Cuando la perra vida se dulcifica

Por Galo Vallejos Espinosa.

Fotografía: Shutterstock.

Historias de perros sin hogar que cambiaron de vida al ser recibidos y protegidos por vecinos.

El barrio los adoptó. La mayoría de sus habitantes los conoce, los acepta y los alimenta. De vez en cuando los baña. Recoge sus heces. Los perros tienen sus viviendas allí, en el denominado parque de la Tortuga, en el centro norte de Quito.

Se trata de Karim (el líder de la manada), Mateo, Gordito y Rosita, cuatro canes sin hogar que fueron adoptados hace tres años por la comunidad que reside en el sector de la Jipijapa. Ahí descansan, juegan, patrullan el barrio. También una moradora pretendió desalojarlos, pero fue una actitud aislada que no prosperó. El barrio los reivindica.

La madrina del grupo es Karina Sáez, mujer joven, activista en favor de la causa de los animales que deambulan por las calles. “Ella se ha ganado un lugar en el cielo desde ahora”, afirma su vecina Carmen Johnson, quien también ayuda a preservar a los cuatro perros.

Karina vive con sus propios gatos y canes —como el resto de vecinos—, a la vez que mantiene, además de los de la Jipijapa, a perros comunitarios en al menos tres sectores más de la ciudad. Rescata animales, los esteriliza, les busca casa… vive para ellos. Sus cuentas en redes sociales evidencian su potente activismo. En los últimos años recibió el patrocinio de la agencia para la fauna urbana de Quito, Urbanimal, que le ayuda con la esterilización de las hembras, especialmente.

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