¿Por qué un cuento se convirtió en un credo light?
El alquimista apareció en 1988, vendió una millonada de ejemplares. Cada segundo, al menos 2300 personas del mundo dicen: “El universo conspira a mi favor” y lanzan un emprendimiento, mandan fotos lluchos o toman cualquier decisión esperando un abracadabra cósmico.

Aplicando el Viaje del héroe de Campbell, en El alquimista, el pastor Santiago vive en Andalucía, sueña que un tesoro le espera en Egipto, ignora el sueño, pero se le aparece el rey de Salem, quien le habla del “Alma del Mundo” y de la “leyenda personal”. Santiago va a por el tesoro, en el viaje le pasan todas las cosas que te pueden pasar cuando cruzas el parque de La Carolina: le roban, conoce a un alquimista, se enamora de una chica llamada Fátima, le vuelven a asaltar, y el jefe de los ladrones le dice que él también ha tenido sueños sobre un tesoro oculto en una iglesia en ruinas en España.
A Santiago solo le faltó decir: “Pero si de allá me mandan para acá”.
En la obra el rey de Salem y el Alquimista le dicen cinco veces a Santiago la frase “el universo conspira” y al final —que es final feliz—, Santiago —ya convertido en el nuevo profeta de la Pronoia— le dice a Fátima que la conoció porque el universo conspiró para que eso sucediera. Ni en Pasión de gavilanes el amor fue tan mágico.
Coelho se presenta y se vende, él mismo, como un personaje místico que “conoce” la magia y la alquimia.
¿Pero es que acaso no sabe que la alquimia parte del error de suponer que las sustancias están formadas por cuatro elementos básicos: agua, aire, tierra y fuego, cuando en realidad son 117 los elementos básicos? Seguro sabe, Coelho esconde lo que conoce detrás de sus aparentes creencias, pues nadie vende indulgencias diciendo la verdad. De todas maneras, da un golpe dirigido al bolsillo del inconsciente colectivo: oro milagroso.
Nunca juega limpio, se ha dicho varias veces que su historia de un doble sueño para encontrar riquezas, con Egipto y ladrones, la escribió Borges en su cuento “Historia de los dos que soñaron”, y el concepto de la “leyenda personal” hace milenios que se la inventaron las religiones védicas.
Además, incluye un evangelio de Lucas, y un cursi relato sobre la Virgen María y el niño Jesús. Aquí Paulo electrocuta al lector nacido en siglos de cristianismo, que “sabrá” que todo lo que venga en las siguientes páginas será tan cierto como una serpiente charlando con una dama. Si alguien se presenta —además de alquimista— tan devoto de la Biblia, seguramente será tomado por sabio y sincero, así como cuando le pusieron al cura Flores a dirigir las aduanas.
Con las dos más grandes ficciones de la humanidad, Dios y el oro, muy bien tejidas en sus páginas, fue imposible que millones de lectores no elevaran este libro a la condición de conjuro garantizado. De paso, la onda new age del libro no asusta al antirreligioso, sino que deja un espacio para todo aquel que se ha sacudido de la religión, pero sigue con el vicio de tener un dogma.
La ley de atracción no es más que una paparruchada sin evidencias. El solo hecho de llamarla “ley” es una ofensa atómica y esa tontera de que el “universo conspira” es una fórmula mágica con menos sustento que el horóscopo. La verdad es que aquí el único dios es Paulo Coelho, como lo es cada autor en su obra. Bien pudo escribir un cuento con otra “enseñanza”, algo tipo: “Mal en el juego, bien en el amor”, cualquier cosa.
Ahora bien, ¿quién soy yo para negar la magia de la autoayuda? No obstante, considero que, si alguien insiste en que su vida tiene su “leyenda personal” nacida del “alma del universo”, para encontrar su tesoro deberá recibir un llamado (favor no confundirlo con antojo), dudar al inicio (la simple pereza no aplica), luego encontrar un mentor que no puede ser el pana que le invite a ser su propio jefe. Después deberá conocer a un verdadero alquimista (que no abundan), y —como en el Viaje del héroe de Campbell— superar una gran prueba para al final volver a casa, pero no a la de los taitas, sino a su propio palacio. O sea, debe convertirse en un ortodoxo de El Alquimista, de lo contrario, el universo no les hará feng shui con sus astros, dirá que misteriosos son sus caminos, y no les va a dar ni agua.
Así, superoriginal.