo un pueblo. En la actualidad Kinmen es más conocido por la habilidad e ingenio de sus habitantes que por su pasado bélico. Es una ciudad de tradición y vanguardia, con identidad y visión de futuro.