Cuaderno de la lluvia

Por Rafael Lugo Naranjo.

Ilustración: Portada del libro Cuaderno de la lluvia.
Edición 465-Febrero 2021.

Atravesábamos los primeros meses del encierro por la covid-19, mi amigo el escritor, periodista y abogado Miguel Molina Díaz, desde su encierro en Nueva York —donde estudiaba Literatura— decidió presentar una edición digital de varias de sus crónicas. El libro se bautizó Cuaderno de lluvia y desde mi encierro en Tumbaco —donde aprendí a hacer refrito—, me correspondió convertirme en padrino de tan sorprendente criatura.

Leí todas las crónicas y, aprovechando la distancia, le escribí esta carta, que hoy es una especie de prólogo de la edición impresa (corregida y aumentada) de Cuaderno de la lluvia (Dinediciones, 2020).

La misiva digital iba así:

Cuánto me alegra haberte conocido mi querido viejo joven. Llegamos a nuestras vidas por un acto tuyo de generosidad, sin obligación alguna, todavía sin amistad de por medio. Y esa noche en que me hacías el honor de conversar sobre una novela mía, yo no podía dejar de pensar que el jovencito culto y de preguntas profundas que tenía frente a mí había nacido un año después de haberme graduado del colegio.

Me hiciste caer en cuenta del tiempo que había perdido, pues tú ya habías escrito y pensado cosas que yo a esa edad jamás consideré. Me di cuenta de que, mientras tú empezabas el camino a una erudición que hoy ya se te empieza a notar, yo chocaba carros contra semáforos y me colgaba de las vigas del bar El Papillón. Te envidio.

Y ahora que he leído reunidas varias de tus crónicas, que has escrito entre los veintiuno y los veintiocho años; que te he imaginado caminando en Nepal, Nueva York, Barcelona, turbios juzgados de Quito y otros tantos lugares; que te he conocido en tu faceta de viajero solitario, lúcido y atento, te envidio el doble. A esa edad yo jamás tuve el coraje de pensar, y solo me alcanzó el criterio para irme a la isla Margarita a embriagarme con ron Pampero Aniversario, conformándome con la falsa idea de que estudiando Derecho algún día podría cambiar el mundo.

Discúlpame por hablar de mí, pero me ha resultado imposible no verme hacia adentro, así como para ti tampoco fue posible evitar contemplarte mientras observabas en tus pequeñas Odiseas. Odiseas está escrito con mayúscula a propósito. Y concluyo que un buen libro es el que te induce a una autoexploración, y acaso a una propia autopsia de los días de tu vida que ya dejaste morir.

Cuaderno de la lluvia, tu libro de crónicas sobre viajes y desplazamientos, es una excelente forma de conocer sobre poesía, novela, mitos y ríos, metrópolis y comarcas. Y, por supuesto, es un grito para mantener la memoria de algunos días putrefactos que no debemos ignorar en el futuro. También es una honesta forma de conocerte, pues me han conmovido las páginas donde cuentas que has viajado muy lejos de tu hogar, pero inevitablemente has llevado a tus abuelos, a tus padres, a tus libros, a tu concepto de amistad. A tu forma de ver con ojos curiosos y mente abierta las formas que tienen las personas para enfrentar la muerte. Ha sido un regalo. Este cuaderno ha sido un regalo.

Deseo fervientemente que tengas lectores conocidos y nuevos, más aún en un contexto en el que no será tan fácil, durante muchos meses más, viajar físicamente a los lugares que queríamos conocer; pues valga tu obsequio para dar una vuelta al mundo de los ríos y montañas, caminos y ciudades que has pisado y los libros que has leído.

Te felicito con admiración.

Rafael Lugo

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